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Alejandro Valverde: un genio dice adiós

El ciclista murciano, de 42 años, termina sexto en la última carrera de su vida profesional, el Lombardía en el que Pogacar derrota a Mas en la recta final

Carlos Arribas
Alejandro Valverde despedida
Valverde dice adiós al cruzar la última meta de su carrera y terminar sexto en Lombardía.MICHELE MARAVIGLIA (EFE)

Lungolario Trento, a orillas del Lago de Como. Cinco corredores disputan el sprint final del Lombardía, el último monumento. La 116ª edición de la carrera de Coppi, de los mitos. Molard, Bardet, Yates, Mollema y Valverde. El murciano arranca como solo sabe él arrancar, sorprendiendo a los otros cuatro a 200 metros de la pancarta. Va tan veloz que les saca una, dos bicicletas. Cruza con tanta ventaja que le da tiempo a levantar una mano, solo una, la izquierda. Y con ella, casi tímidamente, saluda.

Alejandro Valverde. 42 años. 21 años de ciclista profesional. 21 años de campeón. 133 victorias. Campeón del mundo. Cuatro Liejas. Una Vuelta. Foto en los podios del Tour y el Giro.

No ha ganado. El sprint le ha valido para ser sexto. Minuto y medio antes ha habido otro sprint. Un sprint a dos por la victoria. Un sprint entre los dos más fuertes. Enric Mas y Tadej Pogacar, nada menos. Ni Vingegaard ha aguantado su ritmo. Los dos que se han atacado en las dos subidas a San Fermo della Battaglia y en el durísimo Civiglio, por vía Dante hacia el paraíso. Y se han quedado solos, aunque Mikel Landa, tan Landa como siempre, les ha acompañado hasta que las piernas le han dado de sí, y en los descensos, en el del Civiglio en el que Mas hace recordar con un golpe de manillar que han girado por la curva en la que Roglic perdió el Giro del 19. Es más rápido Pogacar. Es un sprint en ligera cuesta abajo. Arranca Mas de su rueda a 200 metros. La distancia clásica. Se pone a su altura. Los dos de pie sobre los pedales. De repente, a 150 metros, el esloveno invencible se sienta. Necesita cambiar, bajar un piñón o dos la cadena. Va demasiado ligero y la bici no coge velocidad. Cambia y vuelve a levantarse. Y como un cohete sale disparado. Y gana. Segunda victoria consecutiva del número uno en Lombardía. Pogacar, el único capaz de ganar, en febrero, la primera carrera del año y, en octubre, la última. “Un año casi perfecto”, dice Pogacar, que fue segundo en el Tour.

Pogacar cruza por delante de Mas la meta de Como.
Pogacar cruza por delante de Mas la meta de Como.Gian Mattia D'Alberto/LaPresse (AP)

Todos están felices y se ahorran las lágrimas. Todos sonríen. Risa abierta de Mas, que hasta se emociona y habla bellezas. “Me siento muy afortunado porque en su último día como corredor Valverde ha corrido para mí. Eso dice mucho de él. Le tendré siempre como un padre en el mundo del ciclismo porque siempre me ha ayudado”, dice.

Pero más contento que ninguno, Valverde, y sus cinco hijos, vestidos con sus maillots, el amarillo huevo de su Vuelta de 2019, el de campeón de España, el de número uno de la UCI, el del primer Movistar… Y Natalia, su mujer. Los siete, en el podio. Y los aplausos. “Me siento supercontento”, dice Valverde. “El final soñado. Han sido 10 días en Italia increíblemente bonitos. Y cómo he disfrutado hoy aquí trabajando para Mas… Él tenía que estar con Pogacar en el Civiglio. Y así ha sido. Yo he controlado a los rivales y he podido hacer sexto. Es increíble”.

Con el crepúsculo del día, cuando el sol tibio de otoño se esconde en el lago de Como, y las sombras se alargan infinitas, desde la cima del mundo, desde la cima del ciclismo, un genio dice adiós.

“¿Qué he sido? ¿Qué lugar ocupo en el retablo de la historia del ciclismo?”, dice. “Yo no me pongo en ningún escalón del retablo. No está bien que uno se ponga. Yo me considero un gran ciclista que ha conseguido muchísimas cosas, y cuando miro el palmarés hacia atrás me asombro, jeje, y con eso me conformo. En el lugar que deba ocupar me tenéis que poner vosotros. No sabría decirte yo”.

Mikel Landa, el ciclista vitoriano que compartió un par de años equipo con él en el Movistar, sí que se atreve a ubicarlo en la historia o en el espacio espacial, en Marte incluso. “Valverde para mí ha sido puro espectáculo, el único corredor capaz de pegarse con corredores de todas las especialidades quizás en la época en la que más especialistas había”, dice el alavés. “Me hice ciclista viéndole por la tele, y después he compartido pelotón con él, y es donde he valorado más aún su capacidad marciana. Para mí, uno de los mejores corredores de la historia”.

Desde Las Lumbreras, en Murcia, donde si no hubiera sido por la bici, por su talento imposible, habría sido camionero, se fue casi niño a Navarra, a los amateurs del Banesto. La nostalgia de su tierra le pudo. Volvió a Murcia y se hizo profesional con el comienzo del siglo, años sombríos del ciclismo y la sangre. El Kelme primero. El esplendor de Eufemiano. Operación Puerto. Antes de Puerto, después de Puerto, antes de sanción, después de sanción. El mismo cuerpo, el mismo ciclista, el mismo estilo. El Imbatido que le llamaban cuando juvenil, que le siguieron llamando. Siempre, en todas las épocas, y participando plenamente, protagonista, siempre el mismo Alejandro. El mismo Alejandro 20 años después... El mismo estilo de corredor. Listo. Hábil. Rapidísimo en los repechos. No mal contrarrelojista. Lo suficientemente escalador como para ganar una Vuelta, etapas de montaña en el Tour, en el Giro. Y hasta decente sprinter.

“Mi estado de forma ahora que cuelgo la bici no es peor que el que tenía hace cinco, 10, 12 años... Es igual, con diferentes rivales, pero rivales muy, muy fuertes, y ahí sigo estando. Sigo haciéndoles sufrir. Yo mismo estoy sorprendido. Y estoy noveno del ránking UCI y muy cerca de los seis primeros... Entre los 10 mejores del mundo”, dice, y cuando lo dice así, con esa carga de incredulidad, hace pensar en un Dorian Gray ciclista e ingenuo. Pero no hay un retrato suyo, del Valverde real, escondido en un trastero. El Valverde real es el que se ve, chupado como siempre, con tan poco pelo como siempre, y tantos tratamientos anticaída fallidos. No hay ningún pacto con el diablo. Ningún pecado que confesar. “Asumo todo lo que he hecho estos 21 años. He disfrutado. He tenido años buenos, años malos. Todos sabemos los años que estuve sin competir por la sanción [de su sangre era el contenido de una bolsa hallada en el registro de las neveras de Eufemiano Fuentes en 2006. Sufrió una suspensión de dos años, 2010 y 2011]. Pero supe volver. Y ahí está el mismo Alejandro. Desde 2012 hasta hoy sigo siendo el mismo Alejandro. No tengo nada que demostrar. Estoy contento conforme han sido mis 20 años de profesional. Y lo dejo todo como está. No toco nada”.

Ha sido número uno del ranking UCI a los 28 años, a los 29, a los 34, a los 35 y a los 38. En 10 de sus 21 años de carrera ciclista ha acabado la temporada entre los tres mejores del mundo.

Ha corrido contra Mayo, Zubeldia, Sastre, Pereiro, Beloki, Heras Freire, Samuel, Purito, Contador, Landa, Julich, Ullrich, Armstrong, Basso, Evans, Nibali, Schleck, Kwiatkowski, Bettini, Dan Martin, Rebellin, Roglic, Alaphilippe, Pogacar, Van Aert, Van der Poel, Evenepoel, Ayuso... El primer sprint que ganó, en la Itzulia de 2003, Vitoria, se impuso a Davide Rebellin, un italiano nueve años mayor que él; en el último que ha disputado, en Via Sacco de Varese, final de los Tres Valles Varesinos, le derrotó Pogacar, el número uno de la actualidad, 18 años más joven que él. Ha competido al máximo en los años del ciclismo exagerado de entonces, en el ciclismo de los jóvenes exhibicionistas de ahora.

“Ha pasado por varias generaciones de ciclistas y ha sacado el máximo provecho gracias a su físico y, sobre todo a su capacidad mental”, dice Óscar Freire, triple campeón mundial, triple ganador del monumento de San Remo. “Lo más difícil es aguantar mentalmente año tras año. Seguir, aguantar, es, sobre todo, una cuestión de cabeza. Él y Nadal son los deportistas que conozco con la cabeza mejor preparada. Para ellos no hay presión, dolor, sufrimiento. Ya me habría gustado a mí tener esa motivación, esa cabeza”.

“La mayoría que han tenido suspensiones, o no han vuelto a alcanzar su nivel o no han vuelto a ganar nada o han cambiado de forma de correr. No es que yo haya vuelto y la gente pudiera decir, no es el Alejandro de antes. Ni mucho menos. Ha sido el Alejandro que ha sido campeón del mundo, y podios en Tour, Vuelta, Giro, y lo ha ganado todo, después”, dice el campeón de Las Lumbreras. Según las cuentas de la web Procyclingstats, Valverde ocupa el sexto escalón en el ranking histórico del ciclismo mundial establecido con los puntos que se dan por victorias y colocaciones: Merckx, Kelly, Moser, De Vlaeminck, Hinault... Y detrás de él, Anquetil, Van Looy, Jalabert, Saronni, Coppi, Bartali, Indurain... Tantos años y tanta regularidad en la cumbre dan los puntos. La memoria de la afición crea su propio ránking con otras sustancias, los sueños.

“Alejandro ha traído a nuestro país pruebas como la Lieja”, dice José Miguel Echávarri, el director que le fichó para el entonces Illes Balears el invierno de 2004, y consiguió con él lo que nunca logró con Miguel Indurain, que un español ganara la Lieja-Bastoña-Lieja, el único monumento que ganó Jacques Anquetil, la referencia absoluta del ciclismo para Echávarri. “Qué feliz cuando la ganó por primera vez, en 2006. Ya teníamos en nuestro país a uno así. Y ganó tres más…”

Echávarri también intentó fichar a Alberto Contador antes de ganar ningún Tour, pero el ciclista de Pinto le dijo que no, que nunca podría compartir equipo con otro campeón como Valverde, que o uno u otro. “Y tenía razón Alberto”, dice Echávarri. “No habría sido bueno para ninguno de los dos”.

Con Echávarri y Eusebio Unzue al volante, gana al monstruo Armstrong una etapa en el séptimo Tour del tejano y este le señala con el dedo: he ahí el futuro. Tiene 25 años. Nada se le resiste. Pero nunca ganó el Tour, la vara de medir ciclistas del aficionado español. “No sabría decir qué carrera que no he ganado me gustaría haber ganado. Quizás el Tour. No he ganado el Tour, pero he hecho pódium, y ya me quedo contento con eso. No hay ningún hueco en mi vitrina”, resume Valverde, y Freire, y el alma de clasicómano del campeón de Torrelavega que no entiende tanta sumisión al dios Tour, no piensa igual. “Si no hubiera ido tanto a disputar el Tour, si se hubiera centrado más en las clásicas, seguro que habría tenido mejor palmarés aún”, dice el cántabro, al que un Valverde muy joven, de 24 años, ayudó decisivamente a ganar su tercer Mundial, el de Verona 2004.

Se va Valverde y deja libre su trono en el ciclismo mundial, en el ciclismo español del que aún, a los 42 años, es el número uno. El desafío asusta. “¿Ocupar el puesto de Valverde? Jajajaja... Eso es imposible”, dice Enric Mas, el siguiente en el escalafón español. “Es imposible coger el relevo de Bala. Es imposible que salga un ciclista como Bala en este país. Todo lo que ha conseguido es muy, muy, muy difícil de conseguir y, aparte de eso, un corredor como él, que se retira a los 42 años, no lo volverá a haber nunca”.

También Juan Ayuso, el joven que ha llegado al gran ciclismo a los 19 años con el mismo aura de elegido por el destino con el que llegó Valverde en 2002, considera el desafío complicado. “Cuando era pequeño, me he criado viéndole por la tele. Ahora que entiendo más de ciclismo y lo vivo y he corrido algunas de las carreras que él ha dominado, te dices, me cago en diez, este tío ha ganado no sé cuántas veces aquí...”, se admira Ayuso. “Y viendo lo difícil que es te das aún más cuenta que antes, cuando eras mero espectador, de lo increíble que es lo que ha conseguido. La cantidad de victorias que tiene, no sé si alguien va a poder llegar ahí, pero será muy difícil…”

Valverde, que ha peleado con tantos y tan variados, y a todos les ha mirado a los ojos y los ha medido y valorado, elige entre todos un heredero, el ciclista que quizás le habría gustado ser a él, a otro de los elegidos por el destino, al rey del ciclismo frenético de la tercera década del siglo. No habla de Pogacar increíble. “También yo fui un joven ganador. Pero ahora es diferente. Lo de Remco Evenepoel es totalmente diferente. Remco, cuando gana, hace exhibiciones increíbles, y, con todos mis respetos a Roglic, a Pogacar, a todos en general, Remco cuando gana es una exhibición. Y yo lo he vivido de cerca, he ido a su rueda y sé lo que es. Y yo no había visto nunca a un corredor como él”, dice Valverde. Y lo que él dice de Remco lo dicen todos de él, del genio que dice adiós con el crepúsculo del lago de Como. Y con él, el mismo día de otoño que huele aún a verano, se va también Vincenzo Nibali, el último de los campeones italianos, el siciliano que ha ganado las tres grandes, Tour, Giro y Vuelta. El ciclismo tiene nueva cara. La memoria y la melancolía engordan. La leyenda admite a dos nuevos huéspedes.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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