Vinicius aguanta la tormenta y baila
El brasileño sobrevive en un partido en el que pisó todos los charcos y casi marca en su única acción limpia
Para llegar a este punto de ebullición en su carrera, Vinicius ha resistido sucesivas embestidas de tormentas varias: la mofa cuando fallaba, los ataques habituales en las redes sociales, las dudas de Zidane, la dureza defensiva que suele acompañar al que amenaza y lo que ha denunciado estos días como ataques racistas. Todo esto, y también el disgusto por sus bailes, lo ha ido atravesando con una receta rara que no consiste en evitar el oleaje, sino en surfearlo. El brasileño posee una sorprendente habilidad para atender al jaleo de los bordes del juego y de repente, cuando huele sangre, olvidarlo y lanzarse hacia la portería como si no existiera nada más.
En el Metropolitano, atendió a todo. Tal vez no a los cánticos de algún grupo de aficionados que antes del partido le llamaron mono en los alrededores del estadio, pero sí a lo demás. En el vídeo con el que culminó los días de ruido después de los encontronazos con el Mallorca y el comentario del presidente de los agentes en televisión, avisó: “No dejaré de bailar”. Y por si acaso, lo hizo nada más entrar al Metropolitano, en cuanto descendió un tramo de escaleras y se encontró con una cámara del Real Madrid: ahí ya salseó un poco con los brazos.
🏟️🚶 ¡Nuestra llegada al Metropolitano!
— Real Madrid C.F. (@realmadrid) September 18, 2022
⏳ Menos de hora y media para el #AtletiRealMadrid... pic.twitter.com/u2PBZcDYBL
Sobre el campo, evitó esquivar los charcos que se le presentaron, y desde muy pronto encontró ocasión para discutir con el árbitro, o con Felipe. Se entretenía en cada pequeña celada que le tendía el Atlético. Y también, en cuando encontró ocasión, bailó. No habían transcurrido ni veinte minutos cuando Rodrygo tiró una pared con Tchouameni, que le devolvió la pelota con una vaselina delicada y precisa al área, a la espalda de todos, que el brasileño remató a botepronto. En la banda, el Cholo estiró la pierna derecha, un reflejo, como para intentar despejar.
“Un gol espectacular”, dijo Ancelotti. Y Rodrygo y Vinicius bailaron juntos bajo una leve lluvia de objetos. Vinicius siguió con sus cosas de jugador en el centro de la tormenta, en apariencia desconectado, sin intentar un regate. Hasta que sucedió el clic. Un rasgo que lució, en otro registro, en la final de la Champions de París. Al principio de la jugada de su gol, pasa al lado de Klopp, le guiña un ojo, le choca la mano, y se lanza a rematar a la red el envío de Valverde. En el Metropolitano, lo activó una pared con Modric, que lo colocó con una porción de pradera despejada enfrente, apenas nada entre él y la portería. Por allí voló hasta Oblak, su tiró dio al palo y Valverde volvió a marcar, por tercer partido consecutivo. Ancelotti contó después del encuentro contra el Leipzig que le había dicho que si no marcaba 10 goles esta temporada, él tiraba su carné de entrenador y se retiraba. El uruguayo lleva cuatro en nueve partidos.
Después del fogonazo, Vinicius siguió en la guerrilla. Discutió con Reinildo por un codazo, parloteó hasta con el cuarto árbitro, se lanzó a por Hermoso en la tangana final, e intentó una lambretta fallida tras la que la grada le gritó “¡tonto, tonto!”. Ancelotti entiende los impulsos del brasileño, aunque no le pareció lo mejor: “Este balón se podía manejar mejor. Esto es Vinicius, no puedo quitar lo que es su talento, porque su talento nos permite marcar el 2-0″. Sobrevivió a la tormenta y a su propio espíritu volcánico. Y bailó.
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