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Nadal salva una noche de ansiedad

El español remonta al italiano Fognini en una velada accidentada (2-6, 6-4, 6-2 y 6-1, en 2h 43m) y se medirá con Gasquet en la tercera ronda del grande neoyorquino

Nadal se duele tras golpearse la nariz durante el partido contra Fognini. Foto: FRANK FRANKLIN II (AP) | Vídeo: REUTERS
Alejandro Ciriza

La noche tiene de todo. Es un partido malo, feo y accidentado. Trabas por todos lados. Rafael Nadal se ha asomado al abismo, pero, como casi siempre, termina sorteándolo (la lógica de su extraordinaria carrera) para acceder a la tercera ronda, en la que le espera este sábado un viejo conocido, el francés Richard Gasquet. Antes ha abatido a Fabio Fognini y suspira de alivio porque de la pesadilla a la salvación hay una línea finísima: 2-6, 6-4, 6-2 y 6-1, tras 2h 43m. Sin medias tintas: durante hora y media ha tenido un pie fuera del torneo.

Saltan rápido las alarmas. Nadal se queda clavado, brazos en jarra mientras mira a su box en busca de esas respuestas que no llegan. “Tranquilo que saldrá”, intenta sosegarle su técnico, Carlos Moyà. Sin embargo, el balear no encuentra consuelo y transita de un lado a otro nervioso, errático, incapaz de sostenerle el pulso a un Fognini al que le vale con no arriesgar en exceso en el golpe para ir asegurándose los puntos e ir ganando terreno. Se dispara el contador de errores del mallorquín —26 en los dos primeros parciales, cifra completamente anómala en su caso— hasta que llega una señal todavía más preocupante: “Estoy con mucha ansiedad”.

Nadal juega corto, se mueve mal. No siente la bola y llega tarde a todos los apoyos. Es decir, Nadal no es Nadal. Lanza una mirada a su banquillo cuando cede la primera manga y comienza la segunda en falso, entregando de nuevo el servicio —cinco veces en las dos primeras mangas— y desprendiendo una sensación más que preocupante. Es cierto que Fognini, el hombre que logró levantarle dos sets en 2015 en esta misma pista, se le atraganta de vez en cuando y sabe encontrarle las cosquillas, pero en esta ocasión al italiano le basta con saber aprovechar la inercia. Está muy cómodo el de San Remo, dosificando plácidamente y sorprendido del colapso de su rival.

El partido coge tal color que en la central neoyorquina empieza a propagarse otro tipo de runrún, distinto al habitual. Hay quienes empiezan a imaginarse el torneo sin Nadal, grogui y deslucido, como si el de verdad se hubiera quedado en el vestuario. “Durante una hora u hora y media no estaba compitiendo”, reconoce en el parlamento a pie de pista, después de un extraño giro de guion que incluye el desfallecimiento y la lesión de su rival. Es decir, una vez más, el balear ha salido airoso. “Es uno de los peores arranques de siempre, probablemente. Pero es parte del juego. No han sido meses fáciles para mí”, agrega el campeón de 22 grandes. Matiz esencial esto último.

Habla Nadal con un esparadrapo en la nariz, donde se ha provocado un corte al intentar devolver de revés; el bote posterior de la cabeza de la raqueta contra el asfalto sigue la secuencia de infortunio de toda la velada: primero la ansiedad, después una ampolla en el dedo índice y luego el percance, la confusión, la atención médica. “Estaba un poco mareado al principio, ha sido un poco doloroso. Me había pasado con un palo de golf, pero no con una raqueta”, explica.

“Ahora es otra oportunidad para mí, seguir con vida después de un partido así significa mucho”, prosigue. “Si te frustras no vas a encontrar una solución, por lo que he pensado que el partido es largo y me he mantenido positivo. Sinceramente, he tenido suerte cuando Fabio ha cometido errores en el segundo set [60 al final, por los 37 del ganador]; lo he podido ganar y luego las cosas han sido más normales, pero, por supuesto, no ha sido un buen partido”, concluye.

Durante un rato, Nadal ha caminado por una fina cornisa. Set abajo, 2-4 por detrás en el segundo y pésimas sensaciones. Sin embargo, acaba encontrando un salvador en el propio Fognini, con tendencia siempre a la dispersión. El italiano indulta, concede cuatro juegos consecutivos —nueve breaks en contra en su cuenta definitiva— y el partido cambia de color. Tiene que ser atendido de una dolencia en el tobillo derecho, vendado, y termina entregándose en una noche de desdicha para ambos. O todo lo contrario, quizá interprete el balear. El truco, dice, consiste en no dejar de creer.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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