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Álvaro Martín y Diego García, oro y bronce en los 20 kilómetros marcha del Campeonato de Europa de atletismo

El extremeño, séptimo en los Mundiales de Eugene, repite la victoria conseguida hace cuatro años en los Europeos de Berlín en una prueba en la que el madrileño alcanza el tercer puesto en Múnich

Carlos Arribas

Cada cuatro años cambia el presidente de Estados Unidos, y cada cuatro años Álvaro Martín y Diego García tienen una cita en Alemania para un desafío: 20 kilómetros andando, a ver quién gana. A quien lo haga le espera una medalla de oro y la aclamación. Al que pierda, una cara de circunstancias, una alegría por un segundo premio, el deseo de volver y ganar. Así es la marcha española, en la que las apuestas individuales tienen repercusión europea, y tan envidiada por todos, hasta por el mito Robert Korzeniowski, el marchador polaco que le dio sentido a la especialidad y que pasea, bien cubierto por un chubasquero por Múnich y silba, qué bien vais, ¿eh?, les dice a los españoles con los que se cruza.

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Y Álvaro Martín pasa veloz, fugaz, y sigue. Le persiguen y nadie le alcanza. Le persigue Diego García, como en Berlín hace cuatro años, y como entonces cede. Quedan cuatro de los 20 kilómetros de la prueba. Llevan más de una hora paseando, a más de 15 por hora, tan deprisa marchan, a menos de cuatro minutos por kilómetro, arriba y abajo por Ludwigsstrasse, entre una batucada en un extremo, la puerta de Sieges, y una charanga chunda chunda en el otro, Pajaritos y Macarena, en la meta de la plaza del Odeón.

El más fuerte es Álvaro, extremeño de Llerena, de 28 años, tan serio y formal, su mirada inescrutable tras las gafas de sol, y sus padres, tan nerviosos en la acera con su paraguas rojo. Y Álvaro solo piensa en acumular la ventaja suficiente para poder sentirse ya campeón, again, 100 metros antes de llegar a la plaza final, para tener tiempo de gozar el placer, para regodearse, para dejar que las endorfinas le hagan pensar que no hay mejor lugar en el mundo para estar que allí, bajo la lluvia ante paseantes y turistas que le aplauden extrañados, que no querría cambiarse por ninguna otra persona en ese momento por nada del mundo. Campeón, como en 2018. La fina lluvia dorada no cesa de caer sobre la marcha española.

“Parece que se me da bien la tierra alemana”, dice, y como si fuera incapaz de disfrutar plenamente del momento, como si lo considerara una traición, añade un tono de contrición a sus palabras. “Ya siento que no me encontré como debía en el pasado mundial, cuando acabé séptimo. Está muy bien ganar un Europeo, pero veníamos con esa espinita del Mundial”.


Diego García (a la derecha) es felicitado por Álvaro Martín tras conseguir el tercer puesto.
Diego García (a la derecha) es felicitado por Álvaro Martín tras conseguir el tercer puesto.Adam Pretty

Álvaro Martín ha estado marchando 1h 19m 11s. Cruza la meta y espera que llegue Diego, que empezó a marchar con él en Madrid. Pero segundo no llega el español sino otro amigo, el sueco Perseus Karlsöm, un nómada con un casco de vikingo de espuma. Diego García no ha aguantado. Ha esperado el ataque de Álvaro, el que sabía que iba a romper la prueba visto que el gran favorito, el campeón olímpico y mundial italiano Massimo Stano no marchaba bien. Ha intentado seguirlo y cuando más empeño estaba poniendo su cuerpo, su aparato digestivo, se rebela contra su esfuerzo. “Sufrí un flato que no podía quitar en la boca del estómago”, explica el madrileño, de 26 años, que se queda lívido en mitad de la calle. Pierde el ritmo, pierde hasta su mirada de gremlin, ese brillo asesino de sus ojos que le brota cuando se siente fuerte. Finalmente, gracias a varios ejercicios respiratorios a la carrera se recupera.

Pero ya le ha pasado Karlström, que también es su amigo, miembro de honor de la hermandad española de la marcha, un sueco, hijo de un marchador mexicano, Enrique Vera, y Siv, una marchadora sueca a la que a los cinco años acompañaba en bicicleta mientras se entrenaba. Los genes de la marcha hechos un tallo alto y moreno, y peleón, que adelanta sin piedad a Diego García y acelera hacia la plaza del Odeón, en la que le espera una medalla de plata y el abrazo amistoso de Álvaro Martín feliz y dicharachero, y paciente, que espera otro poco, 35s, un suspiro, para abrazar a Diego García, el abrazo que no le dio en Berlín, cuando estaban un poco enfadados. Y 14s después, el abrazo emocionado y sudoroso y húmedo de lluvia le corresponde al cuarto clasificado, Alberto Amezcua, de Guadix, de 30 años, y como María Pérez forma parte del grupo de Daniel Jacinto Garzón. Están los tres en la cúspide del atletismo europeo. Y cada uno marcha con una escuela.

Miguel Ángel López, el Superman de Llano de Brujas, gana el oro de los 35 kilómetros el martes, y Álvaro Martín que se ha ido a vivir a Cieza, donde los melocotones, son del grupo de Carrillo. Y la medallista de plata en los 35 kilómetros, Raquel González, es de Mataró (Barcelona) pero se entrena con Diego García en el grupo de Madrid de Quintana.

En un extremo del circuito, en la acera junto a la puerta de Sieges, monta su chiringuito el equipo español. En la barra, botellitas de agua, de líquidos variados, cócteles electrolíticos individualizados para cada atleta. Detrás, en una mesita, una pequeña capillita plegable, grande como un pastillero, la del Santo Cristo del Perdón de Cieza, preside el local por el que pasan, cada ocho minutos, más o menos, una vuelta de dos kilómetros, los marchadores para aprovisionarse. Les atienden Carrillo, el sabio de Cieza, el más veterano de los entrenadores españoles de marcha, su colega de Madrid Quintana y también el de Guadix, Granada, Garzón, el más joven de los tres. No son unos camareros cualquiera. Son los máximos responsables del fulgor y esplendor de la marcha española. Las tres escuelas, los tres núcleos fundamentales de cantera, entrenamiento y formación, Cieza (Murcia), Madrid, Guadix (Granada). Tres apasionados, tantos campeones, tan responsables de la herencia recibida desde los tiempos de los pioneros catalanes Jordi Llopart y Josep Marín.

“Una medalla es una recompensa para toda la vida”, dice Diego García. “Y también una forma de cuidar el legado de nuestros antepasados”. Y Álvaro Martín coincide. “Que algún día, según pase el tiempo, mi nombre se borre y que aparezcan otros que sigan manteniendo nuestra marcha, nuestra tradición, esas grandes leyendas que hemos tenido, Valentí Massana, Chuso García Bragado, Llopart y demás”, proclama. “Que sigan saliendo marchadores. Que siga la fiesta”.

Y mientras habla, pasa cerca María Pérez, con todo el contingente de la prueba femenina, de la que fue campeona en Berlín. Pero en Múnich duda. La granadina fue descalificada del Mundial de Eugene y teme que le vuelva a ocurrir lo mismo en el Europeo. “Tengo un problema con la técnica”, dice. “No depende de mí terminar, sino de los jueces”. Sus temores previos son premonitorios. Acelera, se pone en cabeza con gran ventaja en el kilómetro 10, y es descalificada por correr. Gana, como en los 35 kilómetros, la griega Antigoni Ntrismpioti.

En 27 kilómetros de marcha, entre el Mundial de Eugene y el Europeo, María Pérez, la campeona europea de 2018, ha recibido ocho avisos, dos descalificaciones, por marcha irregular. La granadina de Orce es una víctima de la nueva interpretación del reglamento de los jueces, que exigen que la pierna esté estirada, sin doblar la rodilla, ya desde el momento del apoyo del talón en el suelo, y no en el momento en el que pase por la vertical del cuerpo, como antes. Esto ha generado una nueva forma de marchar ejemplificada en los japoneses y, sobre todo, en la peruana Kimberley García, doble campeona mundial en Eugene (20 y 35 kilómetros): pie más cerca del cuerpo, pasos más cortos, mucha mayor frecuencia. Hasta 200 pasos por minuto da la fenomenal campeona peruana. A Pérez, marchadora de fuerza más que de agilidad, y muy penalizada por los jueces, la tarea le está costando. Tiene un año para conseguirlo, hasta los Mundiales de Budapest.

Álvaro Martín (a la izquierda) y Diego García celebran su victoria.
Álvaro Martín (a la izquierda) y Diego García celebran su victoria.RONALD WITTEK

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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