¿Y el último año de contrato qué?
Este verano se ha hablado más de economía que de verdadero fútbol
Hace no tanto tiempo, el esquema general para trabajar en la renovación del contrato de un jugador era esperar a la mitad de la duración del acuerdo. A partir de su rendimiento y de las opciones de mercado, se empezaba a trabajar en ese momento, junto al agente del jugador, en esa prolongación que se entendía era deseada por ambas partes. Tiempos en los que lo importante para el jugador era cerrar la incertidumbre que sobrevuela siempre que juegas al fútbol, consolidar lo logrado evitando que una lesión grave te haga perder todo lo ganado mediante una buena carrera. Para el club era importante mantener la estructura de ese equipo que tenía un buen rendimiento y de ese jugador que había demostrado su valía en el terreno de juego y que también era un valor en el vestuario. Mejor eso que quedar expuesto a perder al jugador y tener que acudir a un mercado que no siempre te ofrecía lo que tú demandabas. Este esquema se alteraba cuando llegaba una oferta excepcional para una de ambas partes y se comenzaba a trabajar en un traspaso que se entendía bueno para todos y que activaba en el club el conocimiento de su red de scouting para determinar el mejor sucesor para el talento que salía.
Por supuesto que este esquema es también posible en este momento y que el mecanismo es válido en estos tiempos, pero hemos ido viendo cómo diferentes formas de trabajo se han ido introduciendo en el mundo del fútbol.
Por un lado, los clubes que empezaron a adelantar su proceso de fichaje y obtuvieron el acuerdo de jugadores que iniciaban su penúltima temporada de contrato y que se comprometían a no renovarlo y llegar con la carta de libertad a su nuevo destino. Ya, ya sé que la norma de FIFA impide poder negociar con jugadores hasta los últimos seis meses de contrato, pero siempre han existido las conversaciones informales, las discusiones solo de intenciones, los mensajes subliminales… vamos toda aquella comunicación que no es explícita y que permiten a jugador y club mantenerse dentro de la legalidad.
Este sistema favorecía la economía de los clubes que obtenían jugadores de alta calidad a coste cero y permitía al jugador implicado y a su agente disfrutar de jugosas primas de fichaje que hacían de este tipo de operación un modelo muy apreciado.
Claro que, como todas las cosas de esta vida, el tema tenía aristas y problemas. Uno de ellos venía del riesgo en el que entraba el sistema de financiación general de los clubes y que está basado en la venta de jugadores y la posterior inversión en talento más barato y de contratos más bajos. El dinero del fútbol se quedaba en el fútbol para seguir echando carbón a la maquinaria.
El segundo tenía que ver con qué hacíamos con ese jugador que no quería renovar y de quien nuestras informaciones del mercado nos decían que tenía un acuerdo con otro equipo, aunque legalmente no pudiera tener ningún documento que lo sustentase. Esto podría ser verdad y no producirse nunca, véase caso Dembélé.
Y aquí llega una de las discusiones preferidas de este verano en el que se ha hablado más de economía que de verdadero fútbol. La primera versión siempre es represiva, contundente y dura, o sea, jugador a la grada y problema resuelto. Claro que eso genera siempre problemas porque ese jugador también entrena e interactúa en el día a día del equipo y puede ser una fuente de energía negativa diaria y continua. Y perdemos su talento en el campo.
Es por eso que mi opción siempre ha estado en que lo que pagamos lo utilizamos, eliminamos las excusas dentro del vestuario y seguimos contando con un jugador de alto valor competitivo. Claro que toda norma puede, y debe, tener sus excepciones, siempre.
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