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El granítico Djokovic detiene a Kyrgios y eleva en Wimbledon su 21º grande

El serbio remonta con maestría (4-6, 6-3, 6-4 y 7-6(3) y celebra su séptimo título en Londres, con el que iguala a Sampras y recorta diferencias en el pulso con Nadal

Djokovic besa el trofeo de campeón, este domingo en la Centre Court de Wimbledon.
Djokovic besa el trofeo de campeón, este domingo en la Centre Court de Wimbledon.Kirsty Wigglesworth (AP)
Alejandro Ciriza

Se arrodilla Novak Djokovic y hace el avión, lanza corazones hacia las tribunas. Ya ha rendido a Nick Kyrgios en una final que primero ha tenido que enderezar y que luego ha resuelto con el piloto automático: 4-6, 6-3, 6-4 y 7-6(3) (en 3h 01m). Es la séptima vez que conquista Wimbledon, la cuarta sucesiva, y atrapa así al tenista que tanto le inspiró, Pete Sampras, y también la referencia antigua de William Renshaw. Es un hombre feliz. Acaba de alzar su 21º grande y después del turbulento inicio de año en Australia se reengancha a la gran carrera histórica, en la que el suizo Roger Federer (20) queda un metro por detrás y Rafael Nadal (22) está ahora a uno por delante.

Suenan los fuegos artificiales desde el calentamiento, hay diversión desde el principio. El virguero Kyrgios dibuja un tiro por debajo de las piernas y el público de La Catedral se relame y le jalea porque sabe que se avecinan emociones fuertes. Tenis a todo trapo entre dos virtuosos que a cada envite del uno, replican con un golpe todavía más exquisito; envíos aterciopelados cuando procede y violentos cuando deben resolver un punto a las bravas. Un millón de trucos. Dos prodigios antagónicos. Y, también, de entrada, la confirmación de que el australiano va muy en serio y no quiere dejarse ir. Deja los brotes circenses para otro día y aborda al serbio en forma de tromba.

Una doble falta de Nole abre el partido y desde ese instante el murmullo flota durante toda la tarde en la central. Su academicismo contrasta con el caos armonizado del rival, ese niño gordito que sufrió el bullying y que hace dos años padeció una depresión, autolesiones incluidas. Historión el de Kyrgios, también el de Djokovic; hijo de la guerra el balcánico. Los dos chicos malos del tenis moderno en un cara a cara a pecho descubierto. El australiano tatuado luce muestrario e intenta desconcertar con el saque de cuchara, un ace de segundas, abordajes que obligan a Nole a un constante ejercicio de escorzos y posturas imposibles. Siente la zozobra el ex número uno.

La grada no se decanta con claridad, aunque pesa la sensación de que Londres prefiere una inscripción novedosa en el historial. Se rebobina veinte años atrás y aparece el nombre de Lleyton Hewitt, el último australiano que se apoderó del verde; y al hacer el repaso, la hegemonía de Djokovic tiene reflejo en las cuatro últimas ediciones: son 28 triunfos consecutivos desde entonces, cuatro cetros consecutivos. Una barbaridad. Demasiado para el cheposo Kyrgios, con ese estilo tan peculiar y heterodoxo, barriendo con el revés y matando moscas con la derecha. Imprevisible, y a la vez certero para sellar el primer parcial con un trallazo que, ahora sí, hace que a la grada se le vea el plumero.

Dos volcanes contenidos

Lejos de mellarle el ánimo, el estruendo aporta vitaminas al tenis de Djokovic, el chacal durmiente que había ido dejándose sets en dirección a la final, y que vuelve a encontrar un revulsivo en la concesión de este último. A mayor adversidad, mejor Nole. La vieja historia de siempre. Aguanta estoicamente el chaparrón ofensivo del australiano y contragolpea como él sabe. El arte de caminar sobre las brasas. Picotazo a picotazo, a base de linealidad, equilibra y empieza a conducir el duelo hacia el territorio que más le favorece. Levanta tres bolas de break, cierra la segunda manga con fortuna (golpe en la cinta) e impone.

Son dos volcanes contenidos, dos torbellinos controlando su naturaleza. Transcurre todo muy parejo y crece la tensión. Un finísimo hilo sostiene al australiano. La tierra del fondo pelado le hace resbalar un par de veces al de Belgrado, que empieza a manejar los tiempos y aprieta en el momento más oportuno a un rival que le ha aguantado el pulso. No obstante, emocionalmente Kyrgios transita sobre una cornisa muy frágil y hasta el más mínimo suspiro puede llegar a desestabilizarle. Pese a la progresión de estos días, está cogido con alfileres. Hace un primer aspaviento hacia su box y luego se enzarza con una espectadora que ha emitido un sonido durante el saque, resuelto con una doble falta.

“Está borracha como una cuba en la primera fila, hablando conmigo en medio del partido. Parece que se ha tomado unas 700 copas, hermano. ¡Esto es una p… broma!”, le grita al árbitro, el francés Renaud Lichtenstein, que capea como puede el temporal y suspira de alivio cuando el damnificado compensa con dos saques directos. Contra todo pronóstico, Kyrgios ha logrado contener el cortocircuito. Y entretanto, Djokovic sigue a lo suyo, muy pétreo, muy Djokovic, delineando; solo 17 errores; extiende los intercambios y erosiona con su joystick hasta que clava las garras y se sitúa definitivamente por delante, parcial arriba. Está exactamente dónde y cómo quería estar.

Del esperpento a la redención

En esas se va al vestuario para ponerse delante del espejo y mantener una de esas charlas consigo mismo que, dice, le tranquilizan y a la vez la aportan las alas necesarias para redondear bien la faena. Kyrgios, mientras, está clavado en la silla y mantiene la compostura. En otros tiempos quizá hubiera estallado, pero no ahora; después de mucho fuego y mucha verborrea contra el serbio, los chicos malos de la clase se han hecho colegas. Quizá no amigos, pero hay respeto y se percibe en la pista. Tras ocho minutos de introspección, Djokovic reaparece inmaculado y la posibilidad de que el adversario (30 aces) le dé la vuelta a la historia se antoja muy complicada.

Teje y teje Nole, resuelve con jerarquía el tie-break y así triunfa otra vez en Londres y encuentra algo parecido a la redención. Del esperpento de Australia a este desquite en Wimbledon, tres fases: el calvario, el purgatorio y la gloria. Lo ha intentado Kyrgios, el Kyrgios más aplicado y concienzudo que jamás se haya visto, pero no le alcanza. Por cuarta edición consecutiva, séptima vez, Djokovic se eleva y mastica la hierba de La Catedral, que añora al adorado rey Federer y asiste con gesto serio al insistir de otro fenómeno que reclama las llaves del jardín.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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