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Rodrigo Corrales: “Necesito hablar, vaciarme con mi entorno, para soportar la carga mental de la portería”

El meta gallego del Veszprem húngaro de balonmano, de familia de marineros, llega a la Final Four en busca de su primera Champions tras sufrir hace una semana su “peor derrota”

Lorenzo Calonge
Rodrigo Corrales
Rodrigo Corrales durante el Barcelona-Veszprem de Champions de esta temporada.NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Gran parte de la familia de Rodrigo Corrales (Cangas de Morrazo, Pontevedra; 31 años) eran pescadores de altura, de los que se iban seis meses a Canadá, las Malvinas o las Seychelles. A él aquello siempre le dio miedo, aunque de vez en cuando fantasea con la idea de hacer una ruta de Galicia a Namibia cuando se retire. Le han dicho que hasta Canarias el barco se mueve un poco, pero luego ya todo está en calma. Lo suyo siempre fue el balonmano (previo paso por el fútbol) y, sobre todo, la portería, en la que aterrizó por una cuestión tan aleatoria como la altura. “De pequeño les sacaba dos cabezas a mis amigos. Ellos no llegaban a los balones y yo los paraba por centímetros. Nadie quería ser portero y yo, sí”, recuerda ahora desde sus 2,02 de verticalidad.

Este gallego políglota (habla castellano, catalán, francés, inglés, polaco y portugués, además del idioma de la tierra) y de discurso generoso anda metido en una semana volcánica con su club, el Veszprem (Hungría), y la cosa no empezó bien. El pasado sábado, en el partido que decidía la Liga, un tanto en el último segundo del Pick Szeged que entrena el español Juan Carlos Pastor y el golaverage le dejaron sin título. “Mi peor derrota”, sentencia. “Aquí, además, la rivalidad entre los dos equipos es muy fuerte”, apunta.

Y con esa herida aún en carne viva se presenta este sábado en la Final Four de la Champions de Colonia “con una vida extra” y espíritu “estoico”. En semifinales se enfrenta al Kielce (15.15) de la familia Dujshebaev (Talant entrena a sus hijos Álex y Dani) y, si gana, se cruzaría el domingo (18.00) en la final con el vencedor de la otra semifinal, el Barcelona-Kiel (18.00, todos por Dazn). Su club nunca ha ganado la Liga de Campeones, así que el escenario de revancha es a lo grande, y más en un país donde el balonmano le mira a la cara al fútbol. “Este año no ha habido un gran dominador, como el Barça el pasado. Veo una Final Four más abierta que nunca”, analiza.

Si te meten 25 contragolpes, no vale decir que te han lanzado desde seis metros. Hay poco lugar para excusarse

Como siempre en este deporte, y más en una cita tan crítica como esta, resultará muy difícil que un equipo levante el trofeo sin el funcionamiento de su portería, sometida a un estrés continuo. “A un entrenador no le puedes decir que has parado cuatro, pero has lanzado cinco contraataques. Quiere que pares 10 o 15, y luego ya veremos con el resto. Si te meten 25 contragolpes, no vale justificar que te han lanzado desde seis metros. Alguna hay que acertar, te responderán. Hay poco lugar para excusarse”, advierte con énfasis Corrales.

“Los porteros somos los que más nos comemos la cabeza, los que más analizamos y los más fuertes mentalmente. Nos acordamos hasta de un amistoso de hace cinco años. No tenemos el balón en la mano, eso ya es frustrante. No fallas o aciertas solo por lo que haces, sino por lo que hace también el atacante. Yo puedo saber hasta lo que desayuna Álex Dujshebaev, pero luego está el talento. Para un entrenador también puede ser duro estudiar un partido perfectamente, que el equipo juegue bien, y que el portero rival lo detenga todo o que el tuyo no pille una”, desarrolla el gallego, que tiene como preparador al mítico Arpad Sterbik, su vecino en Veszprem (unos 70.000 habitantes), alguien que “habla muy poco de sí mismo para todo lo que ha sido”, puntualiza el gallego.

Era un estudiante aplicado y bueno en Letras. Me gustaba lo de rimar. Hice dos años de Periodismo

La mochila mental es indisoluble a la profesión de portero de balonmano, una de las disciplinas donde lo que ocurre bajo palos condiciona más el resultado de un encuentro. “De momento, no he necesitado ayuda de un profesional para soportar esa carga. Pero sí necesito hablar, exteriorizar y vaciarme con la gente de mi alrededor. Algunos te dicen que puedes mostrar tus debilidades, pero yo me quedo tranquilo. Al hacerlo te das cuenta de que el resto ha pasado por esas situaciones. Y si llega un día en que todo esto no me vale, iré a un profesional, a un coach. Cada vez el deporte está más expuesto a la crítica rápida. Y eso que hablamos de balonmano, no me quiero imaginar el fútbol”, reconoce Corrales, fijo con la selección española, con la que ha acumula 111 internacionalidades y cinco medallas.

Él llegó a la cantera del Barcelona con 15 años. El primer equipo fue a Pontevedra a disputar la Supercopa y, después de tenerlo todo cerrado hacía semanas, en el avión de vuelta se montó el joven Rodrigo. “Pasqui [Xavi Pascual, entrenador azulgrana hasta la pasada campaña] me dejó en La Masia porque faltaban unos días para que abriera la Blume. Allí entrenábamos a las siete de la mañana, luego desayuno, colegio, comida y otra vez a entrenar. A las 11 de la noche ya estaban las habitaciones apagadas. Ahí estuve hasta los 18″, relata Corrales, que confiesa que era un alumno “bastante aplicado y bueno en Letras”. “Una profesora nos mandó una redacción y yo la hice en modo poesía. Me puso un 10. Me gustaba lo de rimar y la improvisación. Y luego hice dos años de Periodismo”, comenta con satisfacción.

Una rutina entre versos y porterías a la que no tardó en unirse desde Toledo Gonzalo Pérez de Vargas, meta actual del Barça, amigos estrechos (el cangués será padrino de la boda del azulgrana) y pareja indiscutible en España. Para algunos, el mejor dúo de un equipo nacional. Los dos llevaron vidas paralelas (incluso compartieron piso) hasta que Corrales optó en 2017 por irse al gigante del PSG. Allí también persiguió sin éxito la Champions, igual que desde 2020 en el Veszprem. Esta será su tercera Final Four y la lista de desquites pendientes se le acumulan.

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