Gales resiste a Ucrania y Gareth Bale tendrá su Mundial
La selección del exmadridista se impone con un gol en propia puerta en un partido en el que se vio superada en el juego
Cuando todo acabó y Gales y Gareth Bale habían logrado su billete para el Mundial de Qatar, el cantante de 78 años Dafydd Iwan volvió a salir al césped, como antes del partido, a entonar el Yma o Hyd (Aún seguimos aquí), un himno de resistencia galesa que compuso en 1983 y con el que se desgañitó el Cardiff City Stadium, que seguía a rebosar más de media hora después de que hubieran derrotado a Ucrania. Y sí, habían resistido, habían soportado todos los arreones de los ucranios, que controlaron el juego, provocaron más peligro y terminaron desolados y orgullosos, empapados de lluvia y llanto, y ovacionados por su gente y también por la que al principio no era su gente. “Por favor, no olviden lo que pasa en Ucrania estos días”, pidió el seleccionador Petrakov.
Había concluido una tarde de voltaje emocional mayúsculo. De un lado, Gales, para quienes hacía ya demasiado de la última vez, 64 años. Del otro, Ucrania, que jugaba bajo la formidable incertidumbre de no saber si esta sería su última vez para intentarlo. El contexto, la invasión de Rusia, la guerra, la devastación, todo; ese paisaje operaba en el ambiente. También latía en la terraza del pub Sand Martin, a pocos metros del estadio, donde decenas de galeses entretenían el tiempo hidratándose antes del encuentro. Cuando faltaba algo más de una hora, atravesó por allí el autobús de la selección ucrania y los parroquianos soltaron las pintas y las latas de San Miguel y aplaudieron al paso lentísimo del rival hacia la caldera roja de su estadio. Había algo conmovedor en ese deslizarse, en los aplausos como de homenaje a una tropa de destino incierto.
También recibieron una acogida considerada en el césped. Palmas contenidas, y el “Ucrania, Ucrania” de la esquina en la que se situaba su gente, unos 2.000. Pero ahí concluyeron las cortesías. Había un partido de fútbol por delante. Bajo una lluvia fina y pertinaz programada para la hora del duelo, después de un fin de semana de manga corta y parques repletos en Cardiff. Y el partido iba a ser bronco, de pie duro, choque y unos cuantos patadones para espantar el miedo. También de explorar cualquier grieta, cualquier desatención. En eso, y en casi todo, el más hambriento era Zinchenko, lateral izquierdo en el City, interior, manija y empuje en Ucrania.
Dominó el fútbol y también sus alrededores. Cuando se habían jugado solo dos minutos, el árbitro, Mateu Lahoz, señaló una falta a treinta metros de la portería de Hennessy. Mientras Bale protestaba y sus compañeros terminaban de hacerse a la idea de que aquello había empezado, Zinchenko vio al portero fuera de sitio y pateó a la red. Mateu le dijo que no fuera tan rápido, que aún no había ni echado la espuma sobre la hierba, y mandó repetir.
El del City quería el billete a Qatar a toda costa, quizá más que nadie en el campo. También fue quien mejor entendió el partido. Encontró espacio entre líneas, manejó los tiempos al lado de Malinovskyi, repartió el juego y disparó el peligro en cuanto desordenaba a Gales. Con pases, con tiros. Varias de las mejores ocasiones fueron suyas, o a partir de él. La grada se intranquilizaba y cualquier cosa los aliviaba ante el zarandeo de Ucrania. Los córners se cantaban como goles, y un control asombroso de Bale en el área disparó el entusiasmo. “Viva Gareth Bale”, así, en español. Pero la pelota se le escapó enseguida.
Pese al chaparrón bajo el chaparrón, Gales encontró antes la portería. Bale puso una falta al área y la cabeceó Yarmolenko. En propia puerta. El exmadridista corrió hacia la tribuna a golpearse el pecho de brazos abiertos. Se atribuyó el gol, como estaría dispuesto a atribuírselo cualquiera en el estadio, un recinto pleno de fe en él..
Fue la primera de las tres grandes carreras del galés esa tarde. La segunda fue cuando Mateu pitó el final, con él ya en el banquillo y bajo el acoso incansable de los ucranios, que rondaron el gol una y otra vez. Pero resistieron, como cantó al final el legendario Dafydd Iwan. La tercera de las carreras fue con sus compañeros hacia el fondo más caliente, a deslizarse sobre las panzas y exhibir el desahogo de una victoria que los llevará a Qatar y dejó el bello sueño de la Ucrania atacada a un palmo de la orilla del Mundial.
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