Víctor Gutiérrez, waterpolista y Secretario de políticas LGTBI del PSOE: “No vale la pena vivir detrás de una careta”
El deportista repasa su trayectoria personal, desde que a los ocho años le llamaron maricón hasta que salió públicamente del armario y dio el salto a la política para defender los derechos del colectivo
Dentro del agua es una fuerza de la naturaleza. Fuera, un hombre tranquilo. Víctor Gutiérrez (Madrid, 31 años) lleva las cicatrices por dentro. Fue portada de la revista Shangay como el primer deportista español en una disciplina de equipo en salir del armario. Hoy, mientras sigue jugando al waterpolo en el club La Latina (el próximo curso lo hará en el Canoe) es el Secretario de Políticas LGTBI del PSOE.
Pregunta. ¿Por qué el waterpolo?
Respuesta. A los dos años ya nadaba. No tenía miedo al agua. Con ocho años entré en el club La Latina y después de tanto tiempo, y que me perdonen los nadadores, contando baldosas, tener un balón y dos porterías fue amor a primera vista.
P. ¿A qué se dedicaban sus padres?
R. Mi padre era gerente de McDonalds en España. Murió cuando yo tenía 13 años. Mi madre ha trabajado en Iberia, ha sido una de las secretarias de los muchos presidentes de los últimos 30 años. Y tengo un hermano un año más joven que yo que es uno de mis mejores amigos.
P. Entró en el CAR con 16 años.
R. A esa edad comprendí que me quería dedicar al waterpolo, llegar a la élite. En el CAR entré en una burbuja, a entrenar mañana y tarde. Mis compañeros de clase eran mis compañeros de equipo. Fueron dos años fantásticos. Crecí como persona.
P. ¿Cuándo fue consciente de su condición sexual?
R. Esa pregunta es muy difícil responderla. ¿Se nace o se hace? Por supuesto que se nace. Con 12 o 13 años, cuando empecé a tener instinto sexual, mis compañeros hablaban de chicas, incluso alguno traía una revista, y yo me daba cuenta de que a mí eso no me interesaba. Pero sentía que era el único. Me daba miedo. La primera vez que me llamaron maricón, tenía ocho años y tuve que preguntar lo que significaba. El primer contacto con lo que suponía ser una persona homosexual fue dos chicos mayores que me llamaron maricón. Yo dije: “Si esto va a ser algo por lo que la gente me pueda atacar, yo no quiero ser eso”. Me dediqué a hipervigilarme, a analizar cada cosa que hacía, cómo andaba, cómo me sentaba, cómo comía, para intentar que aquello por lo que me habían atacado no volviera a aflorar. Lo hice para sobrevivir. Cuando afloró mi identidad, yo no supe gestionarla. Me puse una careta y me dediqué a ser otra persona.
P. ¿Cuándo dio el paso para ser la persona que es?
R. A los 17 años le conté a mi mejor amigo quién era. Hasta entonces esa etapa la viví solo. Llevé mi identidad con miedo y sobre todo con vergüenza. Eso es algo terrible. Sentía vergüenza de ser quién era. Fue un camino largo durante casi 10 años el que me costó quererme y abrazarme un poquito. Con 17 años para mí era más importante el poder ser yo de verdad, dejar de fingir, que todo lo que había conseguido hasta ese momento. Estaba en el CAR y pensaba que decir que era gay me podría obligar a dejar el deporte. No sabía si se iban a meter conmigo, si eso me iba a empujar a tener que dejarlo por el acoso. Aun así, ese miedo era más pequeño que la necesidad de poder ser yo. Y por eso, lleno de miedo e inseguridades, se lo dije a mi amigo. Él me respondió: “¿Cuál es el problema? Tú eres mi mejor amigo, lo vas a seguir siendo y te voy a querer igual”. Eso me dio mucha confianza y fue el primer paso para todos los que llegaron después.
P. ¿Contarlo a la familia fue más difícil?
R. Mi hermano siempre lo ha sabido, es como una extensión mía. Mi madre, después de mi primer año en la universidad, donde podía ser yo, sin miedo, me preguntó si tenía que contarle algo importante. “Víctor, soy tu madre, que sepas que te voy a querer y que voy a estar siempre a tu lado para apoyarte y que me gustaría formar parte de tu vida, seas quien seas”, me dijo. Primero le solté que no me agobiase. A los pocos días le dije que era homosexual. Mi padre ya había fallecido y nunca llegó a saberlo.
P. ¿Cómo decidió salir en la revista Shangay?
R. Uno de los pasos más importantes de mi vida ha sido visibilizarme, salir públicamente del armario. Conocía al director de la revista y me dijo lo interesante que sería que un deportista de primer nivel diese ese paso. Primero pensé que era exponerse mucho, pero esa semilla quedó en mi cabeza y llegué a la conclusión de que soy una persona privilegiada, que disfruto de una serie de derechos y libertades por los que no he peleado. Una generación LGTBI anterior a mí ha luchado por hacer más fácil la vida de gente como yo. Y sentí la responsabilidad de recoger ese testigo y poner mi granito de arena. Decidí compartir mi testimonio para lanzar el mensaje de que se puede ser homosexual y llegar a la élite del deporte, y que hay que perder el miedo. No merece la pena vivir detrás de una careta, en un armario, porque la vida es demasiado corta y maravillosa como para vivirla con miedo.
P. ¿Qué sintió al ver la portada?
R. Pánico. Me dije: “¿Qué he hecho? ¿Quién me manda a mí meterme en esta historia con lo cómoda que está siendo mi vida?”. Era miedo a lo desconocido. Sabía que mi vida estaba a segundos de cambiar para siempre.
P. ¿En qué cambió su vida?
R. Muy poco, porque tenía a mi equipo y a mis amigos, lo importante no cambió. Pero pasé a ser un personaje público. Lo más bonito para mí fue la cantidad de gente que conoció mi historia y me hizo partícipe de la suya. Y ahí me di cuenta de lo afortunado que soy por no haber sufrido tanto como otras personas y de lo importante que es que haya referentes positivos. La gente necesita historias que les empoderen. Hoy me siguen llegando mensajes de gente que, gracias a conocer mi experiencia, ha tenido el coraje para hablar con sus familias y decirles que son homosexuales o trans. Eso vale más que cualquier medalla.
P. En 2021, jugando con el Terrassa, en un partido un jugador del Sabadell [el serbio Nemanja Ubovic] le llamó maricón.
R. Hay que quitarles el significado a las palabras que nos hacen daño. A mí ya me había pasado más veces compitiendo que me habían llamado maricón. Al final las personas LGTBI desgraciadamente normalizamos ese tipo de situaciones; normalizamos que nos insulten en clase, en los equipos, en el colegio, en el trabajo, porque lo llevamos escuchando toda la vida. Siempre he justificado que a 200 pulsaciones todos podemos decir cosas de las que nos arrepintamos, pero tras el partido me negué a darle la mano y me lo volvió a llamar. Me afectó mucho y cuando llegué a casa pensé que si eso me pasa a mí, con 30 años, en la élite del deporte y con herramientas para denunciarlo, qué no le va a pasar a un niño o una niña en un vestuario, en el patio de un colegio. Porque esto pasa todos los días y yo no podía ser cómplice. Hice un vídeo y me convertí en el protagonista involuntario de la primera sanción en el deporte español por homofobia.
P. ¿Le pidió perdón?
R. Nunca jamás se disculpó.
P. ¿Conoce a deportistas de otras disciplinas que están en el mismo punto que estuvo usted y no se atrevan a dar el paso?
R. Sí, es triste decirlo, estamos en España en 2022, pero todavía hay muchísimos deportistas que sienten miedo a decir quiénes son verdaderamente, a perder un contrato publicitario, a los insultos de la grada o la reacción de los compañeros.
P. ¿Falta romper el tabú en el fútbol masculino?
R. Cada vez hay más referentes. Carlos Peralta, Vanesa Caballero, Mapi León, Marc Tur… pero seguimos echando en falta referentes en el fútbol y el baloncesto masculinos. Es el mayor termómetro de todo lo que nos queda por hacer hasta la igualdad.
P. ¿Conoce a algún futbolista gay en la élite?
R. No. Entiendo el miedo que puedan sentir, incluso a mandar un mensaje. En el fútbol todo se multiplica por 10. Hay mucha gente que piensa que es más fácil ser lesbiana en el deporte que gay. No es cierto. Eso tiene que ver con los roles de género y se llama discriminación cruzada. Responde a cómo tenemos en la cabeza construido el deporte. Seguimos teniendo la cajita de chicos y la cajita de chicas en nuestra mente. En el imaginario colectivo hay deportes para chicos y deportes para chicas. Que una futbolista salga del armario no le sorprende a nadie, o que un hombre que hace ballet o patinaje sobre hielo diga que es homosexual. En el fútbol confluye lo más tóxico del machismo. En los estadios vemos comportamientos que no hay en canchas de baloncesto o en piscinas. Es donde hay el mayor volumen de comportamientos que la sociedad tiene que eliminar. Si un futbolista diese ese paso, sería no solamente algo muy importante para el colectivo LGTBI, sino para toda la sociedad. Ayudaría a muchísimas personas heterosexuales a comprender que se puede llegar a la élite del deporte más seguido de España siendo homosexual.
P. ¿Cómo ha sido el salto a la política?
R. Desde que la ultraderecha entró en el panorama político comprendí que tenía que dar un paso más. Se ha producido un aumento de los discursos de odio y de agresiones. Los delitos de odio han aumentado en estos últimos cinco años muchísimo, y a mí eso me hizo reflexionar. En octubre se celebró el 40 Congreso Federal del PSOE y fui invitado a dar una pequeña charla; fue una sorpresa que tanto el presidente Pedro Sánchez como Adriana Lastra, la vicesecretaria, quisieran contar conmigo para la primera secretaría LGTBI en el Partido Socialista, un partido que tiene referentes como Pedro Zerolo, Carla Antonelli… Es el partido que ha traído todos los avances al colectivo LGTBI en este país. Acabamos de acompañar la nueva ley Zerolo, una ley que se ha aprobado y que va a devolver la dignidad a muchísimas personas de minorías históricamente discriminadas.
P. ¿Qué es lo peor que se encuentra?
R. Me duele que haya partidos que quieran recortar los derechos que tantísimo tiempo nos ha costado conseguir. Por ejemplo, pedimos que se penalicen las terapias de conversión, en las que supuestamente van a curar la homosexualidad. Eso es terrible.
P. ¿El Víctor de hoy qué le diría al Víctor de ocho años?
R. Le diría a mi yo de ocho años que no está solo y que va a ser muy feliz. Y sobre todo, que se quiera, porque la falta de cariño que arrastré me ha dejado algunas cicatrices. Que sea fuerte, que sea valiente.
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