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Area di rigore
Columna
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Domingo de Pascua: Dios o fútbol

Italia sigue sin disputar encuentros el día de la Resurrección de Jesucristo, única concesión a la vieja aspiración de la Conferencia Episcopal de liberar del balón los domingos

Dusan Vlahovic celebra su gol el pasado sábado.
Dusan Vlahovic celebra su gol el pasado sábado.MASSIMO PINCA (REUTERS)
Daniel Verdú

El cielo y el estadio rivalizaron siempre por la comunión de sus fieles en domingo. La lucha se construyó en el siglo XIX, y ninguno de los dioses escatimó en una guerra de la que dependería su supervivencia en los siguientes 150 años. El fútbol, un deporte sostenido por el ocio obrero, encontró en el domingo el único momento para congregar a la parroquia y entregarse a los 90 minutos que permitían olvidar el sabor amargo de la semana. Y ganó por goleada. Pero en algunos lugares, como en Italia, el frente religioso no se resignó. La Conferencia Episcopal luchó hace décadas sin gran éxito por eliminar el fútbol los domingos. Y cuando la Serie A decidió adelantar los partidos a las 12.30 estalló la guerra definitiva. “Se trata de una invasión de campo”, proclamó encolerizado el obispo de Bérgamo, monseñor Carlo Mazza. Otra cosa era el domingo de Pascua, territorio vetado todavía al sur de los Alpes para el balompié.

El domingo de Pascua en Italia se come cordero y la famosa colomba, un panettone revisitado con almendras y esforzada forma de pichón (llegará a España, verán). Pero el viejo ayuno de Cuaresma se mantiene para el fútbol. En marzo de 2017, sin embargo, estuvo a punto de jugarse un Roma-Atalanta. Un encuentro retrasado para darle la bendita oportunidad a los giallorossi de descansar tras el encuentro disputado la anterior semana contra el Lyon. Una herejía de ese tipo no tenía lugar desde el 26 de marzo de 1978. Y claro, la Iglesia italiana, siempre bajo el severo influjo del Vaticano -el Papa es el obispo de Roma-, no podía hacer mucho contra el deseo de la grada. “La última frontera, la del respeto por una festividad religiosa sentida por la mayoría, está a punto de ser derribada”, señaló en su crónica TV2000, el canal de los obispos. Por suerte para el ánimo general, los giallorossi no lograron darle la vuelta a la derrota sufrida en la ida en el campo del Lyon y no hizo falta llamar a filas para la guerra santa.

Algo parecido había sucedido en 2004, cuando se anunció un decisivo Perugia-Inter para el domingo Pascual. La Conferencia Episcopal Italiana montó en cólera. Y el arzobispo de Perugia (Umbría), Monseñor Giuseppe Chiaretti, recio en lo moral y exuberante en adjetivos, se despachó a gusto: “Es el último signo de la degradación, humana y moral, hacia el que se ha encaminado cierto deporte y cierto fin de semana. Como ha dicho precisamente hoy el Papa, [el fútbol] encadena a las personas a un horizonte tan estrecho que les impide ver el cielo”. Y así fue como, de repente, la Pascua hizo extraños compañeros de cama. Y la Iglesia se sumó a aquello de Odio eterno al calcio moderno y proclamó que el deporte ya no era lo que había sido hasta entonces. El negocio, los derechos televisivos, se habían apoderado de la esencia de todo aquello. Y se quedaron tan anchos.

La historia, sin embargo, es caprichosa. Porque el fútbol, que celebró su primer encuentro oficial un sábado (el del 19 de diciembre de 1863), fue uno de los motores de los sindicatos en el Reino Unido para que la semana laboral se acortase y los sábados comenzaran a ser festivos. Ambos fenómenos nacieron juntos. Y, en realidad, fue un involuntario aliado de la Iglesia para trasladar el ocio más terrenal –”recreación racional”, lo llamaron entonces- a un día que no compitiese con la espiritualidad dominical. Justo lo que querría todavía la Conferencia Episcopal Italiana: jugar siempre en sábado y en lunes, tal y como ha sucedido esta jornada en la Serie A. Hoy, día festivo también (Pasquetta), se enfrentan el Atalanta contra el Verona y el Nápoles contra la Roma. Dos encuentros que invitan a pensar en la muerte, la resurrección y el paraíso a ya solo cuatro jornadas del final del campeonato. También en la penitencia de algunas aficiones, como la romana, que sufrirá de lo lindo para entrar en Europa. Pero tranquilos, el domingo que viene abren de nuevo los estadios. Y las iglesias.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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