Las estupideces del nuevo fútbol
El arbitraje se inventa un problema que no respeta el espíritu del reglamento y le buscan una solución que se aleja de la naturaleza del juego
Intrusos al volante. El fuera de juego de Mbappé nos puso ante una de las más odiosas realidades del nuevo fútbol. Un juego que se enfermó de importancia por efecto del éxito planetario. Éxito popular, emocional, mediático, económico… El resultado es que, atraídos por el negocio, esto se llenó de intrusos. Cada vez más expertos en áreas más pequeñas que animan un flujo interminable de problemas menores que nadie les pidió que descubrieran ni que solucionaran. El arbitraje es un ejemplo: se inventan un problema que no respeta el espíritu del reglamento y le buscan una solución que se aleja de la naturaleza del juego. Para implementarlo, hay que poner árbitros en todos lados. Árbitros visibles que deciden, árbitros invisibles que revisan la decisión y árbitros que lo explican en los medios de comunicación haciendo difícil lo que debería ser fácil. Todos, especialistas que exprimen el fútbol y lo alejan de su dueño: la gente.
Sabios, invisibles, baratos. El fútbol está lleno de gente decente y capaz. Desde el máximo nivel hasta el pueblo más remoto, gente apasionada juega, entrena o dirige con honestidad. Honor a esos apasionados que, desde el profesionalismo al amateurismo, honran el juego. Están en todos los rincones del país y les debemos buena parte de los Gavi, Ferran, Oyarzabal y Cía. Tipos vocacionales e invisibles que cobran limosnas por transmitir conocimiento y pasión. Voy a dar una prueba más de que a este juego lo está gobernando la estupidez. En momentos de gran crisis económica, está bien que conviertan a los futbolistas en hombres anuncios, que vendan camisetas de todos los colores y que hagan giras estelares. Pero en este negocio, lo único crítico es el producto, y se llama fútbol. No reconocer y compensar adecuadamente a los formadores para que hagan del conocimiento una profesión digna raya la irresponsabilidad.
Ganadores morales. ¿Y qué? Hay una gran trampa cultural en la que todos estamos metidos y que en su enunciado más simple dice: la vida es una competición y solo se salva el que gana. El fútbol se ha ensartado en esa dinámica como si fuera El juego del calamar, aunque de momento las víctimas son solo morales. España perdió la final de la Liga de las Naciones acumulando tantos méritos que es una idiotez supeditar las opiniones al indiscutible resultado. ¿Cómo jugó? Con valentía, atrevimiento, espíritu de cooperación, responsabilidad individual, ambición y un juego atractivo que puso en valor a jóvenes talentos. ¿Fue mejor? De principio a fin. ¿Qué le faltó? Lo que a Francia le sobra en estos momentos, jugadores diferenciales. Son muy pocos los que nacen para ser primera línea y Francia tiene a más de uno. España, aún no. Perdió por eso y porque la suerte eligió a Francia. Pero el orgullo de ser mejor fue todo para España.
Un jugadorazo con mensaje. Oyarzabal no es un jugador fino, tampoco es hábil en el sentido puro de la palabra ni especialmente rápido para los estándares del fútbol actual. Como es más eficaz que atractivo, creo que lo subestimé. Pero ya veo a Oyarzabal como un jugadorazo con una inteligencia superior para jugar y para vivir. Para jugar, porque en la confusión del ida y vuelta en la que se convierten tantos partidos, detecta y conquista los espacios con el instinto del explorador. Pero esta definición se me ha quedado corta después de sus actuaciones contra Italia y Francia, donde dio dos asistencias con música para Ferran, y marcó un gol con un imparable tiro seco en la final. Y para vivir, porque entiende el fútbol desde el compromiso hasta el punto de haberse convertido en una bandera para la Real Sociedad. Un hombre, en fin, que con solo 24 años es un mensaje andante para las nuevas generaciones.
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