Luis Enrique Club de Fútbol
El asturiano es como es y lo único que le importa es su obra en el campo. Se siente un líder y es un líder
Lo dijo el primer día al llegar a la selección, sin Messi mediante: “El líder soy yo”. Hoy la reverdecida selección es más que nunca una idea. La del entrenador, claro. Porque en el universo Luis Enrique, Luis Enrique se lee a sí mismo y habla consigo mismo. Su corpus es de lo más limitado. No se ocupa de conciliar con el exterior y le va el tratamiento de choque con la mediosfera. Lo asume sin fingir, sin gaitas, lo suyo no es hechizar, sino su obra en el campo. Su exposición mediática le desagrada, ahora y como futbolista. Un maldito engorro. No le va la lírica.
Su único centro del escenario es el andamio desde el que tutela con firmeza al regimiento, al que pide conjura extrema con su doctrina. No le importan las edades, ni los clubes de procedencia. Y no digamos el qué dirán y las tabarras a su alrededor porque no alista a nadie del Real Madrid, pero sí a becarios incipientes como Gavi y Yeremi Pino y a jugadores en un momento sombrío como Sergi Roberto y Eric García. Puede alumbrar a Robert Sánchez, sobre el que apenas había reparado el fútbol español, como pasmar con Abel Ruiz, Pedro Porro, Adama Traoré... Exigente como es, ha fijado una extensa factoría de posibles afiliados. De hecho, ya ha tirado de 60 jugadores. Va al día a día, según su observatorio, ya sea por el momento que percibe o porque tal o cuál no se ha ajustado a sus enmiendas en convocatorias precedentes. Su sentido del meritar puede resultar desconcertante, intramuros de la Roja y fuera. Pero, guste o no, esa vara de medir, la suya, intransferible e indescifrable, es la que aplica en su habitación cerrada sin concesiones al pasado (Sergio Ramos) ni a nada ni nadie. Hoy ya es mañana, como vislumbra con Gavi, Ansu, Pedri, Pino y los que estén por alumbrar. Y por esa vía, con el método Luis Enrique, sin que nadie pueda afearle que no ha sido Luis Enrique, el asturiano ha logrado rescatar a España de su declive desde 2014.
La gloria se esfumó sin remedio para una generación paralizada por el tonelaje insoportable de la herencia recibida entre 2008 y 2012. La combustión se acentuó con la imprevista salida de Lopetegui, la desgracia del propio Luis Enrique y el convulso final del paréntesis con Robert Moreno. Llegada la segunda etapa, el preparador gijonés ha conseguido sintonizar a una Roja sonada. Ha sido capaz de sellar un equipo de autor incluso con tanta alternancia entre los intérpretes. Lo que impera es el sello Luis Enrique: energía, ilusión sin desmayo, retos. En época de tristeza pocos son mejores agitadores. Tan bizarro es él como pide a cada uno de sus jugadores. Busca una selección apiñada, donde todos suden como regaderas al apretar al adversario en su rancho, donde prevalezca la pelota como sustento. Sin Xavi, Iniesta, Iker y tantos otros a la vista, predomina el grupo sobre los solistas. No importa que se discutan dos centrales zurdos a la vez o un nueve fetén u ortopédico.
Luis Enrique transmite competitividad. Tanta que el equipo, enhebrado con veteranos y noveles, ya desafía a cualquiera. En la Euro o en la Liga de las Naciones, torneo poco sonoro, sí, pero la Roja ha mandado al garete a Alemania y a Italia. Hay motivos para el reenganche de la afición. Y para reconocer, por su tarea, a un seleccionador que solo responde ante Luis Enrique como Luis Enrique. Soy como soy. El líder.
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