La huida en bicicleta del terror talibán: “Ahora tenemos una oportunidad para vivir”
Una ciclista que ha logrado salir de Afganistán cuenta los miedos y la lucha para practicar su deporte: “Éramos muchas mujeres, con sueños y esperanzas que hoy tenemos miedo de no ver cumplidos”
B. H. tiene 22 años, es mujer, afgana y ciclista. Originaria de la provincia de Bamyan, llevaba escondida en Kabul desde el 20 de agosto. Ahora está a salvo en Albania, a la espera de su destino (Canadá, Suiza o Alemania). “Ahora tenemos una oportunidad para vivir”, dice. No quiere dar su nombre entero porque tiene miedo; el resto de su familia, incluida una de sus hermanas, también ciclista, sigue escondida en Afganistán. Durante el último mes y medio B. ha vivido en un piso de unos parientes junto a 15 personas más a la espera de una señal para huir. Como ella, escondida y a la espera, había un centenar más en otros lugares; algunas con familiares en las listas negras. Un grupo de 45 ha conseguido salir en avión. Las que se han quedado siguen implorando a los intermediarios que las saquen de allí.
“Los talibanes han conseguido los teléfonos de algunas de nosotras, nos llaman en mitad de la noche para decirnos que no nos dejarán salir y que nos matarán”, contaba hace un par de semanas B. por WhatsApp (y por cuestiones de seguridad) a través de una intermediaria que la estaba ayudando a salir del país y con la que mantiene contacto diario. A ella le contó que, pese a tener visado, no consiguió llegar al aeropuerto de Kabul los días de las evacuaciones masivas en agosto. A ella le puso el móvil para que escuchara, mientras iba camino del aeropuerto, los sonidos del atentado que dejó al menos 183 muertos y 120 heridos el 26 de agosto.
“Nuestros días en Kabul eran todos iguales: no salíamos de casa. Éramos 15. Apretadas, pero no importaba porque nos sentíamos algo más protegidas”, relata ella. B. empezó a montar en bicicleta hace cinco años y ha participado en tres competiciones. “Empecé con la idea de ser un ejemplo para las chicas más jóvenes. Más tarde descubrí que la bici era algo maravilloso, que me daba una sensación de libertad que nunca había probado y empecé a involucrarme más, a ser competitiva, a pensar en participar en carreras. Quería hacerlo internacionalmente, llevar la bandera de mi país y ser un ejemplo”, cuenta.
Ella tenía apenas dos años en 2001 cuando la caída del régimen talibán. Y apenas recuerda nada de aquello. Cuando se le pregunta por su vida antes del 15 de agosto, fecha en la que los talibanes tomaron el palacio presidencial, contesta: “Era la vida de una chica normal, que estudiaba, ayudaba a la familia, salía con los amigos, iba de compras. Luego, la oscuridad. No quiero ver mi país así”.
Los entrenamientos, reconoce, nunca han sido fáciles. Las interpretaciones más literales del islam consideran el deporte algo inapropiado para la mujer. Más lo es el ciclismo: un sillín puede romper el himen, creen. “Nunca nos hemos entrenado solas, siempre con compañeros que nos protegían. Muchas veces había gente que nos insultaba, que nos tiraba piedras. Una compañera fue agredida por unos perros que dejaron sueltos a propósito para hacerle daño. Para mí el día más bonito fue durante una competición: éramos muchas mujeres, con sueños y esperanzas que hoy tenemos miedo de no ver cumplidos”.
El régimen talibán retomó el poder a mediados de agosto. Entonces, los militares de EE UU se apropiaron del aeropuerto para poder sacar del país a sus diplomáticos y colaboradores, además de los de países aliados, lo que imposibilitó la salida de los afganos sin conexiones en un momento en que los vecinos también cerraban sus fronteras. Mientras estaba escondida, a B. le llegaban noticias de que los talibanes habían matado a dos de sus profesoras. Las niñas están excluidas de la enseñanza secundaria.
El 8 de septiembre el subjefe de la comisión cultural de los talibanes dijo en una entrevista a la televisión australiana que el deporte femenino no se consideraba apropiado ni necesario. No se les permitiría hacerlo. No hay comunicaciones oficiales, ni normas, pero en previsión de que se dicten, las deportistas se están autorrestringiendo. Saben lo que les espera. La imagen de la atleta Kimia Yousofi, 25 años, que cruzó la línea de meta del estadio Nacional de Tokio (vestida de negro y cubierta de los pies a la cabeza) y batió el récord nacional de los 100 metros (13,29s) el pasado 30 de julio en los Juegos Olímpicos puede que sea recordada como la última fecha en la que una mujer afgana participó en una competición deportiva bajo su bandera.
La ONU, a través del grupo de trabajo sobre Discriminación contra las Mujeres y las Niñas, ha enviado varios comunicados al gobierno afgano —sin obtener respuesta— alertando sobre un apartheid de género y recordándole cuáles son sus obligaciones. Hay alrededor de 200 ciclistas afganas con edades de entre 15 y 30 años en el país; la mitad ya han conseguido salir. Gracias a la ayuda de embajadas, bufetes de abogados, federaciones internacionales, periodistas apasionadas de ciclismo, como la italiana Francesca Monzone, que está trabajando mano a mano con el gobierno de Mario Draghi y el ministerio del deporte para que pueda acoger a cuantas ciclistas sea posible. Otras tantas han conseguido salir gracias también a la ayuda de activistas como Shannon Galpin, productora del documental Afghan Cycles.
Galpin, norteamericana de 47 años, es la fundadora de Mountain2Mountain, una organización sin fines de lucro que ayuda a las mujeres en zonas de conflicto. Trabajó en Afganistán durante 13 años y es la primera mujer que recorrió ese país montada en una bicicleta de montaña: “Tenía curiosidad por explorar el país en bicicleta, era una forma diferente de verlo, de interactuar con los afganos y de explorar la barrera de género que impedía a las mujeres y niñas afganas andar en bicicleta. Cada vez que preguntaba por qué las mujeres afganas no podían ir en bicicleta, me decían: ‘no es apropiado, no está permitido, no es nuestra cultura’. Pero las razones eran difíciles de entender. Se consideraba obsceno que las mujeres se sentaran a horcajadas en un sillín y existe una creencia profundamente arraigada de que ir en bicicleta puede comprometer la virginidad y el honor de una mujer”, cuenta a EL PAÍS.
Galpin recuerda que hace un siglo, cuando las mujeres comenzaron a montar en bici en el Reino Unido, fueron tildadas de “promiscuas y rebeldes”. No se desanimó. Encontró mujeres que andaban en bicicleta y ella misma proporcionó material al equipo nacional femenino. En la actualidad, a través de la organización de derechos humanos iProbono, ha creado un programa global para que las mujeres afganas, a través de la bicicleta, puedan seguir conectadas en sus nuevos hogares. “No quiero que estas chicas que tiraron las bicicletas, quemaron su ropa, borraron sus perfiles de redes sociales y, a menudo, destruyeron toda evidencia de quiénes son, abandonen el lenguaje y la identidad común”.
Dorothy Estrada Tanck es una de las cinco mujeres que forma parte del Grupo de Trabajo de la ONU sobre Discriminación contra las Mujeres y las Niñas y está especialmente preocupada por la situación de las deportistas y, en este caso, las ciclistas afganas. “Son mujeres que tienen miedo al castigo, al ostracismo, a la violencia. En los comunicados que hemos ido sacando hemos invitado a la industria del ciclismo a que no mire para otro lado y tome medidas específicas. Y a los estados, que consideren la posibilidad de darles refugio”.
Cuenta que enviaron un comunicado al gobierno de Afganistán condenando la prohibición de la participación de las mujeres en el deporte. “Y señalando que ninguna afiliación religiosa ni práctica cultural justifica esa prohibición. Afganistán forma parte de la convención sobre la eliminación de discriminación contra la mujer. En 2003 se adhirió a ese tratado internacional y tiene obligaciones específicas”. No hubo respuesta a ninguna de las comunicaciones que hicieron.
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