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Merlier supera en Novara a los senadores del sprint del Giro de Italia

Ganna sigue de rosa tras una etapa llana en la que Groenewegen termina cuarto en su regreso tras nueve meses de sanción por la caída de Jakobsen

Carlos Arribas
Giro de Italia
Merlier se incorpora tras batir al sprint a Groenewegen, Nizzolo y Viviani, de izquierda a derecha.JENNIFER LORENZINI (Reuters)

En Novara, donde el hockey sobre patines era el rey, el belga Tim Merlier, un debutante a los 28 años en la corte de los grandes, supera a los senadores del sprint, que tienen otras cosas en la cabeza.

El UAE tiene un tren hispano –dos colombianos, un argentino—que descarrila. Dylan Groenewegen lucha todos los días con su memoria, con recuerdos, imágenes, sonidos, y un silencio, que no puede borrar, y han pasado nueve meses. Caleb Ewan se pierde en el jaleo. Solo los italianos, forzados por correr en casa, y la afición no perdona, pedalean hasta el final. Queda segundo Nizzolo, tercero Viviani. No les ayuda a los clásicos el kilómetro final, cualquier cosa menos recto, más sinuoso que un río en la llanura padana que han recorrido todo el día a paso calmo en sintonía con la primavera serena que aún dura. Una carretera con desniveles, túneles, estrechamientos y una curva última interminable bajo el cielo mínimamente nublado.

El más novato de los tres del UAE, Sebastián Molano, toma el mando de las operaciones de lanzamiento, y patina lamentablemente. Solo quien tomara la cuerda, el más cercano al interior de la curva final tendría posibilidades de ganar, y justo por allí, bien pegado a la valla, bien resguardado, comienza a remontar Fernando Gaviria a su lanzador, Molano. Este está cesando en su esfuerzo, deja de pedalear y, ajeno a todo, siente que alguien quiere adelantarle por dentro. Con reflejos natos de llegador, inmediatamente cierra la puerta con el hombro, y se queda blanco y asustado cuando comprueba que a quien casi espachurra contra la valla resistente es a su jefe, Gaviria, que le maldice y chilla de dolor y vuelve a maldecirle.

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El maquinista jefe de los del UAE, Max Richeze, un sabio de las llegadas más complicadas, de los logaritmos y la trigonometría del sprint, no ejerce porque lleva más de un año en la duda, como Gaviria, su fiel. Y aún busca razones para creer que ya no les quedan secuelas de la covid que ambos sufrieron con gravedad en marzo de 2020, la llamada covid de larga duración. “Tenemos que volver a encontrar la confianza tanto entre nosotros como en carrera”, dice Richeze antes de la salida, y podría volver a repetir tras la llegada visto el desastre. “Hemos tenido muchos problemas pulmonares, pero creo que ya los hemos superado”, “Pero el año pasado fue muy complicado. No podíamos recuperar, habíamos perdido toda la base porque estuvimos dos meses sin tocar la bicicleta. Y se hablaba de tantas cosas de la enfermedad que no sabíamos si eran verdad o mentira…”

El 6 de agosto de 2020, el día siguiente la caída que casi acaba en el Tour de Polonia con la vida del sprinter neerlandés Fabio Jakobsen -- dos días de coma, múltiples fracturas de cráneo, 130 puntos de sutura en la boca, la tráquea destrozada, y todos los dientes, y ocho meses después aún sonríe como una bruja, pues le faltan 10, operaciones de estética que no le han devuelto el rostro--, a todo el mundo, conmovido, no le costó nada ponerse en el lugar del desgraciado corredor. Casi nadie, en cambio, eligió para su empatía los zapatos de Groenewegen, el compatriota que le empujó a 85 por hora contra unas vallas que explotaron con el impacto. Jakobsen volvió a correr a los ocho meses, hace unas semanas, y, visto lo visto, y por mucha voluntad y esfuerzo que le ponga, tardará aún varios meses más en acercarse a lo que fue sobre una bici. Groenewegen sufrió una sanción de nueve meses, y ha vuelto a correr en el Giro, y parece el de antes. Terminó cuarto –midió mal el esfuerzo y dejó de pedalear a 20 metros de la meta--, pero no logró de sus compañeros más que una huida del conflicto, un actuar como si nada hubiera pasado. “No puedo hablar por los demás, pero sabía que lo iba a enfrentar pronto”, dice Ewan. “Antes de la suspensión competimos mucho y no creo que las cosas vayan a cambiar, será un rival duro, como siempre”.

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Nadie parece querer ponerse en su lugar y pensar qué habría sido de su vida si se sintieran culpables de los males de un compañero, como Groenewegen se siente, y dice en las entrevistas que no hay día en que no piense en el instante fatal, que no reviva en su cabeza el bang de Jakobsen al chocar y el silencio aterrador que le siguió. “No, no, lo pensé jamás, y mejor no pensarlo porque entonces te bloqueas”, razona Richeze. “Una cosa es correr uno sus riesgos, otra es arriesgar a otros”.

Solo un hilito de compasión parece brotar de las palabras de Patrick Lefévère, el patrón de Jakobsen en el Deceuninck, uno que llegó a decir que Groenewegen merecía la cárcel. “En caliente he dicho cosas muy graves contra Dylan, pero después he reflexionado, y creo que todos tenemos derecho a una segunda oportunidad”, dice el mánager belga. “Como dice la Biblia, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y Lefévère empieza a hablar de su joya, de su Remco Evenepoel, que le ha peleado una meta volante a Filippo Ganna, gigante de rosa, guardaespaldas único para Egan, y ha perdido, pero se lleva dos segundos de bonificación, y ya es cuarto de la general, a 20s del piamontés de rosa del que está enamorada toda Italia, niños y viejecitas, sobre todo, que le aclaman desde las cunetas que vuelven a poblarse. Dice Remco: “Para los italianos, Ganna es un superhéroe”. Y Ganna le devuelve el piropo. “Supongo que él lo es para los belgas, claro”, dice el líder del Giro, con la sabiduría de sus 24 años. “Pero para mí los superhéroes son los que estuvieron en primera fila en el primer confinamiento de la pandemia. Nosotros, los ciclistas, solo hacemos nuestro trabajo y distraemos a la gente”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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