El Real Madrid contra el petróleo
Florentino Pérez entendió desde el primer día que el talento atrae expectación, la expectación dinero y el dinero nuevos talentos
El escudo. En el escudo, que no en vano suele tener forma de corazón, caben la infancia entera, la secuencia natural que lega esa pasión de padres a hijos, la nostalgia si se mira hacia atrás, los sueños si hacia adelante, el terror de la incertidumbre ante el partido que va a empezar… Esa adhesión incondicional a un club reduce la infinitud del fútbol a una sola y sin duda hermosa obsesión. Para el que tiene ese compromiso emocional con un equipo, el fútbol no tiene rival. Es una pasión duradera, desinteresada y cuanto más fuerte es, más inexplicable resulta porque, como todo amor, va por fuera de la inteligencia. El hincha asegura su lealtad, aunque le indigne la gestión de su club, aunque le aburra el juego del equipo, aunque sufra por la derrota. Es esa fuerza espiritual, en apariencia indestructible, la que nos lleva a creer que el fútbol es eterno.
El espectáculo. Pero es imposible entender el fútbol que viene sin entender la época. Y debemos reconocer que un partido puede ser una aventura apasionante o un pelmazo insoportable. En este punto el fútbol, que presume de ser parte medular de la industria del entretenimiento y le está poniendo acento al negocio, se jugará su futuro. Para el consumo del ocio se vienen generaciones impacientes que reclaman diversiones rápidas, y el fútbol se hace largo y tedioso si no se interpreta con la clase, la ambición y el atrevimiento mostrados en el extraordinario nivel de la Champions. Así es como se defiende un negocio amenazado por la obsesión táctica, la especulación y la previsibilidad. Cuidado con buscar el resultado aburriendo a la gente porque eso va a ir expulsando a los jóvenes y terminará condenando al fútbol a guetos locales puramente emocionales. Esto es, convenciendo a los que ya están convencidos.
El orgullo. No hablo solo de la belleza que aseguran los Messi, Neymar o Benzema de estos días, que son un espectáculo que captan aficionados/clientes por sí mismos. Sino también de la generosidad de los que, como Modric, ayudan a que corra por la sangre de su equipo una energía que conmueve, una honestidad profesional contagiosa y una inteligencia que lo mismo deslumbra al hincha que al espectador neutral. En la semana gloriosa del Madrid, hemos visto caer lesionado a Lucas Vázquez, atacando temerariamente la trinchera enemiga sin pensar que su renovación está en el aire. También hemos visto el estado lamentable del tobillo de Valverde, que no le impidió cumplir un gran acto de servicio frente al Liverpool. Decía Borges que “se terminaron los valientes y no dejaron semilla”, pero, alérgico al fútbol, no se refería ni a los jugadores uruguayos ni a este Real Madrid resistente y orgulloso que está haciendo de cada partido una cuestión de supervivencia.
El círculo virtuoso. La luminosa Champions nos deja una idea de la plenitud que alcanza el fútbol cuando deja fluir la belleza, cuando el orgullo moviliza la emoción, cuando el esfuerzo no se utiliza solo para especular y cuando están en el campo las grandes estrellas del fútbol mundial. Florentino Pérez entendió desde el primer día que el talento atrae expectación, la expectación dinero y el dinero nuevos talentos. Dentro de esa estrategia, el nuevo Santiago Bernabéu encenderá sus luces durante toda la semana para recaudar dinero dando todo tipo de servicios y, los días de partido, para iluminar a los mejores jugadores del mundo atraídos por la historia, por la leyenda y, no nos engañemos, también por el dinero. Ese es el único círculo virtuoso posible que le permitirá al Madrid competir con el petróleo puesto al servicio del fútbol de los otros semifinalistas. Y le permite a Florentino ser un presidente sin rivales a la vista.
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