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Olazabal honra a Seve en Augusta

El vasco pasa a los 55 años el corte por primera vez desde 2014 y se lo dedica a Ballesteros el día que hubiera cumplido 64. Sergio García, fuera. Rahm, al par

Olazabal, en Augusta.
Olazabal, en Augusta.BRIAN SNYDER (Reuters)
Juan Morenilla

Es 9 de abril y en Augusta, como pasa en Roland Garros en junio con Rafa Nadal y antes en el Tour con Indurain en julio, se celebra al campeón español. Severiano Ballesteros hubiera cumplido este viernes 64 años, y hace casi 10 (7 de mayo) que su muerte dejó al golf sin un genio. En el Masters, como en el Open Británico, Seve era Seve en estado puro. Imaginativo, valiente, único. Sus dos chaquetas verdes y sus tres jarras de plata no fueron el producto de un juego programado, lineal ni previsible. Sus golpes nacían de la inspiración, de cómo el maestro de Pedreña era capaz de visualizarlos cuando se colocaba encima de la bola, ni un segundo antes. Ese golf ya no existe. No al menos como lo sentía Seve. ¿O late todavía en alguien como él?

Seve habría brindado por Olazabal, que bajó del par en la ronda (-1, +2 en el acumulado) y a los 55 años pasó el corte por primera vez desde 2014. Sus lágrimas de emoción fueron auténticas. “Esto para mí es una victoria. Me he sentido muy contento, a gusto en el campo, centrado en la tarea, en pegar el golpe que había que pegar. Detrás de esto hay mucho trabajo. Este invierno he trabajado con la tecnología. Me siento especial. El campo se parece a como se solía jugar en los noventa, los greens duros, las calles que ruedan la bola... aunque los años no pasan en balde. Lo importante es disfrutar, y estoy emocionado, la verdad. Se lo quiero dedicar a Seve y a todas esas personas que nos han dejado el último año. Seve estaría orgulloso. Le echo de menos. Echo de menos abrazarle”, dijo el de Hondarribia, vestido de blanco y azul en memoria de su amigo.

Lecciones de veterano. El maestro entregó mejor tarjeta que muchos alumnos. Sergio García se estancó en el par en la jornada y con +4 se quedó fuera del corte. Erró ese último putt de unos seis metros que le hubiera salvado el pescuezo después de una ronda de sube y baja con cinco birdies y cinco bogeys. Como si fuera una maldición, el castellonense no logra jugar el fin de semana en Augusta desde que ganara la chaqueta verde en 2017. “A veces me gustaría que este campo me diera un poco más de cariño”, lamentó. Aunque para trompazo, el de Dustin Johnson. Número uno del mundo, campeón vigente y fuera a las primeras de cambio (+5, solo seis pares este viernes), igual Brooks Koepka (+5) y que otro ilustre en horas bajas, Rory McIlroy (+6).

Jon Rahm repitió la lucha del día anterior. Par y par. Un día en el tobogán de Augusta: un golpe de más en el cinco al quedarse corto de green, se sacudió los fantasmas del ocho por fin con un birdie, tres putts en el 10, birdie en el par cinco del 13, al agua y bogey en el 15, birdie en el 17... “He jugado demasiado defensivo, a no fallar. Ese no es mi estilo”, admitió.

¿Y qué pensaría Seve de Bryson DeChambeau, el golfista científico que juega como si estuviera resolviendo una ecuación? El estadounidense ve diagonales, caídas, grados, vatios, metros, segundos... y con todo en la batidora, ya sí, golpea. Su último invento ha sido forrarse de músculos para reventar la bola desde el tee. No puede decirse que la fórmula le haya funcionado mal (a los 27 años tiene un grande), pero también se ha llevado algún que otro chasco. En Augusta, por ejemplo.

DeChambeau se plantó el año pasado amenazando con ser Tiger en el 97. La revolución se quedó en la sala de prensa. Cierto que fue el líder en distancia media, pero también que en precisión bajó al puesto 35. Y en la general, al 34. El repaso de Augusta no significa que la próxima vez el examen sea más fácil. DeChambeau arrancó este Masters con cuatro golpes sobre el par en un día muy áspero, y este viernes tuvo que arremangarse esos brazos de culturista para pasar el corte. Que su volea y saque no es triunfo seguro quedó bien dibujado en el hoyo dos. De salida, un cañonazo de 338 metros. Había que usar los prismáticos —en ese mismo lugar, Jon Rahm, que no es un flojucho, la mandó a 293—. Pero en el segundo golpe, el que marca cómo se jugará los garbanzos en el green, aterrizó en el búnker, no firmó la mejor salida y luego necesitó dos putts para desaprovechar un par cinco amable. De ahí a remontar con cuatro birdies en los seis últimos hoyos. Así es DeChambeau. Cuando las piezas ajustan, el robot funciona (-1 en total).

Que el golf no se mide ni se pesa lo demostró Justin Rose. El británico bajó la barbaridad de nueve golpes del par en los 10 últimos hoyos del jueves. En los primeros siete del viernes, cargó con cuatro bogeys. Se puede llamar inspiración, y ningún cálculo de DeChambeau ni otros teóricos podrá hacer nada para atraparla. Y como se fue, volvió, y Rose acabó el día como lo empezó, con -7, con ventaja sobre Zalatoris y Harman con -6, y otros gallos como Spieth (-5 y un final a lo Spieth, con tres birdies desde el 13) y Justin Thomas (-4). Augusta no fue tan fiero.

Clasificación completa del Masters de Augusta.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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