Roglic distancia a Pogacar
El ganador del Tour se queda a 28 segundos de su compatriota tras la primera etapa de la Itzulia
Toda la mañana y parte de la tarde en la oficina, así pasó Primoz Roglic su jornada de trabajo. Con un chándal amarillo y unas mallas negras, tocado con gorra y gafas. Sin dar ni golpe, comiendo de una tartera, guasapeando con el móvil, sentado y viendo la tele, pero a ver quién se atreve a despedirlo. El trabajo acabado en un santiamén, poco más de 17 minutos, y luego a esperar a que finalizara la jornada.
Dicho así parece la descripción de un absentista de manual, pero nada más lejos de la verdad. Es el retrato de un campeón.
Roglic pensó lo contrario que sus rivales. En vez de salir en la última tanda de ciclistas, la que suelen elegir los mejores, prefirió la primera, mientras todavía conservaba Bilbao el frescor de la mañana; cuando a la televisión le quedaban horas por conectarse en directo. Fue una actuación clandestina. Calentó en el rodillo junto a la Basílica de Begoña, tomó la salida a los pies de la patrona de Bizkaia y comenzó a ascender por la calle Zabalbide, la más larga de la capital vizcaína y una de las más empinadas, camino de Artxanda y Santo Domingo. A esa hora, sus rivales estaban desayunando en el hotel. Puede que alguno le pudiera ver por detrás de los visillos de su habitación, cuando después de bajar Enekuri y enfilar por la avenida que conduce al Puente de Deusto, se desvió a la izquierda para volar en su bicicleta por el Campo Volantín hacia el Ayuntamiento y la plaza del Gas.
Los tiempos intermedios apuntan a que reguló muy bien su esfuerzo. En el primer punto de control, su registro fue sólo dos segundos mejor que el de Pogacar y cinco peor que el de Brandon McNulty, compañero del vencedor del Tour. Pero llegó fresco al muro del parque Echevarria; lo ascendió mejor que nadie, marcó el mejor tiempo y allí se quedó, en la oficina, a la espera de lo que hicieran los demás.
Atento a veces a lo que pasaba en la carrera, aburrido a ratos, hablando por teléfono con sus allegados. Tal vez no demasiado conforme con esa norma que establece que quien va primero debe esperar a que alguien le desbanque para poder marcharse del trono, sin posibilidades de abdicar, y sin poder descansar como los demás que han acabado ya el turno. Es el inconveniente de ser el rey, el peso de la púrpura. De vez en cuando, Roglic se levantaba a estirar las piernas, pero hasta ahí llegaba su libertad vigilada.
Los demás iban llegando, y nadie mejoraba sus registros. Landa se quedó a 49 segundos; Adam Yates, vencedor en la Volta, a 28. Antes había entrado McNulty, el único que amenazó el trono, pero perdió dos segundos. Valverde alcanzó la meta con un gran tiempo, pero distanciado, después de 13,9 kilómetros, en 43 segundos.
Sólo Pogacar, su bestia negra, podía sacarle a patadas de la oficina en la que Roglic dejaba pasar la tarde. El joven esloveno, ganador del último Tour, salió a correr con un desarrollo muy atrevido, 42x28, que le podía atrancar en las cuestas. En el tiempo intermedio marcó un buen registro, a sólo dos segundos de su compatriota, pero después, en el descenso hacia Bilbao, perdió fuelle. Llegó a la rampa de la plaza del Gas sin posibilidades de disputar el triunfo. En la meta tardó 28 segundos más que Roglic. Los optimistas dicen que eso es lo mejor para la Itzulia, porque Pogacar tendrá que atacar, como si no lo hiciera siempre.
Así que cuando el ganador del Tour atravesó la línea, Roglic (17m 17s) salió sonriente de la oficina, metió su tarjeta en la máquina de fichar, y acudió al podio a vestirse de amarillo como líder de la carrera vasca: “Es una buena renta, pero habrá que estar atento todos los días, que no me pase como en la París-Niza”. Allí perdió cuando creyó que ganaba. No es una sensación que le sea ajena.
En la General, McNulty está a 2 segundos y detrás aparecen dos compañeros de Roglic, Vingegaard, a 18s, y Foss, a 24s. Pogacar es quinto, con el mismo tiempo que Yates y Bevin. El primer español es Alex Aranburu, noveno, a 30 segundos.
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