El Liverpool impone su categoría
Ahogado en la Premier, el equipo de Klopp gana la batalla de la presión al Leipzig y encauza la eliminatoria gracias a la notable superioridad de sus jugadores
Jürgen Klopp y Julian Nagelsmann pusieron a prueba sus artefactos y midieron el alcance de la sofisticación de la nueva escuela alemana de fútbol. El Liverpool y el Leipzig se agredieron sin tregua en una trabazón táctica agotadora que se resolvió como se resuelven los partidos cuando la pizarra empareja todo: ganaron los mejores jugadores de fútbol. Ganó el Liverpool.
Con la floración de los cerezos regresaron los partidos decisivos y volvió a jugarse la Champions. El gran torneo de clubes se abre paso entre la pandemia en estadios vacíos, incluso en estadios ajenos a los equipos participantes, como el Puskas Arena de Budapest. Ahí fueron a encontrarse el Leipzig y el Liverpool, dos equipos que representan la máxima expresión de la nueva escuela alemana, resumida en un término que también engloba el espíritu enérgico de esta corriente: gegenpressing, presión contra presión, o lo que en España se denomina presión tras pérdida. Un torbellino coordinado de transiciones del ataque a la defensa y de la defensa al ataque cuyo fin es dominar al adversario sin solución de continuidad hasta ahogarlo en su propio terreno. Cuando los dos contrincantes lo practican, este procedimiento produce partidos frenéticos como el que se desarrolló ante las gradas desiertas del estadio húngaro. Fue una carrera por restar tiempo de decisión al oponente. Una refriega táctica que cuando alcanzó su punto más álgido favoreció al equipo que tenía mejores futbolistas, que no son los más técnicos ni los más elegantes ni los más divertidos sino —esto es inexorable— los que piensan más rápido. Igualados ambos grupos en presión, prevaleció el que contaba con Thiago, Mané, Firmino y Salah.
Agotado por la epidemia de lesiones, metido en una crisis de juego que le consume en la rutina de la Premier, el Liverpool entró al partido en estado de máxima tensión. En los primeros embates prevaleció por empuje más que por orden. Cuando tomó aire y sus líneas se aflojaron, el Liverpool perdió el sitio y Thiago se encontró demasiado solo entre las oleadas de oponentes. Sucedió durante diez minutos. Suficiente para que el equipo alemán hiciera una exhibición de aquello que mejor consigue Nagelsmann: reunir a delanteros, centrocampistas y defensas en el mediocampo, de forma que todos se vayan moviendo en sincronía para recibir la pelota en espacios suficientemente abiertos para volver a conectar con el pase. Upamecano encontró libre a Haidara, el volante se asoció con Olmo entre líneas, Olmo hizo lo mismo con Sabitzer, y Sabitzer con Angeliño, que centró para que Olmo cabeceara junto a la cepa del poste. Si Alisson no sacaba una mano salvadora, probablemente el partido habría discurrido según una trama completamente distinta. El portero brasileño, autor de errores gruesos en la liga inglesa en las últimas semanas, se redimió en la noche de Champions.
Gracias al auxilio de Alisson el Liverpool atravesó la turbulencia inicial y, poco a poco, recobró el aplomo. Salió del aprieto con la contribución sorprendente de sus centrales de ocasión, el joven turco Kabak, y el capitán Henderson, interior natural reconvertido a defensa para cubrir el vacío dejado por Fabinho, Gómez, Matip y Van Dijk. Entre los dos dieron un paso al frente y lograron anticiparse achicando espacios mientras Mané y Firmino se sumaban al mediocampo a echar una mano, no solo para presionar sino para ofrecerse y apoyar a sus compañeros cuando salían jugando.
Recuperada la pelota, el Liverpool comenzó a erosionar la capacidad de resistencia de los jugadores del Leipzig, que dejaron de llegar a tiempo en sus lances para robar la pelota. Según se iba debilitando el Leipzig en su cadena de esfuerzos vanos, fue apareciendo Salah como una amenaza cada vez más perceptible. Llevada al límite del riesgo por el atrevido Upamecano, la zaga que jugaba de local se movió en la cornisa. Lo puso de manifiesto Alexander-Arnold con un lanzamiento frontal que pilló a Klostermann al descubierto. Salah lo desbordó y su mano a mano con el portero se resolvió con una cucharita y una heroicidad de Gúlacsi.
Rota su presión cuando no tuvo el balón, el Leipzig comenzó a fallar pases cuando lo tuvo. Una mala entrega de Sabitzer a Klostermann fue a dar en Salah, que robó, corrió y —esta vez sí— fulminó a Gúlacsi. Se aproximaba la hora de partido y el Liverpool olfateó el miedo. Un balón largo de Jones, sin aparente peligro, provocó el despeje fallido de Mukiele y el zarpazo de Mané. Atento al hostigamiento del central, el senegalés se fue solo y definió ante la salida del pobre Gúlacsi.
Los goles, separados por cinco minutos, liquidaron el partido y, probablemente, también cerraron la eliminatoria del modo más previsible. Más o menos emparejados los ingenios tácticos, ganaron los mejores futbolistas.
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