Irene y el futuro
El Irene era un equipo infantil, pero la novedad de tener una guardameta permitía que tanto ella como sus compañeros cobraran por los partidos de exhibición
En la fotografía, tomada en 1925, Irene tiene cara de futuro. Apoyada en uno de los postes rectangulares de la portería, posa con autoridad. Brazos cruzados. El talón del pie derecho sobre la pelota. Viste un jersey de cuello alto con dos rayas en uve paralelas –similar al que lucía Ricardo Zamora–, falda, rodilleras, medias y botas de tacos sujetadas por una cinta blanca. Mira a la cámara. Lo hace con una expresión de seguridad. El equipo lleva su nombre: Irene Fútbol Club.
La imagen es la portada del libro Irene y las puertas del fútbol (Vía Láctea), en el que los periodistas Rubén Ventureira Novo y Juan Luis Rodríguez Cudeiro narran la historia de la hija pequeña de la familia González Basanta, llegada a A Coruña a principios del siglo XX. La figura de la futbolista creció en la ciudad hasta alcanzar una gran popularidad. En su sección de deportes, el diario Orzán decía de ella que tenía “un chut formidable” y que “cada patada de ella al balón” valía “lo menos dos”, pues lo lanzaba “vigorosamente al medio del stadium, con ventaja sobre los demás equipiers de su team”. Añadía: “cuentan que quienes la vieron ante su puerta en el campo, que no hay quien le haga un goal. Si Irene tiene muchas imitadoras y consigue llevarlas a luchar a los parques de deportes, entonces sí que va a haber puñaladas por presenciar los partidos”. Era tal la fuerza de su imagen que se llegó a exhibir su retrato de futbolista en un comercio de la céntrica calle Real. El Irene FC era un equipo infantil, pero la novedad de tener una guardameta permitía que tanto ella como sus compañeros cobraran por los partidos de exhibición. El liderazgo de su capitana se percibe en el campo y fuera de él, con el proyecto de poner en marcha un campeonato infantil.
Apenas tres años después de que se tomara aquella fotografía, Irene González Basanta fallecía víctima de la tuberculosis. Tenía 19 años. En la confianza que desprendía la mirada de aquella futbolista pionera se intuía un futuro que, casi un siglo después, no termina de llegar.
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