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Aquellos chalados en sus locos cacharros

El periodista barcelonés Juan Porcar recuerda el debut de los españoles en el Dakar, en 1982

Juan Porcar, en el Dakar de 1982.
Juan Porcar, en el Dakar de 1982.

Terminaba 1981 y Juan Porcar viajaba de Barcelona a París con un amigo propietario de una furgoneta en la que había cargado su OSSA 35 Desert. El destino final no era París, sino Dakar. Juan Porcar, periodista deportivo barcelonés, se había enrolado en la cuarta edición de la mítica carrera creada por Thierry Sabine. Hasta entonces ningún español había participado.

Porcar, de 28 años, era un apasionado del motor. Participaba en carreras y lo seguía todo en la prensa extranjera. Aquello del París-Dakar, iniciado tres años antes (“un desafío para los que van, un sueño para los que se quedan”) le fascinó. Ya había participado en rallies por el Norte de África, pero este era evidentemente especial. Tres semanas. Los otros eran de una. “Aquí ni se sabía lo que era eso. Sonaba a ciclismo, por lo de París-Niza o Milán-San Remo. Conseguí que Ossa me dejara la moto, que aún conservo y algunos patrocinadores, pero tuve que poner de mis ahorros, 35.000 pesetas, recuerdo”, explica.

La moto, una brújula, algunos repuestos y un saco de dormir por todo equipaje. Algunos repuestos los distribuyó entre participantes de coche o camión que le hacían el favor. Si necesitaba algo, tendría que esperarlos o buscarlos para hacer la reparación. No fue el único español en debutar ese año. Hubo otros cuatro: José Carlos Cabrera y Eusebio Abascal, en coche, y Carlos del Val y Jaime Lazcano (391), en camión.

La salida se da en el Trocadero, a las 8.00 del primer día de 1982. Se va hasta Niza, donde está fechada la última noticia que apareció en España del rally. Un breve despacho de Efe, que informaba de la caravana y citaba a los cinco españoles. Luego, el silencio. La prensa no lo seguía, ni había medios para ello ni todavía interés en la prueba. Era, realmente, una aventura por el desierto de unos chalados a los que no se tenía muy en cuenta. Se jugaban el tipo de verdad: “Contabas con una brújula y el reloj. La brújula era de barco, cuando ibas en marcha iba loca. Tenías que parar para tener una referencia, y aún así muy vaga. Cuando salieron las primeras brújulas electrónicas me pareció la mayor maravilla técnica”, recuerda Porcar.

Sobre el casco, una pegatina fosforescente, para ser visibles desde algún helicóptero de búsqueda en caso de pérdida. Todo abierto. Sólo había que sellar el control en cada final de etapa, al que iban por delante los camiones de la organización, que allí montaban campamento. Llegar era una prueba de navegación. A la noche, unas pocas horas para reparar, cenar el rancho, dormir algo, desayunar el rancho y cargar provisiones para la etapa siguiente. Si te perdías y llegabas con el campamento ya levantado, te tenías que buscar la vida.

En aquella su primera participación duró cuatro etapas: “No podía más y bebí de un pozo.” Enfermó seriamente. Se tuvo que quedar en una aldea, donde la organización le hizo llegar un médico indio, de una ciudad cercana, que le inyectó suero. Luego le evacuaron. Eso no le desanimó. Perseveró una y otra vez, en moto o coche, hasta el 92, y aún volvería en el 97. Le fascina la aventura: “Puedes vivir 100 años, pero si cada día haces lo mismo sólo has vivido un día. Yo quizá no recuerde lo que hice el martes pasado, pero recuerdo cada día en África”.

Aquel París-Dakar fue el del estallido de la fama de la prueba, por la pérdida de Mark Thatcher. A partir de eso los medios empezaron a interesarse más. “Los años siguientes yo mismo mandaba información. Pedía una máquina de escribir prestada y luego hacía cola, porque sólo había una línea. El minuto costaba 3.000 pesetas”.

Llegaron los avances tecnológicos, primero la brújula eléctrica, luego el GPS, un cambio decisivo. “Se ha perdido, sí, concepto de aventura. Ahora hay el riesgo de la velocidad, no de perderse. En París hay una sala como de la NASA, con 20 personas que saben permanentemente dónde está cada cual y si aprecian disminución de velocidad te preguntan si tienes avería”, cuenta el barcelonés.

Porcar, que influyó en el Dakar hasta el punto de trasladar en algunas ediciones la salida de París a Granada o Barcelona, no lo lamenta: “Con la seguridad no se debe escatimar nada. La aventura no puede ser igual, el mundo se nos ha quedado pequeño. Donde el hombre aún no ha ido es que no ha querido”. Pero mantiene vivo su amor a la aventura: creó la Titán Desert, una prueba de bici de montaña por Marruecos en la que la navegación vuelve a contar. Una manera de mantener vivo el viejo espíritu de aquellas primeras ediciones del Dakar.

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