La génesis del gol soñado
Pocas reivindicaciones me han parecido más justas que la de Héctor 'el Negro' Enrique, autor del pase a Maradona en el conocido como Gol del Siglo, ante Inglaterra
“Con el pase que le di, si no hacía gol era para matarlo”, diría Héctor el Negro Enrique después de que Maradona sembrara el estadio Azteca de ingleses y asombro. Fue uno de esos momentos que lo impregnan todo de esoterismo, de magia, porque la razón nunca alcanza a explicar ciertos lances del fútbol hasta que los disecciona el bisturí de Jorge Valdano. Él fue el encargado de recordarnos que el propio Maradona ya había ensayado el denominado Gol del Siglo en el mismísimo corazón del Imperio, sobre el césped del viejo Wembley, en un amistoso disputado contra Escocia allá por 1981. “La pelota, en esa ocasión, salió levemente desviada. El público aplaudió durante un buen rato pero Diego aprendió la lección”, explicaba Valdanágoras, que es el apodo más hermoso de todos cuantos le atribuye la wikipedia.
Pero volvamos al principio, a la génesis del “gol soñado” en palabras del autor, al pase propiciatorio del Negro Enrique. “Fue importante. ¿Qué hubiera pasado si la llego a entregar mal? Hubiera provocado un contraataque inglés o habría sido lateral para Inglaterra”, insistiría tiempo después el otrora centrocampista de River. Pocas reivindicaciones me han parecido más justas que la suya en la historia del fútbol, si acaso la de Valdir Pereira, que solía arrogarse la autoría de la expresión "jogo bonito" sin importarle los románticos argumentos de un comentarista inglés, Stuart Hall, que aseguraba haber utilizado esas mismas palabras para definir el juego de su idolatrado Peter Doherty en el también desaparecido Maine Road, allá por 1958.
Quizá por esta razón, porque lo anecdótico no tiene nada de trivial, fue precisamente en Mánchester donde Pep Guardiola reivindicó su importancia capital en otro gol de leyenda: aquella famosa cola de vaca con la que Romario dejó a Rafa Alkorta preguntándose si existiría Teruel. El mismo día en que se cumplían 26 años de aquella noche mágica, el entrenador del Manchester City se plantó en Old Trafford sin delantero centro para destrozar a un Manchester United que le había robado la cartera apenas unas semanas antes. Existen muchas razones de corte táctico que explicarían su atrevido planteamiento del martes, pero solo una capaz de hacerlo sin ayuda de la pizarra: ya no puede contar con las coreografías imposibles de Romario.
Otra vez con el Madrid en el horizonte, el catalán parece consciente de que ya no bastará con soltar un pase vertical de dos metros para desatar el apocalipsis, por eso prepara otro tipo de escenario, uno en el que la función del típico nueve la desempeñe el espacio mientras acumula a sus mejores peloteros alrededor del cuero. Enfrente tendrá a un equipo con algunos de los mejores centrocampistas del mundo, dirigidos por un entrenador que no les resta importancia, quizás porque fue uno de los más grandes y sabe que no hay pase menor ni posibilidad de coartada. Será un duelo formidable que, salvo anomalía futbolística, se decidirá en mínimos detalles. Por eso conviene recordar la importancia de Enrique y Guardiola en semejantes obras de arte que, como otras tantas a lo largo de la historia de la humanidad, brotaron desde la más absoluta y necesaria sencillez.
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