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Columna
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Chimy Ávila, un Kun con mala uva

El delantero de Osasuna es un rematador obsesivo, instantáneo y eficaz. Optimista hasta la médula, nunca hace ascos a la soledad

Santiago Segurola
Chimy Ávila celebra su gol al Celta.
Chimy Ávila celebra su gol al Celta.EFE

Llegado este punto del campeonato, el fútbol español comienza a tomarse muy en serio a Ezequiel Ávila, 25 años, conocido como el Chimy, apodo que se populariza cada vez más para todo el mundo menos para los porteros de los equipos rivales. El delantero de Osasuna ha marcado 10 goles en 18 partidos —no jugó contra el Real Madrid en el Bernabéu— y se sitúa por detrás de Messi, Benzema y Luis Suárez en la lista de máximos realizadores de LaLiga. Su influencia es decisiva en el espléndido recorrido de Osasuna, donde su entrenador Jagoba Arrasate ha armado un equipo vitalista, indesmayable, con una imprevista vocación por el juego de ataque. Nadie como el Chimy resume esas cualidades.

Comienza a desaparecer un prejuicio, aparentemente favorable, que pesaba sobre Ávila, el de jugador combativo, extremadamente molesto para sus marcadores, un tábano inquieto que agitaba a su equipo y trastornaba los nervios de sus rivales. Hay bastante de eso en el delantero argentino, pero de ninguna manera le define como jugador. Aunque su estampa invite a la caricatura —pequeño (1,71), compacto, abundantemente tatuado, unos cuádriceps que no le caben en el pantalón y una expresividad aparatosa—, Chimy Ávila reúne un compendio de cualidades que difícilmente se encuentran en el fútbol.

Cualquiera que eche un vistazo a YouTube comprenderá inmediatamente que su producción goleadora, tanto la temporada anterior en el Huesca como la actual, es más relevante por su versatilidad que por las cifras, que por lo demás crecen año tras año. Chimy Ávila ha marcado goles de todos los colores, todos bellísimos y algunos de una dificultad extrema.

En muchos aspectos, Chimy Ávila es el Kun Agüero con mala uva. No tiene la sedosa cadencia de Agüero con la pelota, ni la serenidad que transmite el delantero del City en el área. Ávila es vertiginoso, intempestivo y retador. Sin embargo, los dos se aprovechan de su tremenda fortaleza en las fricciones con los defensas, de unas piernas que sostienen una potencia descomunal y del bajo centro de gravedad que les permite girar como peonzas. En cuanto a recorrido y compromiso, Ávila es mucho más que un jugador de área. Su compromiso defensivo es hirviente.

El catálogo de goles dice mucho de Ávila: es un rematador obsesivo, instantáneo y eficaz, tanto con la derecha como con la izquierda, igual de temible dentro y fuera del área, buen cabeceador para su estatura y astuto para anticiparse a los defensas. Optimista hasta la médula, nunca hace ascos a la soledad. Casi lo prefiere. Su dinamismo aturde a los defensas, que inevitablemente sufren a un jugador que disfruta en el choque y no tiene problemas para aparecer por los costados, cualidad que gusta muy poco a los centrales. Explosivo en la arrancada, su velocidad también es de largo alcance. Piatti, el veloz extremo del Espanyol, la sufrió en una carrera de 50 metros que Chimy inició con gran desventaja y ganó con una diferencia clamorosa.

Su breve recorrido en Primera podría interpretarse como un éxito fugaz, de techo limitado. No lo es. Chimy Ávila avanza a toda máquina en el fútbol y en el mercado. Natural de Empalme Graneros, uno de los distritos que más penurias atraviesa en Rosario (Argentina), Ávila no había sido titular en ningún equipo hasta mediada la temporada 18-19 en el Huesca. Cedido por el San Lorenzo de Almagro, nadie reparó en un jugador que estuvo a punto de salvar al equipo aragonés del descenso. Osasuna lo fichó por 2,5 millones de euros, una cantidad que ahora suena a regalo caído del cielo, porque Chimy Ávila no es la simpática novedad que invitaba a caricaturizarle. Es otra cosa muy distinta: un jugadorazo en toda regla.

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