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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los futbolistas contra el racismo

Me alegro de la iniciativa del PSG y el Estambul porque siento que hace mucho que los jugadores han olvidado esa capacidad de cambiar las cosas si están unidos

Los jugadores del PSG y el Estambul Basaksehir, en su protesta contra el racismo
Los jugadores del PSG y el Estambul Basaksehir, en su protesta contra el racismoXAVIER LAINE (Reuters)
Andoni Zubizarreta

Una hora antes del partido entre PSG y Estambul Besaksehir debatíamos en el estudio de Telefoot sobre las diferentes opciones del equipo parisino (las crisis no tienen fronteras), sobre el sistema que Tuchel proponía para esa cita que considerábamos definitiva para la clasificación para octavos del equipo de Neymar y Mbappé. Hubo un momento en el que nos pusimos tan trascendentes que nuestro presentador, Thibaut Le Rol, rebajó la discusión para decirnos que el PSG tenía todos los elementos para clasificarse, ese martes, sí o sí. Y a nuestra parte del cerebro futbolero le salió un razonamiento de esos que dicen que en el fútbol no hay nada escrito y que todo puede pasar. Todo.

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Bueno, matizando el todo, hoy en día todo lo que la covid nos deja como controlable, pero una vez que los equipos se presentaban sanos en el Parque de los Príncipes, ese todo parecía absoluto. Como imagino que ustedes ya saben lo que sucedió a partir del minuto 14 de partido y sus consecuencias, ya que estas noticias trascienden a lo deportivo, lo resumo en que la contienda quedó suspendida a causa de las palabras de supuesto carácter racista con las que el cuarto árbitro describió a Pierre Webó, ayudante del entrenador turco. Permítanme un par de reflexiones sobre el asunto, una vez que el revuelo ya ha pasado y nos preparamos para el fin de semana (y las Navidades) y lo del martes, como todo lo que es ya pasado, parece tiempo consumido.

Mi primera cuestión es sobre la fuerza de los jugadores cuando actúan juntos y unidos por una causa. Porque el partido no fue suspendido por la UEFA, ni, evidentemente, por los árbitros que tendrían esa potestad si esas actitudes racistas vinieran, por ejemplo, de las gradas. No, el encuentro se suspendió porque los jugadores de ambos equipos decidieron que no se seguía jugando porque lo que es intolerable es que sea alguien vestido con el escudo de la UEFA quien sea el origen del altercado y es inadmisible que quien debe impartir justicia se convierte en la causa de todos los demonios. Tal vez por eso, uno hubiera esperado que fuera la propia UEFA, reconociendo su parte de responsabilidad, quien hubiera parado el partido y tomado cartas en el asunto desde el minuto uno del altercado para liderar la cuestión. Pero no, fueron los actores quien lo hicieron y me alegro. Me alegro porque siento que hace mucho que los jugadores han olvidado esa capacidad de cambiar las cosas si están unidos.

Mi segunda reflexión se sustancia en una pregunta: ¿Qué hubiera pasado si el idioma del cuarteto arbitral hubiera sido menos comprensible, menos entendible que el más fácil rumano de raíz latina? Imaginemos esa misma definición del cuarto árbitro pero pronunciada en uno de esos idiomas que nos parecen ininteligibles y que, salvo enorme causalidad, hubiera pasado desapercibido a Webó y resto de la delegación turca. ¿Tiene que ver el desprecio y el insulto con que lo podamos, o no, entender? Siempre recuerdo esos ambientes futboleros que describimos como maravillosos, esas gradas cantando y animando en una lengua desconocida en la que, esa es mi experiencia, nunca sabremos si eran canciones de apoyo o las viejas canciones guerreras de la intimidación.

Para acabar con mi reflexión, me pregunto sobre qué hubiera pasado si, antes de que el de tráfico emocional se hubiera derramado, el señor Coltescu se hubiera acercado al señor Webó, le hubiera tendido la mano y reconociendo su error, le hubiera pedido disculpas. Y ya puestos, me cuestiono sobre si el señor Coltescu, un hombre anónimo hasta el martes a las 21.15, puede acabar siendo un ejemplo e instrumento para que todos aprendamos de su perplejidad ante lo que estaba pasando, ante lo que había provocado sus palabras que él definía como normales, o si, simplemente, nos vamos a quedar con sancionarlo, apartarlo, ocultarlo bajo la alfombra y aquí no habrá pasado nada.

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