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“¿Cómo puede prescribir el dolor?”

“Abusaron de mí cuando era una niña, pero yo en ese momento no lo viví como un abuso. Lo estoy viviendo ahora cuando mi cuerpo sabe que lo puede sostener”, relata a EL PAÍS una de las víctimas de Carlos Franch, el exentrenador de Betxì condenado a 15 años y medio de cárcel

Un gimnasta en los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018. Lukas Schulze EFE
Un gimnasta en los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018. Lukas Schulze EFE
Eleonora Giovio

- ¿Por qué fue usted a denunciar en 2017?

- Esa pregunta señora letrada no se la puedo permitir, no se están juzgando los hechos cometidos con ella.

- Es la motivación de cómo se sentía.

- No; no. Ya les he dicho que cualquier pregunta relacionada con hechos delictivos que no son juzgados, no se las puedo permitir.

- ¿Está siguiendo tratamiento psicológico desde 2017?

- Esa pregunta la declaro impertinente. No estamos juzgando el tratamiento, ni las secuelas.

- ¿Respecto a los masajes, recuerda si…?

- Señora fiscal, esas preguntas no guardan relación con los hechos, tengo que declararlas impertinentes.

El que declara impertinentes las preguntas de la fiscal y de la acusación particular es Esteban Solaz, el magistrado ponente que tiene que dictar sentencia sobre los abusos sexuales que cometió, según consta en 12 denuncias, Carlos Franch (63 años), exentrenador del Club Gymnàstic de Betxí. El juicio quedó visto para sentencia el pasado día 18 y este lunes ha salido la sentencia por la que se le condena a 15 años y seis meses de cárcel por abusos sexuales continuados a tres menores (hubo nueve denuncias más, pero sus casos han prescrito). La sentencia es la número 370 de la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Castellón dictada por el presidente Solaz y las magistradas Raquel Alcácer y Aurora De Diego. La fiscal había pedido 22 años y seis meses para el que durante 31 años fue entrenador y conserje de las instalaciones del club en el pequeño pueblo de 5.700 habitantes de la provincia de Castellón.

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La que no pudo contestar a esas preguntas es Beatriz (nombre ficticio) que ha cumplido ya 35 años. Han transcurrido más de 20 desde que sufrió abusos sexuales por parte de Franch (por aquel entonces era menor) y tres desde que los denunciara a la Guardia Civil. Los hechos han prescrito; pero su denuncia, la segunda que llegó al cuartel de Betxí, hizo que la Guardia Civil abriera una investigación en mayo de 2017.

Una llamada advirtió a Beatriz de que había rumores sobre una denuncia a Franch; su reacción fue correr al cuartel a contar lo que había sufrido 20 años antes. Gracias a esas dos denuncias y a las diez que llegarían después, Franch acabó en el banquillo de los acusados. 12 son las gimnastas que le denunciaron. Según la fiscal y el magistrado que ha dictado la sentencia, el modus operandi era el mismo: valiéndose de su prestigio de entrenador, el acusado “sometió a las menores a un tipo de masajes para satisfacer su instinto sexual y sus deseos libidinosos”. En tres casos los delitos no han prescrito; en nueve sí. “Es en ese momento cuando sientes el dolor, el dolor de verdad. Sí, yo en el pasado había días que en los entrenamientos sentía miedo, me preguntaba si era normal lo que estaba pasando. Pero lo vives como una nube, como algo difuminado, porque eres una niña. El dolor lo sientes ahora. Ahora que eres adulta es cuando tomas conciencia de todo esto. Y dices: ¿y este dolor? ¿Está prescrito? ¿Cómo puede prescribir el dolor? ¡Y no, el dolor no prescribe”, se desahoga Beatriz en una larga charla sentada en la terraza de una cafetería un día después de que el juicio quedara visto para sentencia.

Es una de las siete testigos que declaró en el juicio oral y que tuvo que escuchar hasta en seis ocasiones, durante los 20 minutos que duró su comparecencia, que las preguntas no eran pertinentes y, por lo tanto, no admitían respuesta. En el juicio a Miguel Ángel Millán (el entrenador de atletismo condenado a 15 años de prisión por abusar sexualmente de sus atletas) sí se escuchó a los atletas pese a que los delitos estuvieran prescritos. En la sala de Castellón, no. “Me siento como suspendida, que todo ha quedado a medias”, cuenta Beatriz.

“Viví con alegría la víspera del juicio. Me decía: ‘por fin, después de tres años y medio esperando, por fin ha llegado el momento. Después de declarar estuve llorando tres días. En ese momento es cuando identifiqué todo con la prescripción. Tengo claro que somos testigos y nuestros hechos son un apoyo, pero siento que se deshumaniza totalmente la figura de la testigo. No se nos ve como víctimas y duele tanto…”, relata. El magistrado Esteban Solaz sí reflejó, sin embargo, en la sentencia, la importancia que habían tenido las distintas declaraciones de las testigos (y citó el nombre de las nueve cuyos casos habían prescrito) porque “coinciden en detalles y elementos comunes a todas ellas que muestran el modus operandi desarrollado por Carlos a lo largo del tiempo y refuerzan la credibilidad de los testimonios prestados por las TP CS 4/17, 5/17 y 9/17 [testigos protegidos]”.

“Me preguntaron por fechas, datos. Se trataba simplemente de verlo de forma humana, no de un protocolo que hay que seguir y como esto no entra dentro de ese protocolo, lo dejo ahí. Somos personas que hemos sufrido abusos, los hemos denunciado y estamos ahí. Y no es fácil denunciarlos, ni entender que lo que has sufrido son abusos. ¡Éramos niñas! Con las otras compañeras con las que he hablado ninguna lo vivía como un abuso. Como tu cuerpo no puede aceptarlo, niegas que ha pasado; es un mecanismo de defensa. Decides quedarte con lo bueno de la gimnasia y tapas lo malo. Lo dejas ahí sellado con lo más fuerte. Lo negué hasta que mi cuerpo decidió que podía sobrellevarlo”, prosigue.

Gloria Viseras, que denunció al seleccionador Jesús Carballo en 2012 (tenía por entonces 47 años) por haber abusado de ella cuando era menor (de los 12 a los 15), siempre cuenta que a ella nunca la escuchó un juez en un tribunal. Sólo la policía a la que acudió a denunciar los hechos. Como habían prescrito, no hubo juicio. Es más, finalmente tuvo que declarar ante un juez pero como acusada de dañar, presuntamente, el honor de Carballo.

Para las víctimas es importante verbalizar sus vivencias porque, después de haber cargado con el silencio y el sentimiento de culpa durante años, sienten que contarlo ante un tribunal les ayuda a poner punto y final al infierno que han vivido. “El juez no me va a sanar; lo tengo que hacer yo sola y es lo que estoy haciendo con la terapia. Los hechos han prescrito y sé que funciona así, pero es importante escucharnos y escuchar la vivencia del presente. Si lo relatas en un tribunal, sientes que tú también estás ahí y que se ha hecho justicia también con nosotras”, explica Beatriz. Asegura que decidió denunciar “movida por un impulso visceral” porque “no podía permitir que a ninguna niña más le pasara lo que a ella”.

Cuenta Lucia Osborne (exgimnasta de la selección australiana que sufrió abusos) en su libro Elijo a Elena que en el equipo le inculcaban “la importancia de evitar la debilidad ante todo”. Beatriz recuerda algo parecido de su época en el club Gymnàstic en el que estuvo desde los cinco hasta los 17 años. “Sientes que nunca haces lo suficiente, la autoexigencia es desmesurada: siempre piensas que podías haberlo hecho mejor. De alguna forma es anularte por completo. Yo recuerdo vivir esa etapa como una autómata: ni sentía, ni padecía. Recuerdo que él [Carlos Franch] estaba empeñado en que se tenía que sonreír en los ejercicios de suelo. ¿Sonreír? Lo que tenía que hacer era sentir y disfrutar. Cómo él no conseguía eso, lo que quería era que se viera. Me castigaba por no sonreír. Eras una máquina: ahora tienes que sonreír; te duele, pues no te puede doler. Hoy no tienes un buen día, pues me da igual, no puedes permitirte tener un mal día. Tienes que entrenar para ganar, para ser la mejor... Entras en ese bucle y no sales”, relata.

“Te hace tener un propósito en la vida tan claro y tan simple como el de entrenar para ganar y te agarras a eso. Y el agarrarse a eso conlleva el depender de esa persona [el entrenador], el aguantar lo que sea y estar con esa focalización. Dependes de él para todo: él lo sabía y jugaba con eso”, prosigue.

Con la nueva Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia aprobada el pasado mes de junio, se extiende el tiempo de prescripción de los delitos de abusos sexuales a menores: el plazo se contará a partir de que la víctima haya cumplido los 30 años. “Es algo muy, muy importante. Abusaron de mí cuando era una niña, pero yo en ese momento no lo viví como un abuso. Lo estoy viviendo ahora cuando mi cuerpo sabe que lo puede sostener”, concluye Beatriz que admira y agradece la “valentía” de las niñas de Betxí siguientes a su generación que denunciaron cuando todavía eran menores.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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