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La frustración del Camp Nou

El Barça vio pasar a un jugador al que no pudo cuidar pese a saber que sería el mejor

Maradona, tras su lesión con el Barça en 1983.
Maradona, tras su lesión con el Barça en 1983.© Antonio Espejo (EL PAÍS)
Ramon Besa

Hay un partido que resume la vida de Maradona en el Barça y su obsesión con Inglaterra desde la guerra de las Malvinas. Ocurrió el 21 de marzo de 1984 en Old Trafford. Los azulgrana afrontaban la vuelta de los cuartos de la Recopa con una ventaja de 2-0. El Manchester United, sin embargo, no daba la eliminatoria por resuelta y planteó un conflicto de máxima tensión que destempló a la expedición del Barcelona. Apareció entonces la figura de Maradona para confesar a sus fieles que debajo de la camiseta azulgrana vestiría la de Argentina. El 10 estaba convencido de marcar el gol decisivo y restregar el triunfo ante la hinchada de Inglaterra. El partido acabó 3-0, con dos goles de Robson y uno de Stapleton, y Maradona no pudo evitar la eliminación de su equipo ni vengar a su país con la exhibición de la zamarra albiceleste porque jugó limitado, con fiebre, y fue reducido por los diablos rojos del United.

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La historia de Maradona con el Barça es el relato de una frustración, de lo que pudo ser y no fue, un desencuentro entre la inversión y el rendimiento, la salud y la enfermedad, la propaganda y la realidad, como quedó grabado en aquel anuncio que el argentino publicitó para la Generalitat. “Si te ofrecen drogas, di simplemente no”, pedía desde la playa de Castelldefels, la misma en la que se baña Messi, tan distinto y tan correcto, en las antípodas de Maradona y, sin embargo, ahora igual de distante con el Barcelona. El mismo Diego dijo que empezó a drogarse en la capital catalana, quién sabe si en su mansión de Pedralbes, una casa en la que se organizaban buenos asados y también se disfrutaba del sexo y el alcohol y se pasaban las noches en vilo con cintas de vídeo de Louis de Funès. Hay quien asegura que el 10 no sufrió una hepatitis, sino que contrajo una enfermedad venérea en su primer año.

Menotti llegó a poner los entrenamientos por la tarde —”¿acaso no se juegan los partidos por la tarde?”— para que Maradona pudiera dormir, recuperar y aguardar con garantías aquel partido siempre pendiente que le tenía que llevar a la gloria del Barcelona. Nunca se dio y, por el contrario, se despidió el 5 de mayo de 1984 con una derrota barriobajera en la final de Copa ganada por el Athletic en el Bernabéu. Maradona no riñó con el Madrid, al que ganó la Copa del Rey y la Copa de la Liga con un gol célebre por quebrar a Juan José y Agustín, sino que como blaugrana su litigio fue con el Athletic de Clemente y Goikoetxea, el jugador que le lesionó en su último año en el Barça. Abatido o enfermo, jugó poco, apenas 58 partidos, y marcó 38 goles de azulgrana (1982-1984). Y, sin embargo, son multitud los aficionados que recuerdan haber ido al estadio para ver a Maradona, conscientes de que estaban ante un futbolista prodigioso que se convertiría en el mejor del mundo en un estadio que no sería el Camp Nou. El ser y no ser: nadie dudaba del éxito de Maradona ni tampoco de su fracaso como jugador del Barça.

A Diego le perdió ser el primer galáctico, víctima de su clan —el que intimidaba a directivos y periodistas y campaba por la discoteca— y esclavo de un negocio ruinoso: Maradona Produccions. A sus 22 años, mal acompañado y desubicado, su pasión no casó con un club frío y distante, necesitado de victorias más que de emociones, alejado de sus jugadores, compañeros con los que Maradona se repartía las primas que producía por participar en amistosos en canchas como la de Údine. Jugadores e hinchas culés, todos, presumen hoy de haber jugado o de haber visto pasar a Maradona.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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