Medvedev, maestro de arriba abajo
El ruso se impone a Thiem en la final más larga del Masters (4-6, 7-6(2) y 6-4, tras 2h 42m) y remata un torneo perfecto, sellado con un pleno de victorias y habiendo derrotado a los tres mejores del circuito
De ruso a ruso, la Copa de Maestros cerró este domingo su etapa en el O2 coronando a Daniil Medvedev, heredero de su compatriota Nikolay Davydenko, ganador de la primera edición celebrada en Londres, en 2009. El torneo se abre ahora paso hacia Turín, sede a partir del próximo curso, y lo hace dejando a un nuevo triunfador que lo bordó. Medvedev elevó el trofeo después de imponerse a Dominic Thiem en la final más larga (4-6, 7-6(2) y 6-4, tras 2h 42m) y de completar un pleno: cinco de cinco en una semana perfecta que le reporta 1.500 puntos en el casillero, solo 500 menos que un Grand Slam. Pero la gesta no queda ahí. El de Moscú, con su interminable 1,98 y esa complexión tan singular, adquirió el estatus de maestro derrotando por el camino a los tres mejores del mundo, Djokovic, Nadal y Thiem, a este en una equilibrada partida de ajedrez.
Ambos, uno y otro, reanudaron la marcha como si fueran dos autómatas, peloteando al mismo ritmo que lo dejaron el día anterior, frente a Novak Djokovic, caso de Thiem, y Rafael Nadal en el del ruso. Pero nada de tenis vacío, sino todo lo contrario. Juego con mucha miga y mucha reflexión, que para algo están llamados a establecer los designios de la nueva era. Siguen elaborando y creciendo, y empiezan a meter los codos seriamente en busca del espacio que tarde o temprano será suyo. Más pasional y más hecho el austriaco, más científico y con más trabajo por hacer el de Moscú, una caja de sorpresas.
Medvedev abordó la final con el mismo repertorio, tan imperfecto y tan demoledor, que le sirvió para ganar los tres partidos de la liguilla y la semifinal. De entrada, se fue descaradamente a por el revés de Thiem, pensando que ahí daría con una mina de oro, cuando en el agujero le esperaba un león con las garras bien afiladas. El ruso resolvió su primer servicio en apenas dos minutos, mientras que al austriaco le costó más de diez sacar adelante el suyo. Pero lo consiguió. De haberlo perdido, Thiem podía haberse deshilachado, pero se sostuvo y empezó a diseñar una emboscada que mansamente, sacando bien y restando todavía mejor, sin prisa, le dio la recompensa.
Cuando el arranque hacía presagiar que podía ser una tarde de sufrimiento para él, replegado en esos dos primeros juegos infernales y resistiendo a la tormenta de proyectiles de Medvedev, la raqueta del ruso se torció. La bola pesada de Thiem causó los primeros estragos y llegó el break que decantó el set inicial, cocido a fuego lento y, todo sea dicho, obtenido con algo de fortuna en el quinto juego. El passing cruzado del austriaco golpeó la cinta -la potencia de su pelota hace que casi siempre salga disparada hacia adelante- y el moscovita se fue a la silla incrédulo, buscando algún tipo de explicación en su cordaje.
En realidad, Thiem optó por seguir la vía abierta por Nadal la noche anterior y, cortando una vez sí y otra también, le obligó a su adversario a pegar desde abajo, evitando de cualquier manera que pudiera hacerlo a la altura de la cintura. De ese modo, la pegada del ruso perdió filo. Se dio cuenta Medvedev de que a lo mejor él también tenía que variar, buscar otras soluciones porque el plan no estaba funcionando, así que comenzó a inventar: tiros extraños, defensas heterodoxas, brazos y piernas independientes, cada extremidad por su lado. Eso sí, todo dentro, que al fin y al cabo es lo que cuenta.
Seis campeones en seis años
Frente a tanta variedad y tanto desgaste, tantísima locura, a Thiem le empezó a bajar la aguja del depósito. El número tres perdió algo de tono y aún así, pese al mareo, apretó, pero el exceso de apetito (¿Les suena? Nadal con ese 5-4 y saque para ganar…) terminó acelerándole demasiado y comenzó a sangrar por la derecha. Quiso acabar rápido, se le esfumaron tres opciones de break en el séptimo juego y en la resolución de la segunda manga volvió a precipitarse al insistir con el drive liftado, apurando demasiado hacia el pasillo.
Indultado otra vez, Medvedev se avivó. Siguió con la estrategia de enredarlo absolutamente todo y cantó bingo en el quinto juego de la tercera. La rotura dejó tocado a Thiem, inefable gladiador, rebelde hasta el final, pero insuficiente a partir de ahí. Medvedev completó su obra y se convirtió en el sexto campeón diferente en las seis últimas entregas del Masters. Lo celebró lo justo, sin excesos. Con esa media sonrisa inquietante. A su manera. Así es Medvedev.
A LA ALTURA DE NALBANDIAN, DJOKOVIC Y BECKER
La final de ayer entre Medvedev y Thiem se convirtió, después de 2h 42m, en la más larga de la historia del torneo al superar las 2h 35m del duelo entre Jimmy Connors y Björn Borg en 1977. En ese escalón figura, precisamente, la final que perdió Thiem el año pasado contra Stefanos Tsitsipas, cerrada también en 2h 35m.
Además, la victoria de Medvedev le convirtió en el cuarto jugador de la Era Abierta (desde 1968) que consigue derrotar a los tres mejores del mundo en un mismo torneo.
Previamente lo habían logrado el argentino David Nalbandian (Federer, Nadal y Djokovic en el Masters de Madrid 2007), Nole (Federer, Nadal y Roddick en el Masters de Montreal de ese mismo año) y dos décadas atrás Boris Becker (Sampras, Ivanisevic y Stich en Estocolmo 1994).
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