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El entremés de Ackermann y Bennett en la Vuelta

Victoria del alemán en la 9ª etapa por descalificación de Bennett en el ‘sprint’ de Aguilar de Campoo

Carlos Arribas
Bennett, segundo por la izquierda, y Ackermann, primero por la derecha, en los últimos metros del sprint.
Bennett, segundo por la izquierda, y Ackermann, primero por la derecha, en los últimos metros del sprint.ANDER GILLENEA (AFP)

Atropada y veloz la troupe del ciclismo irrumpe para actuar en Aguilar de Campoo, donde ya no huele a Fontaneda y la fábrica de galletas verde de la entrada semeja a una gigantesca instalación de la industria aeronáutica. En el bar Avenida, en la última recta de la representación, la mujer que lo lleva ofrece sopas de ajo para calentar al hambriento, que, ansioso, se quema la lengua con el caldo ardiente, y la jefa no discute con la parroquia si es más veloz y más fuerte Ackermann, un ciclista rubio alemán, o el rubicundo irlandés Bennett, que aparentemente gana claro por una bicicleta, sino que continúa contando a los pocos clientes enmascarados que se ha muerto un vecino al que había atropado la covid.

La discusión sobre Bennett y Ackermann se prolonga más allá de la carretera al despacho de los comisarios, que descalifican al irlandés porque juzgan que su forma de librarse unos metros antes del incordio del letón Liepins no fue muy limpia. Todos forman parte del entremés del sprint con el que la etapa alcanza su clímax, una trama menor dentro de la gran trama general de la Vuelta, que Bennett y Ackermann interpretan como músicos de orquesta: ningún movimiento es espontáneo, nuevo, son todos movimientos millones de veces repetidos que los músculos ejecutan sin pensar. Los músicos temen que años de ensayos y repeticiones resulten arruinados por un músculo tembloroso o unas manos sudorosas, y lo intentan evitar tomando betabloqueantes. Los sprinters sencillamente fuerzan a su organismo a soltar más adrenalina, más fuerza, y algún brazo. Y Bennett está por encima de todos los ciclistas, a los que remonta sin compasión en los últimos metros, pero no de los comisarios, que son los que deciden si una maniobra es irregular.

Cruzando la Judería, pasadas las casas de piedra con arcos de piedra y las terrazas y restaurantes vacíos y cerrados al sol en la plaza de soportales y miradores frente a la Colegiata, ancianos hacen cola en la puerta del Centro de Salud, enfrente, tras una verja, los niños del colegio juegan en corros pequeños en una pista multicolor, vigilados por los maestros, que impiden que se mezclen los de burbujas diferentes.

Luce el sol frío de otoño sobre el Pisuerga apacible, cangrejero y canalizado que el pelotón ha remontado por las carreteras desiertas de la meseta desde Tierra de Campos, donde la tierra es solo horizonte, siguiendo el Canal de Castilla hasta el pie de la montaña, donde el románico palentino que cuida Peridis, más pequeño, más íntimo, hermoso. Un par de minutos por delante del pelotón, abren camino, heraldos de la función, dos ciclistas, uno ha llegado de Colombia y viste del morado del Burgos, Pipe Osorio, paisa de La Unión; el otro es un guipuzcoano del verde Caja Rural, Aritz Bagües. Les preceden motos y coches, sirenas y bocinazos que sacan a la gente de sus casas, y cuando atraviesan los pueblos viejos, algunos dejan trozos de piel y sangre, como Sáez, que se cae en Mergal de Fernamental, o Godon, en Lantadilla, no lejos de Frómista y su románico puro. En Herrera de Pisuerga, esprinta un holandés con bigotito llamado Dylan que cuida de Carapaz.

El gran argumento de la carrera es el de Roglic contra Carapaz, de rojo, por ahora. El esloveno cumple 31 años, y dice que sí, que cada día es un día más viejo, pero también más fuerte y más sabio, y tiene la sonrisa temeraria de uno de 14 para el que la vida es un videojuego, y dice que él y su equipo, los Jumbo, no son bananas mecánicas sino Tortugas Ninjas Mutantes que se enfrentan a Spiderman, y que les encanta ver la película, y Spiderman es, claro, Carapaz, y sus peleas podrían quedar grabadas en la piedra de los capiteles románicos donde hace siglos se tallaron tantas historias bíblicas. Dicen que al ecuatoriano le gustaría que las dos próximas previstas, la de la Farrapona y el Angliru en el fin de semana asturiano, se desarrollaran bajo la lluvia, el frío, el tiempo que a él le gusta, en el que se siente mejor, pero él no pone mala cara del todo cuando se le comenta que seguramente habrá sol y buen tiempo. “El frío influye”, acepta. “Pero serían dos subidas de mucho desgaste y desnivel. Va a haber mucha exigencia”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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