Nadal bien merece una estatua
El número dos da otro salto para reducir a Schwartzman (6-3, 6-3 y 7-6(0), en 3h 09m) y situarse a un solo paso de los 20 grandes de Federer. El domingo (15.00) se enfrentará a Djokovic por su 13º título
Aunque a Diego Schwartzman le cueste darse por vencido, ejemplar el argentino siempre en la resistencia, rebatiendo con juego, orgullo y buenísimos argumentos hasta el desenlace, Rafael Nadal le cierra el paso (6-3, 6-3 y 7-6(0), en 3h 09m) y engarza otra victoria, que no es una cualquiera: es la 99ª en París, al borde ya de esa cifra tan redonda y tan inverosímil, la que le deposita felizmente en la final del domingo y por lo tanto a un solo paso de los 20 grandes de Roger Federer. Porque sí, más allá de la lluvia, el frío, el otoño y todos los avatares de esta edición rara, rara, rara de Roland Garros, hay en juego una recompensa sin parangón y Nadal la tiene bien cerca, Novak Djokovic mediante. El serbio resitió a Stefanos Tsitsipas: 6-3, 6-2, 5-7, 4-6 y 6-1, tras 3h 45m.
Venía Nadal con la lección más que aprendida desde Roma. A Schwartzman, un tenista que disfruta conforme aumenta el ritmo y las transiciones se aceleran, conviene cortarle las alas cuanto antes. El argentino intentó imponer rápido su juego profundo para que el balear no ganase pista, pero esta vez el mallorquín no vaciló. Dio un paso al frente a la que pudo y fue adueñándose de la zona franca, pisando la línea de fondo para percutir y rompiendo la cadencia del rival a base de bolas altas y ralentizadas, de parábola en parábola, con el escaso efecto que permite la anquilosada pelota de Wilson de este año.
Por ahí pasaba la victoria: sacar a Schwartzman de su espacio de confort e impedirle que pegase a media altura. Y el primer juego fue toda una declaración de intenciones por parte de ambos. Se prolongó durante 14 minutos y el bonaerense, valiente donde los haya, reclamó las riendas pero se encontró con la réplica inmediata de Nadal: esto no es el Foro Itálico, no es de noche como en aquel sábado romano de hace un mes, y en París se asoma un agradable sol de otoño al arrancar la tarde. ‘Aquí mando yo’. Poco importa que L'Èquipe llame a la arenga: “Une statue à dèboulonner”, una estatua a derribar en su portada. El mallorquín le privó de las dos primeras opciones de break y contragolpeó con todo para evitar que el debate entrase en la dinámica menos adecuada.
Rotura y a la carga. Nadal y su recetario. Ocurre que Schwartman no es de los que dé un paso atrás e insistió con la propuesta. Es el argentino de los que si caen, lo hace con el traje de siempre, siendo él mismo. Con todo. Pero esta vez la factura fue tremenda en el primer parcial. Replicó y obtuvo un rédito momentáneo, devolviendo el break, pero a continuación sufrió la descarga eléctrica del español, fino e inspirado como en ningún otro día previo. Sabe Nadal golpear cuándo y dónde más debe, y encontró el hígado del Peque con un tenis preciso y contundente. Si ya había dado un salto significativo con la ráfaga final ante Yannik Sinner en cuartos, frente a Schwartzman se multiplicó.
Todo era un poco más reconocible. La luz natural, la hora, el ambiente —prácticamente el millar permitido en la grada, nada del erial nocturno de la ronda previa…—, y el box del mallorquín, nutrido con la incorporación de su mujer; también su revés cruzado, imprescindible para abrir la pista y que hasta ahora tan solo se había atrevido a enseñar con cuentagotas, inmejorable indicio de confianza; nada tuvo que ver el servicio con el de la velada de Roma, entonado desde el principio, y la derecha encontró un desfiladero en paralelo para poner la rúbrica al punto en varias ocasiones. Roland Garros fue un poco más Roland Garros y Nadal, por tanto, fue ya más Nadal, aquel de la primavera francesa.
Controló la situación de principio a fin, marcando oportunamente las distancias y evitando que Schwartzman pudiera encontrar estímulos anímicos. El argentino se ganó una buena ración de aplausos con un extraordinario passing de derecha, a la carrera y casi pegado al muro, pero nunca llegó a transmitir la sensación de una revolución real. Les hablará el argentino a sus nietos de que un día le batió a Nadal en el Foro Itálico, pero París es otra historia. El torneo ha ido marcándole unos tiempos y el español ha ido respondiendo acorde a la necesidad. Al trantrán en el despegue, subió un peldaño ante Sinner, primer obstáculo considerable, y se liberó contra Schwartzman.
Bien resuelta la trama del primer set, y físicamente creciendo de manera exponencial, resolvió cómodo el segundo (break para 2-1) y apretó los dientes en el tercero porque así lo exigió un meritorio adversario, disipando así las incógnitas que pudiera haber generado la escasa resistencia en las estaciones previas del torneo. Nadal está como debía estar a estas alturas de este Roland Garros extraño. Sin un solo rasguño en el cuerpo y sin ceder ninguna manga en dirección al epílogo (al igual que en 2007, 2008, 2010, 2012 y 2017), enfila con decisión otra final, la 13ª en el Bois de Boulogne, la 28ª en un Grand Slam. La estatua de esa portada, pues, sigue aún en pie.
Relucientemente en pie.
“ESTAR DONDE ESTOY TIENE UN GRAN VALOR”
Nadal, cada vez más arropado en París pese a que las restricciones le impidan estar contacto con sus allegados, contó con el apoyo de su esposa Mery en la grada y también el de Jordi Robert, su hombre de confianza de la firma deportiva que le patrocina.
“No he perdido ningún set”, subrayó. “Hay otros Roland Garros en los que me siento más seguro y mi sensación de juego es mejor, pero al final las condiciones no son perfectas para mi estilo, así que el estar donde estoy tiene un gran valor”, prosiguió.
“He tenido una actitud más que adecuada en todo momento y he buscado soluciones para ser competitivo. Hoy he dado un paso adelante, con mi mejor partido de todo el torneo, y necesito que el domingo sea aún mejor que este”, se refirió cuando todavía desconocía si se iba a medir a Djokovic o Tsitsipas.
Durante su comparecencia telemática ante los enviados especiales, se le volvió a mencionar la oportunidad de dar caza a Federer. “Entiendo todas estas cosas, y es bueno para el tenis que se hable de esto, pero yo vivo mi propia realidad. Cuando se termine y se consiga o no, ya se hablará… Para mí, ahora mismo lo que tiene valor es que estoy jugando Roland Garros y estoy en una final; todo lo demás pasa a un segundo plano”, afirmó.
“Mi objetivo aquí siempre ha sido ganar el torneo, y ya sé que siempre hay un motivo para ir más allá, como cuando superé a Borg o logré el décimo triunfo, que era una cifra especial…”.
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