Choupo, el hombre que salvó a las estrellas
El lujoso proyecto del PSG pendía de un hilo y Tuchel se veía en la calle cuando apareció el jugador menos valorado de la plantilla, decisivo en los dos goles que remontaron el 1-0 ante el Atalanta
A los 31 años, Eric Choupo-Moting, alias Choupo, puede jactarse de un récord que en el atribulado mercado del fútbol lo mismo es signo de honradez que de deshonra. Nunca, ningún club, pagó un traspaso por él. Alemán de origen camerunés formado en la cantera del Hamburgo, en 2009 fue prestado al Núremberg; en 2010 el Núremberg lo devolvió; en 2011 el Hamburgo lo dejó ir libre al Maguncia; en 2014 el Maguncia lo dejó ir libre al Schalke; en 2017 el Schalke lo dejó ir libre al Stoke; y en 2018 el Stoke lo dejó ir libre al Paris Saint-Germain. El cuarto club que más dinero desembolsó en el último lustro en concepto de traspasos —850 millones de euros—, el club que pagó por todos, no pagó nada por Choupo.
Este miércoles, en el minuto 90 de la primera eliminatoria de cuartos, el PSG estaba virtualmente eliminado de la Liga de Campeones ante el Atalanta de Bérgamo, un club de provincias con el menor presupuesto del torneo. Se había cumplido el tiempo reglamentario y el Atalanta ganaba por 1-0. Un drama, a decir de los gestos destemplados de los jugadores y la mirada angustiada del entrenador, Thomas Tuchel. La derrota solo podía interpretarse como un tremendo fracaso. Otro tropiezo deportivo del proyecto más ruidoso de la familia real catarí, que adquirió el club en 2011 con el objetivo primordial de cimentar su prestigio mundial a base de lograr champions, cosa que los jeques presumían, en la lógica del Golfo Pérsico, era cuestión de invertir en estrellas. Gente como Mauro Icardi, por quien pagaron 50 millones, o como Neymar, en cuyo fichaje gastaron 222; o como Kylian Mbappé, que costó 180.
Carente de un plan de juego orgánico y sin Verratti —el único centrocampista capaz de dar un sentido coral a los ataques, que se recupera de un golpe— contra el Atalanta el PSG se volvió predecible a base de tirar balones a sus estrellas. Por más que se desenvolvieron con una suficiencia insultante fuera del área, Neymar y Mbappé acabaron desquiciados ante Sportiello. Agobiados hasta que en el minuto 79, Tuchel cambió a Icardi por Choupo.
Tuchel, que le conocía desde que dirigía al Mainz, dijo al llegar a Lisboa que tenía una corazonada. “Choupo va a meter un gol importante”, le advirtió el entrenador alemán a un amigo, como quien confiesa un deseo, o como quien toca madera invocando el espíritu entusiasta de un muchacho peculiar. “Choupo entrena como si cada día fuese el último”, dijo Ander Herrera, tal que si hablase de cosas que no suceden con frecuencia en París.
Hace al menos un año que Tuchel sabe que su posición en el PSG es, en el mejor de los casos, precaria. Convencido de que el fútbol moderno exige el desarrollo de tácticas que precisan de la implicación física y mental máxima de cada uno de los jugadores, la idea de un club que gira en torno a la vida bohemia de Neymar le pareció inverosímil hasta que lo verificó sobre el terreno. Seguro de que necesitaría trabajar contra su naturaleza, observado con desconfianza por directivos y jugadores, poco a poco Tuchel comenzó a pensar que ganar la Champions, el objetivo para el que le habían contratado, sería una quimera. Cuando estalló la pandemia, la situación se agravó.
Tuchel asegura que perdió el rastro de todos sus jugadores sudamericanos el día que Emmanuel Macron, presidente de la República, pronunció su famosa frase: “Estamos en guerra sanitaria”. El 16 de marzo, jornada de la declaración de guerra contra el coronavirus, Neymar corrió hacia su jet privado en el aeropuerto de Le Bourguet y voló a Río.
“¡Estás loco!”
Confinado en su mansión de Mangaratiba con su novia, su hijo Davizinho, la mujer de su hijo Carlonia Dantas y su esposo Vinicius Martínez, Neymar se programó sus propios entrenamientos. Para ello sumó a la lujosa reclusión a dos amigos: Ricardo Rosa, su preparador físico personal, y Lucas Lima, centrocampista del Palmeiras y dedicado rival cotidiano en el arenero del futvolley.
Antes de jugar contra el Atalanta le preguntaron a Tuchel si Neymar estaba preparado para cargar sobre sus espaldas al PSG en esta Champions. “Nadie se imagina la presión que soporta Neymar cada día de su vida”, replicó el técnico. Sea como fuere, cinco meses y apenas dos partidos oficiales después de recogerse en Mangaratiba, el mediapunta corrió como un gamo por el césped del estadio Da Luz. Físicamente impecable. Lúcido como en sus mejores días. Pero nulo de puntería. Había fallado dos ocasiones claras de gol, y Mbappé otras dos, cuando en el minuto 90 Choupo le lanzó el centro providencial. Neymar lo amortiguó con el muslo y Marquinhos lo convirtió en el 1-1. Tres minutos después, Neymar jugó con Mbappé y el francés asistió a Choupo en la apoteosis de la remontada: 2-1.
Desde la grada de suplentes, eufórico, Kurzawa lo celebró con un grito que resonó en el estadio hueco: “¡Estás loco, Choupo!”.
Por primera vez después de 25 años, el PSG se clasificó para semifinales. Gracias a Neymar y a Mbappé, y gracias al jugador por el que nadie pagó nada.
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