Culés periquitos
Sarrià fue también una escuela en la que se aprendía el oficio de periodista para llegar al Camp Nou cuando no había Internet ni tertulias
El Espanyol va resignadamente directo al descenso después de celebrar su regreso a Europa. La trayectoria del equipo, y también el club, ha sido cada vez más errática desde que la directiva y su dueño no llegaron a un acuerdo para renovar a Rubi. El técnico también ha acabado de mala manera en el Betis. La oferta verdiblanca era tentadora y el proyecto resultaba ilusionante para el entrenador de Vilassar. Ninguna de las dos partes supo hacer entonces una buena lectura de aquella separación que trascendía la cuestión económica, como se dio a entender desde algunos sectores del Espanyol. Rubi no solo quería mejorar su contrato sino también enriquecer y aumentar la plantilla en una temporada en la que se imponía conjugar LaLiga y la Liga Europa.
No se trata de justificar al técnico; sería demasiado fácil u oportunista con la tormenta que cae en Cornellà-El Prat. Los hechos aseguran en cualquier caso que el Espanyol no supo dar con el sustituto de Rubi. Ha dado incluso la sensación de que valía cualquier técnico si se repasa que en el banquillo se han sentado Gallego, Machín, Abelardo y Rufete. El director deportivo ha asumido el cargo en un intento desesperado por demostrar que no es un problema de plantilla ni de planificación, asuntos de su competencia, sino de gestión de un equipo en el que ahora mismo ya no se sabe quienes son los buenos y los malos, víctimas de una dinámica perdedora desde la derrota con el Levante.
El despropósito tiene difícil solución y confirma de alguna manera que se ha improvisado a partir de la creencia de que había equipo suficiente para competir, un diagnóstico tan errático como el que se hizo respecto al día a día del club: ha habido cambios en diferentes áreas, la mayoría estratégicas, sin que se sepa muy bien qué pretende Chen Yasnheng, harto de perder dinero después de pagar las deudas y ahora tan asustado por el descenso que en el mercado de invierno se gastó los 40 millones ahorrados en el verano cuando creía que había encontrado el rumbo que le convenía al Espanyol. Hoy actúa a destiempo y de mala manera, seguramente desorientado en China.
El Espanyol ha sido un equipo débil en las áreas, especialmente en la contraria, peleado con el gol: forma y vende delanteros y en cambio no ha sabido comprarlos; alcanza con recordar a Gerard Moreno y Borja Iglesias y mirar la lista de rematadores de la temporada 2019-2020. Tampoco ha ayudado la lesión de Raúl de Tomás. No parece que la situación tenga remedio cuando todavía queda pasar por el Camp Nou y ya no se dispone de futbolistas como Lo Pelat ni Tamudo para dañar al Barça. Los culés, después de su mal paso en la Liga, querrán hacer sangre con los pericos aunque se juegue a puerta cerrada y si pudieran firmarían que su descenso se produjera el mismo día de la vista al Camp Nou. No hay que olvidar que hablamos del Espanyol de Barcelona.
El derbi de Barcelona
Ya se sabe que ocurre con la rivalidad; otra cosa es si a la ciudad y a la administración ya les va bien que pueda bajar el Espanyol y se dé tiempo para encontrar una idea de equipo y modelo de club que le lleve de nuevo a LaLiga. Y al periodismo, ¿qué le conviene? Tal vez es un buen momento también para plantearse el trato que recibe el Espanyol en los medios de comunicación de Cataluña. A veces he tenido la sensación de que funciona igual que fuera una cuota informativa, una realidad que conviene no ignorar, como si se le perdonara la vida –también sin capacidad de autocrítica— sobre todo desde que los periodistas se dieron cuenta de que ser perico no puntúa, o no da protagonismo, y se impone hacerse del Barça.
Nunca olvidaré la figura del admirado Andrés Astruells, un periodista perico de pluma fina y precisa que un buen día anunció que se había pasado al barcelonismo después que se le apareciese Gamper en la Rambla. Una manera aguda para decir que si quería ser llamado al sanedrín radiofónico tenía que ser para hablar del Barça y de Messi. Ha habido otros que desde entonces se han cambiado de equipo sin ninguna explicación ni el ingenio del añorado Astruells. Y es que hubo un tiempo en que la carrera de algunos periodistas de deportes empezaba en Sarrià, como si fuera una prueba o un entrenamiento, para poder llegar después al Camp Nou.
A mí me pasó en el Avui y en EL PAIS. Y por eso me siento agradecido a mucha gente: a Pepe Guijarro, Vicenç Lloret, Salvador Oliveras, José Maria Calzón, Juan Segura Palomares, a Jordi y a Maria; también a José Maria Maguregui, Juanjo Díaz, Javier Clemente; y a muchos otros, algunos presidentes, como Manuel Meler o Antonio Baró. El Espanyol era una escuela en la que se aprendía el oficio cuando no había tertulias y era obligado acudir al campo para informar, tiempo en que también resultaba imprescindible mirar a los ojos de la gente para entender las cosas y poder descifrar un Barça-Espanyol.
No se trata de un ataque de nostalgia ni de reivindicación, sino de reflexionar en un momento en que se pregunta a los aficionados al fútbol catalán que les parece el posible descenso del Espanyol cuando las cosas también van mal en el Barça. A Rubí seguro que le sabe mal, el mismo dolor que habría sentido posiblemente Astruells, y menos también del que tendrán los que llegaron al Camp Nou pero nunca olvidarán Sarrià porque les ayudó a definir su identidad.
A fin de cuentas el derbi del próximo miércoles llega en unas horas de mucha tristeza.
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