La trastienda de Vicente del Bosque
El exseleccionador modeló en 2010 un grupo campeón desde el diálogo, la persuasión y su capacidad de análisis
Vicente del Bosque encontró en un Mundial el marco perfecto para exportar todo lo que la vida le había enseñado. Tanto en lo futbolístico como en lo humano. Sin caretas ni complejos. Con las dudas que pasea con cierto rubor, pero también desde su innegable talento para percibir situaciones que otros no ven. Era cuestión de mezclar su experiencia de futbolista con sus 17 años de empleado —le gusta esa palabra— en la Fábrica y, por supuesto, aprovechar el caché ganado en su paso por el primer equipo del Madrid, donde ganó dos Champions y dos Ligas.
Ahí estaban él y su guardia pretoriana: Toni Grande, Javi Miñano, Paco Jiménez y José Manuel Ochotorena. Enfrente, o al lado, 23 profesionales en su mayoría ya consagrados. Su primer objetivo era terminar de ganárselos. Hacerles partícipes de sus ideas. No desde el sentido de pertenencia del grupo que nunca desarrolló, sino por el convencimiento de que sin la comprensión y el apoyo del jugador, el técnico está listo para papeles.
Un gran gestor. Frío en los momentos calientes. Sereno. Con una gran capacidad de análisis. Lideraba pero dejaba hacer. Su teoría es que el jugador desnuda al entrenador para medirlo y este tiene que demostrar sus conocimientos sin mostrarse demasiado tonto, ni demasiado listo. Preguntón hasta decir basta, no cesaba de sacar información. ¿Cómo hacéis en el Barcelona? ¿Y en el Madrid? ¿Cómo pensáis que debemos hacer esto? “Hilaba todo con buena cara pero al final hacía lo que le daba la gana”, susurra uno de sus colaboradores.
Su santo y seña en lo táctico era conseguir que el imberbe Busquets y el maduro Xabi Alonso se convirtieran en pareja de hecho. Cada vez que podía se pegaba a Busi. Un buen rato de carrete. Ahora, con Xabi. Tenía que convencerles de que eran complementarios y podían repartirse los espacios y las funciones. El binomio tomó forma hasta conseguir ser un solo elemento. Los dos atacaban y defendían. Sobre ese dúo edificó su pizarra.
Él lo resume con sencillez: “Lo más importante era que los dos estuvieran siempre al servicio del equipo. Eso en un centrocampista es muy importante. En fase defensiva eran dos mediocentros. Se alternaban en la creación, organización y finalización. Son muy inteligentes. Sabían, además, que no tenían que construir. Tenían por delante compañeros para hacerlo”.
“Ahora no le damos importancia”, comenta otro de sus hombres, “pero lo que fue el gran hallazgo pudo haber sido el gran fiasco. Dejamos fuera a Senna para traer a Busquets con solo un año de titular en el Barça”.
Del Bosque siempre estuvo convencido de que intercambiar opiniones con los jugadores no era síntoma de debilidad, sino de fortaleza. A Xavi le persuadía de que con determinadas cosas sería aún mejor futbolista. De una batalla de ideas, en plena charla antes del partido contra Alemania, surgió cómo tenía que lanzar el córner que remató Puyol.
También aceptaba las nuevas tecnologías y dejaba que sus ayudantes trabajaran con herramientas innovadoras. Hasta a sus más allegados les sorprendió su capacidad para anticiparse a los acontecimientos en situaciones de riesgo. “Nos llamó la atención su toma de decisiones. Tiene un talento natural para percibir lo que tiene delante o él se imagina. Los cambios, por ejemplo. Cuando saca a Llorente contra Portugal. Cuando llega Alemania y vio que Pedro era el idóneo por su vitalidad. Cada relevo mejoraba al equipo. Vicente no era muy machacón en los entrenamientos. Le gustaba que las situaciones fluyeran. No paraba y mandaba repetir. Rara vez”, dice otro de sus colaboradores.
En su cabeza, dos grandes preocupaciones: que el equipo no se obsesionase con la táctica y que la concentración no fuese una cárcel. Las charlas individuales eran cortas y las colectivas no pasaban de los 20 minutos. Propiciaba que el jugador interviniera. Incluso que se reunieran ellos solos, sin su presencia. Sabía que el grupo tenía costra y sabía competir cuando tenía que hacerlo.
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