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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las promesas de los entrenadores

Conviene no fiarse demasiado de los técnicos que acostumbran a no prometer nada en rueda de prensa

Rafa Cabeleira
Wanderley Luxemburgo, junto a Ronaldo.
Wanderley Luxemburgo, junto a Ronaldo.

Conviene no fiarse demasiado de los técnicos que acostumbran a no prometer nada en rueda de prensa. En realidad, es algo que sucede en muy pocas ocasiones. La mayoría suelen tirar de humildad y argumentario industrial para limitar sus promesas al esfuerzo diario. “Trabajo, trabajo y más trabajo” es una de las fórmulas más utilizadas. Ni que decir tiene que, salvo contadas y llamativas excepciones, trabajar suele ser una de las primeras obligaciones de cualquier asalariado pero, por la razón que sea, en el deporte todavía se dan por buenas este tipo de obviedades. La clave reside en la sencillez: esa es su verdadera mercancía. John Wooden, mentor y entrenador de Kareem Abdul-Jabbar en la Universidad de UCLA, se tomaba su tiempo para enseñar cómo colocarse correctamente las medias a sus jugadores. Y tenía sus razones: una arruga podía provocar ampollas y dichas ampollas se traducían en tiempo de inactividad. “Si ustedes son realmente buenos, esa pérdida de actividad puede terminar con el entrenador despedido”. Promesas sencillas, métodos sencillos, resultados espectaculares.

Luego están los más atrevidos, los que llegan prometiendo gloria y páginas en la historia porque no todo el mundo tiene abuela, y lo contrario tampoco contradice el derecho inalienable de cada uno a sentirse un elegido. Es un método arriesgado. Exponer el pecho siempre lo es. Le pasó a Wanderley Luxemburgo en Madrid, por ejemplo. Al menos desde la distancia, se le intuía una autoconfianza propia de un dios, hasta el punto de que no dudaba en presentarse a las ruedas de prensa ataviado con una cazadora tejana de dudoso acomodo en las zonas nobles de Chamartín. “Yo nací para ganar. Yo no nací para ser uno más”, se sinceró en una entrevista para O Globo tras su primer partido al frente del Real Madrid. En apenas seis minutos, se vanaglorió de haber devuelto la alegría a los jugadores, a los aficionados, al club y a la ciudad entera, entre otras bondades: “En Europa no están acostumbrados a trabajar como nosotros trabajamos. En Brasil somos competentes, somos expertos en fútbol. Nuestro conocimiento es muy grande”.

Aquello terminó como terminó pero no siempre tiene por qué ser así. Jim Valvano llegó en 1980 a North Carolina State, el guisante rojo junto a los gigantescos Tar Heels. “Vamos a ser campeones”, declaró durante su presentación. Y no bromeaba. Para demostrarlo, el primer entrenamiento lo dedicó a ensayar la consiguiente celebración, incluido el típico corte de las redes de la canasta y la entrega del trofeo. Tres años después, el equipo cenicienta de Carolina del Norte se alzaba con el título de la NCAA dejando por el camino a los grandes trasatlánticos del país, incluida una Universidad de Houston que cayó derrotada en la final con Hakeem -entonces Akeem- Olajuwon y Clyde Drexler como imponentes mascarones de proa.

Por último están los que, como Quique Setién, se presentan garantizando poco más que el buen juego de su equipo. En una promesa peligrosa, no apta para todos los públicos. Uno se presenta en el Madrid, en el Inter de Milán o en Boca Juniors diciendo que su equipo jugará bien al fútbol y los aficionados salen corriendo a los bancos para retirar sus ahorros, temiendo algo parecido a un corralito. Pero no en Barcelona. Juguetear con el tarro de las esencias desde el primer día siempre deja un aroma agradable en Can Barça: a coche nuevo o a farmacia. Pero luego hay que mantenerlo con hechos, no basta con abrir o cerrar las ventanas. Y eso es, básicamente, lo que ha hecho Setién desde su llegada: dejar correr el aire y que sea lo que dios quiera, si aceptamos como buena la habitual comparación de Messi con el altísimo. Visto el resultado, uno se pregunta si no habría sido mejor comenzar por los calcetines o el ensayo general de los festejos porque, sinceramente: a Setién con cazadora tejana y el buen juego prometido, yo no los veo. 

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