Carlos Sainz, un nombre propio ganado a pulso
El peso del apellido y la gran competencia interna en la F-1 han fortalecido el carácter del piloto
Con su aterrizaje en Ferrari la temporada que viene, Carlos Sainz (Madrid, 1 de septiembre de 1994) tiene la mejor de las oportunidades para deshacerse de una vez por todas de ese sambenito con el que carga desde que nació y que tanto le repatea. Hasta ahora, al chico se le ha privado de tener identidad propia. Pasó de ser el hijo del bicampeón del mundo de rallies (1990 y 1992) al compañero de Max Verstappen en su debut en la Fórmula 1 (2015), todo ello bajo la omnipresente sombra de Fernando Alonso, que ejerció de cicerone. Curiosidades del destino, Sainz habrá pasado en 2021 por los mismos equipos con los que compitió el asturiano (Toro Rosso-Minardi, Renault, McLaren y Ferrari). La granítica consistencia exhibida el curso pasado en McLaren, donde cogió el relevo del ovetense, supuso el pasaporte que le llevará a enfundarse en el mono más codiciado del mundo de las carreras de coches. Lewis Hamilton puede ganar todos los títulos posibles con Mercedes, que ninguno de ellos tendrá tanto bombo como el próximo que se celebre en la totémica escudería de Maranello.
Después de curtirse en las pistas de karting —“todos los niños me querían ganar siempre. Pero es normal. Si yo disputara una carrera y supiera que el hijo de Alonso iba a participar, también querría ganarle”— fue seleccionado por Red Bull para entrar en su programa de desarrollo. El Junior Team, la fórmula de promoción de la estructura del búfalo rojo, una trituradora de chavales (Alguersuari, Buemi, Vergne) cuyo modus operandi es muy claro: entran dos, sale uno. A pesar de ver cómo Daniil Kvyat le adelantaba y se hacía con el volante en Toro Rosso (2014) que parecía llevar su nombre, el español cumplió con su parte, celebró el título de World Series y se ganó la entrada a la F-1 en 2015.
Este certamen es cruel ya de por sí, pero todavía más cuando uno llega nuevo a una formación completamente volcada en el lado opuesto del taller. Con los mandamases de Red Bull embelesados por Max Verstappen, Sainz vio cómo su vecino era ascendido al primer equipo con el Mundial de 2016 en marcha, y por si eso fuera poco ganaba en su primer gran premio (Montmeló), fijando un nuevo récord de precocidad (18 años, siete meses y 15 días). Impermeable a todo, el madrileño siguió a la suya, seguro de sus puntos fuertes, esos que le llevaron primero a Renault, donde corrió las últimas paradas del calendario de 2017 y 2018, y luego a McLaren, donde fue capaz de rebajar la tensión acumulada en el tándem con Lando Norris, un auténtico showman con el que la lio muy gorda en más de una ocasión. Juntos formaron una piña difícil de ver en una disciplina tan individualista como esta.
La refundación de la escudería de Woking coincidió con la madurez de Sainz, que después de haberlas visto de todos los colores se sacó de la manga un curso inmaculado que rubricó con su primer podio (Brasil). La sexta plaza que ocupó en la tabla final de puntos fue capital para que McLaren se asegurara la cuarta posición en la clasificación de constructores, un brutal paso adelante respecto a 2018 (sexto) y el detonante de su fichaje por los bólidos rojos. Allí le espera Charles Leclerc, el Verstappen de Ferrari, y quien a priori está llamado a liderar el proyecto a medio-largo plazo (tiene dos años más de contrato que él). Nada grave para un tipo a quien no le importa vivir a la sombra de los focos y que aguanta lo que le echen. Una luz tan potente que en ocasiones puede llegar a cegar.
“Quiero rendirle tributo a Carlos por el excelente trabajo que ha hecho para McLaren y por la ayuda que nos ha brindado en nuestra etapa de recuperación. Se trata de un auténtico jugador de equipo”, le piropeó Zak Brown, director general de McLaren, al hacerse oficial la noticia de su marcha.
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