El inseguro desafío del fútbol glacial
Para el presidente de la UEFA es mejor un fútbol precario, sin público, que un fútbol sin blanca; mejor jugar sin espectadores que no hacerlo
Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, declaró en el Corriere della Sera que es mejor jugar sin espectadores que no hacerlo. Traducción: es mejor un fútbol precario que un fútbol sin blanca. Ceferin cuida del negocio, como es su obligación, y predica un fútbol higienizado, de estadios vacíos y las cámaras que transmitan los partidos y santifiquen los voluminosos contratos con los operadores televisivos. Los espectadores son descartables, pero los telespectadores son imprescindibles.
Cada vez se habla más del regreso del fútbol, con todos los imponderables que se quieran. Hay prisa. Ceferin no habló de calendarios, pero fijó septiembre como frontera para terminar todas las competiciones, detenidas y sin resolver desde mediados de marzo. Un apunte similar se intuye en el acuerdo de la Federación Española y la Liga de Fútbol Profesional, propiciado y firmado por el Gobierno, que dispone del BOE como arma disuasoria en las disputas.
No sabemos si el fútbol español podrá aparcar sus diferencias, pero la gravedad de la situación exige una tregua que favorezca un consenso en la reactivación de las competiciones. Sin un plan sensato y común, el fútbol español se abocará al desastre. No es tiempo para egos descontrolados y reyertas de callejón. El margen de maniobra es escaso y la realidad, muy cruda.
Ceferin y los dirigentes españoles quieren el regreso del fútbol, aunque se adivina un afán más voluntarista que otra cosa. Se mueven en un territorio cubierto por una maleza tan espesa que resulta difícil atisbar una rendija de luz. El 12 de marzo, fecha de la suspensión de la Liga, se contabilizaban 84 fallecidos desde el comienzo de la pandemia y 2.968 casos positivos. Han pasado solo 39 días y España es el segundo país del mundo en casos oficiales de infectados (200.210) y el tercero en fallecidos (20.852).
La Liga se suspendió, no sin un agrio debate, en un escenario temible que auguraba la catástrofe que se ha producido, pero con unas cifras de damnificados muy escuetas. Se bajó la persiana porque no había más remedio. Ahora se pretende reabrir el fútbol con unas estadísticas que mejoran, con mucha menos rapidez de la deseable, y un volumen espantoso de víctimas.
No se puede reprochar al fútbol los errores que también han cometido políticos, organizaciones internacionales y expertos en general, incluida buena parte de la comunidad científica. El coronavirus ha encontrado al mundo con el pie cambiado, desatento, ineficaz en la prevención, lento y contradictorio en las decisiones. Predomina una sensación aguda de desconocimiento.
Las condiciones de regreso son inquietantes. Estamos muy lejos del masivo número de pruebas que permitan trazar una fotografía ajustada de la pandemia. Volver significa moverse en la inseguridad y el miedo. Mejoran los tratamientos y decrece la presión en los hospitales. La economía necesita reactivarse, con respiración asistida y una precariedad que asusta. Es la terrible colisión entre un virus devastador y la voluntad de abandonar la parálisis que devora al planeta.
Esa ecuación no se despejará hasta que se descubra una vacuna, y no aparece todavía por el horizonte. El fútbol, como todo el sistema productivo, volverá de puntillas. Esta vez no podrá apelar al desconocimiento. El regreso exigirá más seguridad que urgencia, más sensatez que optimismo y más eficacia que voluntarismo. Si el fútbol se encuentra débil ahora, un fracaso en la ruta de retorno sería aterrador.
Además de proponer un fútbol glacial, aséptico, radicalmente desprovisto de su naturaleza despreocupada y comunitaria, los Ceferin, Tebas y Rubiales de este mundo tienen que funcionar sin fisuras, creerse su discurso, colocar la opinión de los expertos por delante, calibrar con precisión las ideas, desdeñar las ocurrencias y evitar las fricciones del politiqueo. Por desgracia, ni tan siquiera así está asegurado el éxito del desafío.
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