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Radomir Antic
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Antic ya estará viendo un partido

La vida de Rado, un hombre de profundas convicciones, comenzaba con una 'f', de familia, y acababa con otra 'f', de fútbol

Radomir Antic.
Radomir Antic.Raúl Cancio

Maldito móvil. Es lo mínimo que se piensa cuando el aparatito te vuelca sin preaviso la muerte de un amigo. “Ha muerto Radomir Antic” [Zitiste, Serbia, 22 de noviembre de 1948-Madrid, 6 de abril de 2020]. Cuatro palabras. Cuatro mil recuerdos que se vienen a la cabeza, se amontonan sin sentido, se mezclan en el tiempo y en el espacio.

No hace falta cerrar los ojos para escuchar su voz. Característica, con ese acento balcánico que nunca perdió a pesar de vivir en Madrid desde hacía 30 años y tener su paraíso en Marbella, frente del mar. También se sentía pleno y henchido en su caserón de Zlatibor, en pleno bosque, ahora serbio, cerca de un lago donde, entre partido y partido, se permitía la pesca con lazo.

Rado era un auténtico cicerone. Sus casas eran de sus amigos. Abría las ventanas de par en par para que todos supiesen que su vida comenzaba con una f, de familia, y acababa con otra f, de fútbol. Hijo de Iovo, militar de profesión, y de Milka, nacidos en Bosnia y partisanos reconocidos, tuvo un hermano mayor, Dragomir, y una hermana menor, Miriana. En la veintena se casó con Vera, y nacieron Ana y Dusan. Luego los nietos. Los únicos que le arrancaban de la televisión donde siempre se emitía fútbol. Sesión continua.

Defendió ser un hombre de profundas convicciones. Se lo inculcó su padre. “Tienes que vivir con tus propias decisiones”. Lo cumplió al pie de la letra. Cuando jugaba en el Partizán, el equipo de su corazón, con veintitantos años se dio cuenta de que en el fútbol fallaba algo. En su ideario, la colectividad siempre tenía que estar por delante de la individualidad. Un equipo era como una familia grande. Cada jugador era un hijo, pero de su padre y de su madre, y por lo tanto no se podía tratar y educar a todos por igual. Cursó estudios de Educación Física en la Universidad de Belgrado. Ya sabía que en el futuro quería ser entrenador y pretendía dominar todas las materias: fisiología, psicología, pedagogía, nutrición…

Hizo carrera. De futbolista y de entrenador. También como ser humano. Siempre valiente ante los desafíos. De Belgrado a Estambul. El golpe de estado turco le trajo a España. Se encontró un país que nada tenía que ver con el que le habían contado. Y comenzó a amar su nuevo destino hasta enamorarse perdidamente. Descubrió el lujo del comer por gusto, no para sobrevivir. Y la siesta de 15 minutos. Con todo en la mochila, aterrizó en Lutton. Su cabeza, bien ordenada, le permitió adaptarse a la sociedad anglosajona hasta comprenderla y defenderla.

Sabido es que Rado es el único entrenador de la historia que se ha sentado en los banquillos del Real Madrid, Atlético y Barcelona, pero fueron los rojiblancos los que cautivaron su corazón. Su Atleti del doblete (95-96) fue su obra maestra. “Tener buenos jugadores no es tener un buen equipo; tener un buen ambiente sí es tener un buen equipo. Éramos distintos. Jugábamos bien. Llevábamos la iniciativa con el rombo en el centro. Sacábamos el máximo rendimiento a nuestras virtudes. Con balón queríamos siempre crear espacios, achicar de atrás hacia delante, incorporar muchos jugadores al ataque. Todos los del medio hacia delante marcaron goles, incluso los defensas. Eran muy importantes las segundas jugadas y el equilibrio. Sin balón, reducíamos espacios, tirábamos de coberturas, éramos compactos. Yo estaba convencido de que éramos el equipo que mejor jugaba y que podíamos ganar todo. Y lo ganamos”.

En su libro Jaque a la Liga, el periodista del EL PAÍS Leontxo García preguntaba a Antic —apasionado del ajedrez— cómo le gustaría pasar a la historia. Su respuesta está cumplida. “Por un hombre honrado y capacitado”.

A estas horas ya está viendo un partido de fútbol.


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