Doncic mira hacia el Olimpo
Gobierna los partidos sin apabullar con mates, giros y demás proezas acrobáticas. Sabe utilizar su masiva presencia con la misma sabiduría que su cabeza, un procesador en perpetuo movimiento
La última gran noche de Luka Doncic fue una de sus noches habituales, característica que distingue a los grandes de los buenísimos jugadores. Frente a los Rockets de Houston, el equipo de James Harden, el hombre que anota 40 puntos sin levantarse de la cama, Doncic registró 41 puntos, 10 asistencias y seis rebotes, cifras que excedieron el valor de sus estadísticas personales. Sirvieron para derribar a los Rockets en su cancha y acentuar el renacimiento de los Mavericks de Dallas.
Impresionan tanto sus números porque no se miden con las cifras de sus contemporáneos, sino con los gigantes del baloncesto. Hay razones para el vértigo cuando sus promedios generales —30,6 puntos, 10,1 rebotes, 9,8 asistencias en los primeros 16 partidos de la temporada— están a un milímetro del triple doble. En ese territorio casi desconocido sólo se han aventurado dos jugadores en la historia de la NBA: el mítico base Óscar Robertson (31,8 puntos, 12,5 rebotes, 11,4 asistencias en la temporada 1961-62) y Russell Westbrook, que consiguió el triple doble en las temporadas 2016-17, 17-18 y 18-19.
Por excepcionales que resulten sus números, el verdadero impacto está relacionado con la precocidad del jugador. Doncic tiene 20 años y ha empezado su segunda temporada en la NBA. Sólo LeBron James, que ingresó con 18 años en la liga y no tardó un minuto en despegar, admite la comparación. Robertson y LeBron James forman parte de la realeza histórica del baloncesto. Russell Westbrook es uno de los jugadores que mejor ha perfilado la NBA en los últimos 10 años. Está claro que Doncic quiere ser algo más que un gran jugador. Pretende figurar en la categoría de los mitos.
Pulido como un diamante en el Real Madrid, donde ingresó como un niño prodigio y salió hacia la NBA con un título de la Euroliga y la rara condición de estrella antes de los 18 años, nunca hubo dudas en Europa de su ingente talento, pero la NBA siempre invita a la incertidumbre con los nuevos, por destacados que parezcan. Es un mundo que requiere aspectos que exceden los recursos puramente baloncestísticos, desde el acelerado y agotador calendario hasta la respuesta física diaria en una competición de atletas superdotados.
Doncic dejó Madrid con cara de niño y un cuerpo grandón, sin pulir en el gimnasio. Dicen que ha adelgazado 10 kilos este verano, pero su imagen no ha cambiado. Nunca será un atleta al uso. Por ahí suelen comenzar las comparaciones con Larry Bird, de quien se decía, con evidente exageración, que no podía correr, ni saltar. Lo que sí podía hacer Bird era jugar al baloncesto como los ángeles. Conocía el juego al dedillo y detectaba como nadie las ventajas que encontraba en cada partido. Y si no las encontraba, las inventaba.
Como Bird, Luka Doncic gobierna los partidos sin apabullar con mates, giros y demás proezas acrobáticas. Como Bird, arrastra los pies por la pista mientras observa, divisa y toma decisiones que a la inmensa mayoría de los jugadores se les escapan. Hasta su cuerpo le sirve. No puede imponer el músculo, impone el espacio que ocupa. Sabe utilizar su masiva presencia con la misma sabiduría que su cabeza, un procesador en perpetuo movimiento.
Menos de un año en la NBA y ya es mucho más que un recién llegado con grandes expectativas. Es una estrella que se ha instalado en la misma galaxia que LeBron James, Kevin Durant y Stephen Curry, jugadorazos que han atravesado, y de manera repetida, la última frontera: la conquista de títulos. Es lo que se le pedirá a Luka Doncic en la vertiginosa trayectoria que acaba de comenzar, exigencia que señala su tremendo impacto en la NBA.
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