Teresa Perales: “Ya no sueño que ando”
La nadadora paralímpica, la española más laureada, con 26 medallas olímpicas, aspira a igualar las 28 de Phelps en Tokio 2020 y espera "sentada" un deseado premio Princesa de Asturias del Deporte
Para saludarla hay que doblar el lomo y ponerse a la altura de su silla de ruedas. Es el único, y, sí, impactante momento en que sientes que está impedida, porque se te olvida enseguida. Incluso cuando tiene que esperar a que le pongan una rampa de quita y pon para sortear la carrera de obstáculos que debe de ser su vida diaria. Tal es es el aplomo y la naturalidad con los que actúa. Estamos en el muy exclusivo Círculo Financiero de Madrid, donde va a pronunciar una de las conferencias inspiradoras que constituyen su plan B laboral antes de que el A se le acabe. Lo que se dice nadar y guardar la ropa. Viene de ganar su último oro mundial en Londres y, al terminar, vuelve a Zaragoza para cuidar a su madre hospitalizada. Hiperresponsable parece un adjetivo que le cuadra.
¿Qué necesidad tiene de seguir compitiendo a los 43 años?
Necesidad, ninguna. Pero me encanta competir. Volver a casa y regalarle las medallas a mi hijo. Ver emocionada a mi madre. El subidón de adrenalina que me provoca. Por todo eso sigo. Si no, no valdría la pena entrenar cuatro años para 36 segundos, que es lo que cuesta hacer 50 metros.
Su prueba estrella.
Lo era. Ahora es el 50 espalda.
Lo dice como si eso fuera ir para atrás, valga la redundancia
Bueno, nadar para atrás no es lo que más me gusta. Me gustaba mucho el 50 y el 100 libre, donde gané el oro en Atenas, Pekín y Londres. Pero en Río se me escapó. Y tuve que reaccionar. Bocarriba no tengo que controlar tanto la respiración, y me ha beneficiado.
¿Adaptarse o morir?
Sirena con tacones
Cuando una neuropatía la varó en una silla de ruedas a los 19 años, Teresa Perales (Zaragoza, 43 años) cambió el tatami del kárate por la piscina y empezó a nadar contracorriente. Hoy, la deportista española con más medallas olímpicas, 26, espera igualar las 28 de Pelphs en Tokio 2020. Mientras, entrena, cría a su hijo de 9 años sentada y se calza unos taconazos de 15 centímetros "sin rozaduras que valgan ni gastar un euro en tapas". Humor no le falta.
Sí, es muy importante. El cuerpo cambia, no solo por edad. Las discapacidades también evolucionan. Llevo 24 años en silla de ruedas, más que sin ella, tengo tres hernias cervicales. En la vida hay que adaptarse a todo y sacar provecho de cada circunstancia. Hago lo que puedo con lo que tengo.
¿Sueña que anda?
Ya no. Ni recuerdo la última vez. Sueño más que nado, o que vuelo. Cuando soñaba que andaba, al final, estaba muy cansaba y me plegaba justo al despertarme, como si en el sueño recordara que ya no camino. Qué cosas.
Perdió la movilidad a los 19. ¿Se cabreó con el mundo?
Con el mundo, conmigo misma, con todo y con todos. No lo entendía. Me preguntaba por qué a mí, si ya había sufrido la muerte de mi padre, a los 15, que ha sido lo peor que me ha pasado en la vida. Pasar un golpe, no te garantiza que no vayas a pasar otro, pero cuando has pasado uno, tienes herramientas para sobreponerte.
¿Cuándo se le pasó el cabreo?
Cuando pasé el luto. Hace falta tiempo. Al principio la gente te dice: no pasa nada, y es lo peor que pueden decirte. Claro que pasa, te cambia la vida, y es una putada. Estar en una silla no es lo más cómodo, y claro que tienes ganas de gritar, pero cuanto antes lo hagas, antes pasas página y ves que tienes otras cosas que sí puedes hacer. La vida sigue, es inevitable que siga, y menos mal que sigue.
¿Se recuerda caminando?
Sí. Corriendo para zambullirme en la playa, saltando charcos, subiendo montes, todo eso me chiflaba. Pero no hago un drama. Ahora puedo hacer otras cosas. Llevar tacones sin que me duelan los pies, por ejemplo. Me duran los zapatos años, y tengo los pies perfectos, sin callos ni juanetes.
¿Qué ve en los ojos de la gente?
Espero que ahora vean a una mujer valiente que se ha comido el mundo, a una mamá de un niño que farda de ella. Antes, veía lástima. Ese 'pobrecita, con lo jovencita que es, y en silla de ruedas'. Era como si me dijeran que era un proyecto de vida frustrado, y menos mal que no me lo creí. Sí, me cuesta llegar a los sitios, pero llego. Hasta he subido pirámides a culo dejando la silla abajo y subiendo estilo lagartija bocarriba.
¿Le hacen gracia los chistes sobre personas discapacitadas?
Me encantan. Cuanto más humor negro, mejor. En casa hablo de taraos con todo el cariño.
¿Y la corrección política?
Perdemos mucho el tiempo en tonterías. De tanto pensar en cómo llamar a alguien para no ofenderle, te alejas. Me afecta cómo me tratas, no cómo me llamas. Si tú me llamas discapacitada no me ofendes, otra cosa es que me llames discapacitada de mierda.
Puede ser la madre de algunas competidoras. ¿Escuece?
Sí, hay mucho choque generacional. Hay dos turcas de 15 y 16 años, una china de 13, otra de 15. Digamos que el nivel lo subo yo, el de edad, digo. Pero lo llevo bien. Me hace sentir muy orgullosa. Cuando me subo al poyete y miro a los lados, digo, aún estoy aquí, ole mis narices.
¿Hasta cuándo?
Pues mira, en Londres, en la última final, me sacaban un cuerpo de ventaja, y al final toqué pared la primera por 0,03 segundos, que es nada. Ya me dan mordiscos en las piernas. Me retiraré cuando me coman la pierna entera, cuando no pueda con mi alma.
¿El Princesa de Asturias de los Deportes para cuándo? Otros con menos laureles lo tienen.
Me encantaría, la verdad. Mi familia y yo siempre los vemos por la tele. Compito para subir al podio, los premios no dependen de mí. Lo único que puedo hacer es ponérselo difícil al jurado y seguir dándoles motivos. Y, si no, siempre puedo esperar sentada.
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