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La leyenda interminable de Chuso García Bragado

El marchador, de 49 años, termina octavo en su 13º mundial y logra el billete para los Juegos de Tokio 2020. El vencedor de la prueba fue el japonés Suzuki

García Bragado llega a la meta, este domingo.
García Bragado llega a la meta, este domingo.EFE
Carlos Arribas

La marcha, los 50 kilómetros, es cosa de civilizaciones antiguas, íberos, chinos, japoneses, magiares, ecuatorianos, mexicanos, gentes resistentes, duras, y Chuso García Bragado, de 49 años, mal afeitado, torvo y chupado, es un bandolero de la serranía de Ronda que no perdona. No teme al calor ni a la humedad. Los abraza y los domina. Marcha hacia Tokio, donde competirá en sus octavos Juegos. El español con más presencias olímpicas. Nadie le podrá detener. Termina octavo y roba todos los planos cuando atraviesa la meta, medio despistado, y para el reloj de su muñeca, que marca 4h 11m 28s. Nadie sabe decir de él nada que antes no se haya dicho. Y a él, a quien cuando joven le hacía gracia ser borde siempre que podía, y cortante, tampoco le importa que digan mucho de él. Está en esto por algo más que por unos aplausos.

“El atletismo es mi vida y es mi pasión”, dice, y sonríe. Ha conseguido, trabajando con su pareja y entrenadora, Montse Pastor, un objetivo más, terminar en puesto de finalista, algo que necesitaba después de ilusionarse en Pekín hace cuatro años pensando que había terminado octavo antes de saber que era noveno en realidad.

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En hombres ha ganado un japonés, Yusuke Suzuki (4h 4m 20s), y segundo es Joao Vieira, que resiste la llegada de Evan Dunfee. En mujeres, oro y plata para China, para Riu Liang (4h 23m 26s) y Maocuo Li; bronce para la italiana Eleonora Giorgi y octavo puesto, otra finalista, para Julia Takacs (4h 38m 20s).

Vieira, portugués de Portimao, de 43 años y 11 Mundiales, compite en la Corniche con un pañuelo helado en el cuello, y, seco, fibroso, incansable, es la estampa de un campesino del Alentejo, y solo le falta en las manos ásperas de callos una hoz; el pañuelo helado del japonés Yusuke Suzuki, tan metódico como su apellido sugiere acelera es más bien una corbata negra tan elegante como los valses de la Budapest de Julia Takacs, que también es española y marcha erguida, y es prudente y cerebral, y, como sabía que ocurriría, dedica los últimos kilómetros a adelantar a las rivales optimistas que empezaron marchando al ritmo que les pedía su corazón y naufragan. Adelanta a Inés Henriques, compatriota de Vieira y campeona del mundo hace dos años, cuando, en Londres, a las mujeres les permitieron por primera vez disputar 50 kilómetros, intenta aguantar, pero no resiste. Sí que aguantan las chinas, que arrasan, Liang y Li, atletas que se ríen del calor y la humedad, pues en Pekín tienen más, y más sucio.

Unas bolsitas de hielo en las manos, blancas como los guantes de taxista de Tokio, que el japonés agarra fuerte, y las hace derretirse en sus puños, completan el aire elegante de Suzuki, de 31 años, que, con sus gafas negras de espía y su gorra también negra que rellena de hielo cada dos kilómetros parece querer ir de incógnito, pero acelera desde la salida, veloz, por delante de todos, y chupa cámara, porque es el mejor y va a ganar.

Si no se conocieran las condiciones de calor (32 grados) y humedad (70%) su ritmo, regularísimo, rondando los cinco minutos por kilómetro (12 kilómetros por hora) daría risa a cualquier profesional, pero en el paseo marítimo de Doha una noche de casi octubre, es un ritmo demoledor que no aguantan ni el plusmarquista mundial, el francés Yohann Diniz, campeón hace dos años, ni el eslovaco Matej Toth, el campeón olímpico de Río, los dos que se atrevieron a desafiarlo al comienzo.

El ritmo no se lo rompen al principio ni sus meticulosos y estudiados avituallamientos que encarga con un kilómetro de antelación, cuando pasa por la vía de enfrente. En ellos recibe desde la mesa dos botella de agua unidas por un tubo de plástico y una bolsa sorpresa de la que saca pequeños detalles, una bufandita de hielo, que se coloca en el cuello como una gargantilla, una bolsa de hielo a la medida para introducirla entre el forro de su gorra negra y las manoplitas de hielo. Los primeros 44 kilómetros, Suzuki, efectúa todas estas maniobras sin perder el paso. Después, en los seis kilómetros finales, decisivos, sufre como una iluminación, y cuando se acerca a su mesa abandona la posición de marcha y se echa a andar con tranquilidad, como quien pasea una tarde de primavera por el Espolón de Burgos. Su ritmo baja a casi cinco minutos y medio, y su marcha metódica se ve acosada por el estrés y la ansiedad. Vieira va a por él. Acelera. Se acerca. Suzuki mira entonces el reloj con angustia, como lo mira quien sabe que va a perder el tren. Pero Suzuki llega a tiempo.

También en Tokio hace mucho calor, puede decir, y dentro de un año serán allí los Juegos, tengo que probar estrategias. Para él, y para todos, Doha es un ensayo general con todo.

En su 13º Mundial, García Bragado, que es capaz de beber glicerina, les enseña a todos, a los 46 hombres y a las 23 mujeres que salen conjuntamente a las 23.59 del sábado. No hay caos ni drama. Lo ocurrido en el maratón femenino ha alertado a todos, que, como aconsejaba Bragado, salen a un ritmo mucho más lento que aquel que consideran propio. Salvo Suzuki, claro, que sigue su propio método.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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