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El ataque de Valverde fortalece al líder Roglic en El Acebo, donde gana Kuss

Una nueva etapa de alta montaña, de 144,4 kilómetros entre Pravia y el Alto de La Cubilla y con tres puertos, espera al pelotón este lunes

Carlos Arribas
Cangas del Narcea -
Roglic y Valverde, llegando a la meta.
Roglic y Valverde, llegando a la meta. ANDER GILLENEA (AFP)

Sergio Samitier es de Barbastro, Huesca, aragonés orgulloso, y lleva unas gafas con la bandera de Aragón estilísticamente dibujada en su montura. Asciende solo, delante de todos, ágil, las montañas de Asturias, valiente, sin temor de los osos que se mueven colosales entre los robles ni de los nombres de pasos montañosos que asustan como El Pozo de las Mujeres Muertas. Dani Navarro, un asturiano veterano de los tiempos de Contador, su fiel gregario en algún Tour, ataca por ahí porque le mandan en el equipo, aun a sabiendas de que es una locura. Faltan 40 kilómetros para la meta. Sabe que nunca llegará, pero obedece.

La etapa es un sopor de domingo soleado a la hora del café.

El corredor del Euskadi Murias, Samitier, es un escalador joven y muy prometedor y ya sabe que las leyendas siempre se escriben acopladas a una realidad que quieren explicar y entender, como la del cuento trágico de vaqueiras heroicas como ciclistas, trashumantes entre los pastos altos de verano y los bajos de otoño, que da sentido, muchos años después de que el pueblo lo bautizara, al nombre atroz del puerto hermoso y duro en el que Sepp Kuss, un jovencito de Durango, Colorado, EE UU, de mejillas coloradas, piel pegada a los huesos y sonrisa infantil persigue a Samitier y se prepara para ganar su etapa, y lo hará subiendo al Acebo, cuando el aragonés no puede más.

Detrás, del pelotón resignado a un día más de monopuerto, tira cansino, a su ritmo, despacito, Lennard Hofstede, el farolillo rojo, compañero de equipo del Kuss aventurero triunfador y de Roglic solo, quien, llegado el Acebo, el último puerto, solo espera a que Valverde levante la mano, acelere el pie y decida que él mismo hará de gregario especial para el líder.

Cuando ataca Valverde y el Acebo es un clamor, por fin, por fin, hay etapa, se grita, faltan poco más de seis kilómetros de una etapa en la que la parálisis de Superman y Nairo, siempre a rueda, no es tanto un síntoma de falta de espíritu como de falta de oxígeno. Solo Roglic se va a por el campeón del mundo que acelera y acelera y da pedaladas quizás pensando en la leyenda que se escribirá de sus hazañas para que el futuro pueda entender por qué enamora el ciclismo, y Roglic no cede ni un metro. No así Superman, Pogacar, Nairo más aún, los demás rivales fuertes. Si Valverde pelea contra ellos por la segunda plaza, y mantiene encendida la llama española en una carrera que corría el peligro de convertirse en un duelo entre eslovenos que dejara indiferente al mundo, Pogacar pelea contra Superman por el tercer puesto. Los dos se dan duro. Llegan empatados. Combate nulo.

El escenario es ideal. Leyendas, dureza, recuerdos de mineros, Asturias. El primero y el segundo, Roglic y Valverde, solos, mano a mano. Toda La Vuelta está en juego. Cinco kilómetros de ascensión. Que se calcen guantes de boxeo y empiecen a darse, por favor. No se dan, se abrazan. No hay leyenda. No hay ataques y contraataques, y parones para tomar aire y seguir atacando, hay relevos y mutuo acuerdo. Valverde, a los casi 40, acaba de inventar el ataque colaborativo en el que Roglic colabora, feliz. Es la escenificación triste de una rendición. Valverde parece luchar solo para ser segundo.

“Somos ciclistas. Simplemente nos vigilamos mutuamente e intentamos llegar a meta lo antes posible”, explica Roglic, que mantiene a Valverde a 2m 25s en la general. “Le doy las gracias a Roglic”, añade Valverde, quien suma al buen rollito la ayuda extra de Marc Soler, quien deja la fuga de Samitier y Kuss, y, una lección más en su año de aprendizaje de todos los detalles del ciclismo, espera para tirar él solito de los dos rivales amigos, mientras el gregario de Roglic, Kuss, asciende los últimos hectómetros de la subida, pasado el santuario, chocando las manos de los espectadores en el estrecho pasillo como hacen los triatletas, los bikers y los de ciclocross. Al menos, levanta los brazos bajo la pancarta, como hacen los ciclistas. Todo llegará.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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