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Aduriz enciende San Mamés

Un golazo del veterano ariete resuelve a última hora un partido dormido y mal jugado por un desfigurado Barcelona

Aduriz remata para hacer el gol del Athletic.
Aduriz remata para hacer el gol del Athletic.Javier Zorrilla (EFE)
Ramon Besa

Hay goles que valen por un partido, y más cuando llegan en el momento más inesperado, cuando acaba el partido, más dormido que nunca, y el autor es un delantero de la grandeza de Aritz Aduriz, un ariete a la antigua, siempre al acecho, incluso ahora en que ha anunciado su retirada a final de temporada, eternamente aclamado en San Mamés. Aduriz, cumplidos los 38, sustituyó a Williams, el veterano por el joven, y a la salida de un saque de banda, remató de chilena un centro precioso de Capa aplaudido por el Barça. El campeón no perdía en un estreno liguero desde hace 11 años, cuando los tiempos de Guardiola, abatido en Los Pajaritos.

No parecía que hubiera empezado LaLiga hasta que salió Aduriz. No había habido ni tan solo una jugada de mérito en un partido tan serio y esperado como un Athletic-Barça. Tampoco se advertía a un futbolista destacado en La Catedral. Apenas se contaban dos tiros a la madera de los azulgrana y, por el contrario, se sumaba un lesionado muscular más a la lista de damnificados: Luis Suárez. La serie de amistosos de pretemporada machaca a los futbolistas, los directivos mercadean y los entrenadores reniegan por no tener todavía las plantillas completas, sobre todo los que son exigidos desde el inicio como es el caso de Valverde. Los aficionados, mientras, quedaban a la espera de que pasara alguna cosa, de que despertara el fútbol, de que apareciera un jugador, y entonces salió el inoxidable Aduriz para abatir a un soso Barça.

La provisionalidad azulgrana se reflejó en el once titular y también en los cambios: Carles Pérez y Rafinha acabaron en la cancha en ausencia de Messi y de Luis Suárez mientras Griezmann no daba señales de vida en su estadio favorito cuando vestía la zamarra de la Real y el Atlético. Los barcelonistas fueron un equipo muy chato ante un expectante San Mamés. La hinchada, tan paciente como su equipo, solo rompió a rugir con Aduriz, el cambio que redimió a Garitano y complicó la vida a un atrevido Ernesto Valverde.

A la espera de Messi y mientras Bartomeu juguetea con Neymar, el técnico azulgrana miró al campo de entrenamiento y apostó por los futbolistas que se supone están más en forma, jóvenes como Sergi Roberto y Aleñá, antes que por las figuras ya sabidas (Busquets o Rakitic), recién incorporados al campo de prácticas (Arthur y Arturo Vidal) o jugadores que están en el escaparate (Coutinho, que parece a punto de recalar en el Bayern, o Rafinha, ahora mismo en tierra de nadie por la lucha de poder en el Valencia). El entrenador se reivindicó desde la alineación, y especialmente desde la línea de medios, el punto neurálgico del equipo, sin atender a la nómina de la plantilla ni a la jerarquía del vestuario en un momento todavía de mucha oferta y demanda y en el que la hinchada pide más protagonismo para la Masia.

Aunque pudiera parecer experimental, recurría Valverde a una formación meritoria y ágil para combatir al fogoso Athletic. No hay equipo que tenga más autoestima en el mundo que el de San Mamés. No necesita de ningún fichaje para enfrentar con determinación y confianza al campeón de Liga. Juega de memoria, fuerte e intenso, punzante en las bandas y directo por la velocidad de Williams. Las llegadas del ariete presidieron el arranque del partido ante la pasividad del Barça. Los cambios no variaron la imagen azulgrana respecto al año pasado porque De Jong, encimado por Raúl García, no daba con la línea de pase para Dembélé ni Griezmann. Ni bien ni mal, el Barça no sabía a nada, espectador del choque, resguardado por el 0-0.

Alcanzada la media hora, la única noticia barcelonista fue la lesión de Luis Suárez después de mandar al palo un balón regalado por Unai López. No se dio el gol del cojo y Rafinha ocupó la plaza del uruguayo mientras Griezmann se situaba de 9. A falta de desequilibrio, el francés se adornaba con gestos técnicos inocuos, fáciles de defender para el Athletic. A veces, sin embargo, no se necesita dominar el partido ni tener autoridad para generar ocasiones, sobre todo cuando se cuenta con delanteros sutiles y sorprendentes que tienen vida propia como Rafinha, que remató al larguero después de intervenir Unai Simón. El disparo intimidó al Athletic y animó al Barça. La entrada de Rakitic por Aleñá aceleró el ritmo porque el croata mezclaba mejor con De Jong.

Ningún jugador retrata mejor al Barça que Rakitic. No hay verano en el que no figure en la lista de posibles traspasos para después afirmarse como el futbolista más importante del grupo por su facilidad para el despliegue, para atacar el espacio, para la llegada, para el tiro, para llenar el campo cuando se parte el equipo de Valverde. Al Barça, sin embargo, le faltaba profundidad y picante para superar a la zaga del Athletic. No le quedó más remedio a Valverde que corregir su plan inicial con la retirada del segundo interior —Sergi Roberto después de Aleñá— y recurrir a Carlos Pérez.

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La rueda de sustituciones fue banal en el Barça y resultó decisiva en el paciente Athletic porque apareció Aduriz para reivindicar al viejo ariete que nunca se da por vencido, ni siquiera en el último minuto, muy por encima de estrellas apagadas como Dembélé o Griezmann. Ahora mismo no se sabe muy bien qué equipo es el campeón Barça, anoche muy desfigurado, sin velocidad ni finura, y no hay dudas sobre la identidad del Athletic. Un mal asunto para Valverde, fiable en la Liga cuando se le acusaba de resultadista y abatido ayer cuando quiso ser valiente con una alineación que no cuadró ante la ausencia de Messi.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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