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el juego infinito
Columna
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Dos nuevos Messi

El argentino se comportó en la Copa América como nunca. En el campo jugó a un nivel terrenal y fuera lo vimos especialmente comprometido

Messi, tras ser expulsado ante Chile.
Messi, tras ser expulsado ante Chile.NELSON ALMEIDA (AFP)
Jorge Valdano

Una afición que estudia en Harvard

La Copa América terminó y dejó algunas tendencias más sociológicas que futbolísticas. Hubo un tiempo en que ciertas clases sociales consideraban el fútbol una ordinariez y lo rechazaban hasta en las conversaciones. Hasta que se transformó en parte esencial de la industria del ocio y los jugadores se convirtieron en modelos sociales que salen en Vanity Fair. El fútbol ya es chic y eso trae consecuencias. De campeonato en campeonato, el perfil de los aficionados va cambiando. En la Copa América vimos un público absurdamente blanco para un país que tiene como un tesoro la diversidad racial. Donde antes veíamos a un hincha de pie, ahora hay uno sentado con una copa de champán en la mano que solo se levanta para festejar un gol o para aplaudir a Bolsonaro en la entrega de premios. Durante los partidos el nuevo hincha no para de quejarse porque el pueblo no anima. Será porque ya no entra a los estadios.

Más argentino, menos Messi

También fuimos testigos de la transformación de ese icono que es Messi, que se comportó como nunca dentro y fuera del campo. Dentro, porque jugó a un nivel terrenal, lo que contradijo, al menos durante el rato que duró la Copa, su condición de genio. Fuera, porque vimos a una persona diferente. Comprometido como nunca, y eso está bien, pero alejado de ese bajo perfil que siempre he admirado. Cayendo en provocaciones, como la que le costó la expulsión; haciendo declaraciones graves, como la de acusar de "corrupta" a la Commebol; o tomando decisiones impropias de un capitán como la de negarse a recibir el premio por el tercer puesto. Siempre me fascinó el Messi jugador, y admiro la capacidad de tener bajo control su fama mundial tanto como la valentía de desafiar las presiones sin sobreactuar. Argentina parece feliz con esta nueva versión. Yo, solo en parte.

¿Mandar callar o ignorar?

Armani detuvo un penalti contra Paraguay y le dio otra vida a Argentina. Entonces se levantó como un resorte y se llevó el índice a la boca, pidiendo silencio ante un ruido que solo oía él. Los jugadores están demasiado atentos a las redes, que disparan juicios sumarísimos o directamente les ridiculizan, como si la opinión vertida por un tipo que firma Calavera79 o MonoLoco tuviera autoridad profesional o moral. Conozco jugadores que llegaron hasta la consulta de un psicólogo para superar esa constante humillación que les condiciona profesional y personalmente. Como pedirles responsabilidad social a las redes es ridículo, lo más sano sería que se mantuvieran ajenos a esa maraña incontrolable haciendo otra cosa. Por ejemplo, hablando entre ellos entre partido y partido para hacer equipo. Si, por el contrario, siguen interesados en saber qué opina un fantasma global de cada jugada que protagonizan, al menos no le contesten en medio del partido.

La última lección

Todos sabemos ganar, pero solo algunos saben perder. Es muy difícil, para un entrenador, gestionar el fusilamiento posterior a una derrota. A Tabárez le llaman Maestro porque lo es. Para llegar a esa condición hay que conocer la esencia del fútbol, cosa nada fácil de lograr tratándose de un juego caprichoso como un niño e inestable como un loco. Uruguay cayó sin merecerlo ante Perú y Tabárez, frente al pelotón, lo aceptó con una naturalidad heroica coronando su análisis preciso del partido con esta frase: “El rival no hizo nada antirreglamentario, así que hay que aceptar la derrota”. Y cuando alguien sugirió que Perú había abusado de la pérdida de tiempo, El Maestro lo desarmó con una brutal sinceridad: “Nosotros lo hicimos tantas veces…”. Ni victimismo ni demagogia ni enfado. Solo un poco de pedagogía para que no olvidemos que el fútbol está hecho de valores tan grandes, o tan pequeños, como las personas que lo protagonizan.

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