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El audaz Alaphilippe alcanza el amarillo como un corcho de champán

Thomas no aguanta la rueda de Bernal en el repecho final, donde Mas, Landa y Nairo ceden también 5s al colombiano

Carlos Arribas
Alaphilippe, en el podio.
Alaphilippe, en el podio.Thibault Camus (AP)

A Poulidor, que de ciclista nunca vistió de amarillo, le toca ahora, que es abuelo, ponerse un niqui amarillo limpio todas las tardes y subir al podio para que le abrace el líder del Tour, al que felicita. Más que como una burla de un destino bromista, el viejo Poupou, de 83 años, se toma la obligación protocolaria como una oportunidad de oro para ser él quien diga la última palabra. Pese a su clase, lucha y tenacidad, él nunca pudo ser ni Anquetil, ni Merckx, los radiantes, pero hará que sus nietos brillen más aún. Nietos propios y nietos adoptivos, que le adoran todos. Como el audaz Alaphilippe.

Su verdadero nieto, Mathieu van der Poel, el fenómeno que llega, no corre el Tour porque está en un equipo de segunda división, pero al generoso Poulidor no le costó proclamarse abuelo de los jóvenes que están decidiendo un inicio de Tour que a los aficionados les encanta. El exlíder, el holandés Teunissen, aceptó tranquilo el todos sois mis nietos que le soltó simbólicamente Poulidor el sábado tras su victoria atómica en Bruselas, pero el francés Alaphilippe, el nuevo líder, no se privó de besarle sonoramente y con carcajada feliz en las siempre sonrosadas y radiantes mejillas después de que Poupou, admirado y encantado por lo que le había visto hacer en la cuesta final de Épernay, y antes, le admitiera en su clan familiar espetándole: "No eres mi nieto Mathieu, pero tienes la misma clase". Y cuando gane Van Aert algo, que lo ganará, ya se sumará alegre al clan.

Cuando llega enero, dos de cada tres fines de semana, Poulidor reemprende un Tour de Francia. Interminable como su vida. Recorre hipermercados, ferias de la morcilla y hasta fiestas familiares. Llega a una sala. Instala delante de él una mesa con tres torres de libros (las tres biografías que ha publicado) y firma autógrafos hasta que se agotan. Mientras él congenia con ancianos y ancianas que le proclaman su devoción eterna y hasta, como una mujer, le anuncian que cuando mueran quieren que su féretro esté forrado con fotos suyas, sus nietos se lanzan al barro. Si algo une a Van der Poel, Van Aert, Teunissen y Alaphilippe es sus inicios en el ciclocross, y allí ya pelearon unos contra otros en sus años más jóvenes, en la especialidad que parece llenar de una energía especial e inagotable a sus mejores practicantes. Los cambios de ritmo son repetidos y explosivos sobre el barro, y sobre el asfalto son tapones de champán, que saltan ruidosos y veloces, y quitan el hipo, como salta Alaphilippe feliz e impetuoso en la cota de Mutigny, a 17 kilómetros de la meta, una cuesta vertical entre viñedos exuberantes y verdísimos de pinot noir que se harán espuma y líquido amarillo, tan amarillo como el maillot que le espera al final de la última cuesta.

Todos esperaban el salto del francés como también lo esperaban en la Flecha Valona, en la Milán-San Remo, en todas las etapas que ha ganado de la misma manera el que dicen el Valverde francés, y, como entonces, ninguno le pudo seguir. Algunos ni lo intentaron. No pudieron los explosivos que querrían haber ganado la etapa; no lo intentaron los favoritos de la general: Alaphilippe no es rival en ese apartado.

"Salí a coger la bonificación de la cuesta, pero luego arriba vi que había abierto bastante hueco, así que decidí seguir", dice el nuevo líder del Tour. "Me lancé bajando y abrí más hueco, así que no solo conseguí ganar la etapa: el maillot amarillo es un bonus".

Cuando saltó espumoso a su rueda estaba Egan Bernal, que quizás podría haberle aguantado el tirón.

Como a Alaphilippe al fenomenal colombiano también le nacieron los dientes ciclistas lejos del asfalto, en el barro de los circuitos de mountain bike; como el francés, Bernal también tiene la energía para ser explosivo en las distancias cortas, pero a diferencia del francés tiene más recorrido en las largas, en las contrarrelojes y en los grandes puertos de montaña, que es donde se gesta el ganador de los Tours. Podría adoptarlo también Poulidor como nieto a Bernal, y haría muy bien.

Cuando arrancó Alaphilippe, en vez de empinarse sobre la bici y apretar los riñones para responderle, como chico bien educado y obediente que es, Bernal miró atrás: quería saber dónde estaba Thomas, su líder nominal en el Ineos, a quien se debe. Al verlo apurado, la cara tendiendo al colorado, Bernal levantó el pie. Su equipo organizó la marcha tras Alaphilippe para llegar todos bien colocados a la última cuesta, una calle de 200 metros de larga vertical entre bodegas. Allí, nadie miró a nadie. Todos fueron a tope. Thomas, a rueda de Bernal hasta que no pudo más. El colombiano que afirmó que ayudaría a Thomas si este estaba más fuerte que él empezó a poner las cosas claras. La diferencia es mínima, cinco segundos. El significado, más amplio.

En el grupo de Bernal se coló Pinot, el aspirante francés más pimpante del inicio del Tour. No se coló ningún español. Mas y Landa cedieron también 5s, como Thomas y Valverde.

Alaphilippe dijo que no piensa luchar para ganar el Tour. “Para eso tenemos en el equipo a Mas”, dijo. “Quizás el jueves en la Planche des Belles Filles pueda pasarle yo el maillot... No estaría mal, ¿no?”

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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