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Día redondo para Carapaz, que frena a Nibali y distancia más a Roglic

Victoria de Cataldo en Como, donde el siciliano atacó bajando en su terreno favorito y el esloveno pinchó y acabó en la bici de un compañero

Carlos Arribas
Nibali, Carapaz, Landa (tapado) y Yates, durante la etapa.
Nibali, Carapaz, Landa (tapado) y Yates, durante la etapa.LUK BENIES (AFP)

A Como, que es Italia pero parece Suiza por su lago elegante y sus palacios de millonarios, llega el pelotón lanzado, y los Movistar aún con los oídos atronados y la voluntad clara, y las fuerzas. Con Carapaz enseñándole simbólicamente su rueda trasera a Nibali, que quería ganar su Lombardía; con Roglic, castigado por el infortunio, en la bici de un compañero después de pinchar la suya, y retrasado; con la victoria de un artista, Dario Cataldo, 220 kilómetros en fuga de a dos, que es un pintor sensible de voz suave y barba recortada. Con Nibali confesando: “Me equivoqué el sábado dejando tanto tiempo a Carapaz”.

El segundo día de descanso verá a Carapaz justiciero y patrón más líder aún, con 47 segundos de ventaja sobre Roglic, casi lo que piensa perder en la última contrarreloj. Él también, como el esloveno, acabó una etapa en la bici de un compañero, Pedrero, y perdió 40 segundos. A él le ayudó el equipo; a Roglic, que no tiene equipo, le ayudaron desde el coche con un bidón pegajoso que le impulsó durante 6 segundos cronometrados. Cuando se le pregunta al equipo si no habría sido mejor cambiar de bici, el director, Jan Boven, responde que, desgraciadamente él, que llevaba la de repuesto en su baca, debió pararse a orinar, y lo hizo justo antes del pinchazo. Llegar a Roglic adelantando a todos los rivales le habría tomado horas. Roglic puede perder el Giro por una necesidad de su jefe, y este, dicen los veteranos, podía haber orinado en un bidón vacío y no pararse.

Cuando, ya caída la noche, llegaron el sábado a su hotel, más bien un hostal de carretera, cargados con una maglia rosa y una tonelada de euforia, los corredores encontraron en sus mesillas unos tapones para los oídos y una nota: “Hay boda en el local, que duerman bien”. Les han secuestrado el restaurante y deben cenar en el bar, abierto a todos, a los camioneros, a los despistados. En sus mesas brindan, ante todos, con prosecco rosa y Carapaz dice: “Este es el triunfo de la unión; si seguimos unidos, ganaremos todo”.

El insomnio forzoso que padecieron hasta que a las tres de la mañana cesaron los ruidos les permitió reflexionar sobre lo mentirosas que son las películas: las bodas italianas, comprobaron que no son acordeones y valses rurales y largas mesas con manteles blancos y alegría, sino chunda chunda y pachanga desafinada, como en cualquier pueblo de España, y unos bajos asesinos que hacen vibrar las paredes y los cristales en sus habitaciones mal aisladas.

El duermevela, descendida la euforia, aumentada la consciencia negativa al ritmo de la música, también les permite a los Movistar analizar con cierta lucidez otra que creen falsedad muy extendida, que el Giro es solo un asunto Roglic-Nibali, un duelo homérico que se disputa en todos los terrenos, táctico, estratégico, mental, lucha de voluntades superiores y que ellos, sus ataques, su ligereza en la montaña, no son más que extras a los que se permite una cierta libertad de acción para decorar el escenario. Aceptan que con su actitud apática a veces el sábado, a Carapaz le regalaron 40 segundos, un minuto, y le dieron el rosa para que su Movistar cargara la carrera, pero no aceptan que fuera inteligente. Si piensan así, no saben quiénes somos, concluyen: a un Carapaz, el mejor escalador de un Giro de escaladores, no se le regala ni un segundo sin castigo. Y se dan otra vuelta en la cama. Prevén que Nibali, el rey de la Lombardía, convertirá en su clásica favorita, una carrera durísima, los kilómetros finales hacia Como, y que atacará, arriesgando y haciendo arriesgar, en el descenso al lago, en Civiglio, como si no hubiera un mañana o no hubiera habido un ayer, con el espíritu loco del clasicómano, como no se corre el Giro.

Cuatro horas más tarde, a las siete, suena el despertador. A las 11.00, de nuevo en la carretera, pedaleando, poniendo el pecho al aire como le gusta a Amador, que se ha hecho instalar una correa en el manillar para poder trabajar en su posición única, con los codos apoyados en el manillar. Y Carretero, el chico de Madrigueras, y Pedrero, de Terrassa, a su lado.

Toda la soberbia será castigada es su lema, y miran a Nibali, y hacen eco al viejo Adorni, que castigó la arrogancia de Merckx en la llegada del Lombardía del 66, y siempre dice: “Se lo dije a Eddy, se lo dije: si sales siempre a por mí tan sobrado y seguro de ti, yo no ganaré, pero tú tampoco. Y ganó Gimondi”.

Nibali espera a su cuesta favorita, los dos últimos kilómetros del Civiglio, a pico sobre el azul azul de Como, y el sol brillante, para lanzar un ataque a un pelotón ya mínimo que vuelve loca a Italia. El Ataque, con mayúsculas. Roglic ya pena en la bici mínima de su compañero Tolhoek, tan bajito; Landa le marca, tranquilo. Carapaz va a por el escualo de Messina y le controla con suficiencia. Ni siquiera en su terreno favorito, el complicadísimo descenso de Civiglio, donde Roglic roza el desastre con una caída contra el quitamiedos, logra Nibali desencadenado soltar al ecuatoriano que sabe lo que vale. Mucho.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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