Messi revela el otro lado del líder
Sobre este genio frecuente en el campo han pesado toda clase de tópicos y prejuicios fuera de la cancha. Todavía hoy no le abandona un aire de misterio.
Suele decirse que de Messi se ha dicho todo y que no hay más palabras para definir su magisterio. Frente al Liverpool, en un partido trepidante, mejor jugado por el Liverpool pero clínicamente resuelto por el Barça, Messi alcanzó los 600 goles con la casaca azulgrana, una cifra que por sí misma explicaría su relevante posición en la historia del fútbol. Sin embargo, describiría a medias su dimensión como jugador. Goleadores como Messi ha habido pocos. Jugadores de la magnitud de Messi casi ninguno. Su actuación contra los ingleses figura entre las mejores de su carrera, una obra cumbre sellada con un golazo a la altura del partido y de la leyenda del argentino, un fenómeno de la paradoja que transforma lo extraordinario en habitual. Sus constantes prodigios parece que pretenden desdeñar, sin conseguirlo, el asombro que procura la genialidad.
Sobre este genio frecuente en el campo han pesado toda clase de tópicos y prejuicios fuera de la cancha. Todavía hoy, ya en la treintena, no le abandona un aire de misterio. Todo el mundo conoce hasta el último rincón del Messi futbolista, salvo la proeza que se guarda para el siguiente partido. Al contrario, ha sido casi imposible desentrañar su personaje, entre cuyas habilidades comienza a destacar el ingenio para descubrirnos facetas novedosas, de considerable calado. Solo así se explica su magistral intervención después del partido con el Liverpool, entrevistado a pie de campo por Ricardo Rosety para Movistar +, apenas unos instantes después de cerrarse un duelo tan extenuante que agotó por igual a futbolistas, espectadores y televidentes.
Durante toda su carrera se ha asociado a Messi con el balón, una visión simplista favorecida por su hermetismo. En una época donde se sabe todo de todo el mundo, más aún en ese show de Truman que es el fútbol actual, Messi ha establecido un impermeable grado de reserva, con las extravagantes consecuencias que se derivan. Resulta que el jugador más conocido del planeta es un misterio andante. Fuera de lo anecdótico, se sabe muy poco de Messi. Ha construido un muro de defensa infranqueable. Se habla, se especula y se fantasea con el lado que ha logrado preservar. Lo ha conseguido de tal manera que tiempo atrás se estableció un malsano prejuicio: no existía tal lado, no había más Messi que el del balón.
Para resolver el personaje de Messi era más corriente esperar tópicos desdeñosos que atribuirle las cualidades que le han destacado en el fútbol: inteligencia, habilidad, astucia, precisión y sentido estratégico. Nadie ha dudado de su influencia en el mejor Barça de la historia —las especulaciones sobre el poder que ejerce en el club y en el vestuario forman parte de su misterio—, pero solo el transcurso del tiempo, que en este caso ha significado la clausura de una irrepetible generación de futbolistas, ha empujado a la nueva percepción de Leo Messi.
Ni la emoción, ni la fatiga extrema, ni la aclamación desde las gradas, le impidieron bordar en tres minutos un discurso tan brillante como su juego. Con el tono adecuado, las palabras exactas y el mensaje conveniente, Messi analizó el partido con precisión de cirujano, evitó cualquier señal de complacencia por la victoria, elogió al Liverpool, se inquietó por el trato de la hinchada a Coutinho, sin permitirse valorar la actuación del brasileño, pidió la unidad de todo el barcelonismo en la recta final de la temporada y envió unas palabras de cariño a Iker Casillas. En su modélica intervención emergió una parte desconocida fuera de su entorno más cercano: la de un líder de talla, igual de concreto, ágil y preciso en sus declaraciones que frente a la portería.
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