Con Solskjaer llegó la paz
El técnico del United ha recuperado el sentido de club y equipo perdido con Mourinho
Dio la casualidad de que en su primer día como técnico del Manchester United, el club celebraba por la noche la fiesta de los empleados. Ed Woodward, vicepresidente ejecutivo de la entidad, se lo pensó dos veces antes de preguntárselo porque sabía que con su predecesor, Jose Mourinho, hacía tiempo que se habían acabado las cortesías. “Si pudieras acercarte una horita…”, le soltó a Ole Gunnar Solskjaer (Kristiansund, Noruega; 46 años). Horas más tarde, llegó a la abarrotada sala, agarró el micro y salió al estrado. “Buenas noches, estoy aquí por cinco meses…”, articuló sin poder decir nada más, entrecortado por los vítores de los empleados –incluso los jóvenes que no le vieron jugar-, que entonaban el reverdecido You are my Solskjaer. Tonadilla que cogió fuerza en 1999, cuando un tanto suyo, validado después por otro de Teddy Sheringham, sirvió para alzar la Copa de Europa frente al Bayern y sobre la bocina. En ese momento y en esa sala, Woodward se dio cuenta de que al fin había acertado, de que ningún otro técnico podría conciliar al banquillo con el equipo y la grada. La era Mourinho había tocado a su fin.
Desde que Sir Alex Ferguson dejara el banquillo de Old Trafford, el equipo ha dado tumbos de forma irremediables. Con Moyes; con Van Gaal; y con Mourinho. “Júzguenme después de tres años”, solicitó el luso con su habitual bravuconería en el día de su presentación. Pero bastaron dos y medio para ver que su proyecto no funcionaba, que su fútbol era raquítico y que la afición que tanto cariño le profesó ya no le apoyaba. Suficiente para que Woodward le despidiera –con un pago de 17,8 millones para él y su equipo- y, por una vez, lo hiciese a la cara porque Moyes se enteró por la radio y Van Gaal a través de la prensa.
En su primer año, Mourinho se entendió con la afición cuando desde el club, tras ignorar a 3.000 aficionados que viajaron al campo del Brighton, le hicieron ver su error. Y, aunque soltó un bufido como reacción, en el siguiente desplazamiento, ante el Burnley, se puso a aplaudir a su hinchada, que necesitó menos que poco para cantarle. El problema, sin embargo, fue que por más dinero que gastara el club –185 millones en 2017; 198,40 en 2018y 82,7 en esta temporada-, el fútbol del equipo era plano, aburrido y estéril. Si bien comenzó con éxito –Community Shield, Europa League y Copa de la Liga-, desde el segundo curso (en blanco) perdió crédito, resquebrajado con la eliminación europea ante el Sevilla y perdido por completo en el pasado diciembre, cuando el equipo estaba a 19 puntos del Liverpool, sempiterno rival. Suficiente para que Woodward perdiera definitivamente la paciencia porque la exigencia mínima del United era pisar la Champions. Pero las diferencias y discrepancias venían de lejos.
En la gira norteamericana de esta pretemporada, desde la cúpula del United observaron cómo Kloop –técnico del Liverpool- sacaba una guitarra y se ponía a cantar con su afición. Nada se supo de Mourinho hasta la derrota del clásico inglés en Michigan, cuando soltó sin pudor: “Yo no pagaría por ver a estos equipos”. Frase de la que más tarde se retractaría pero que abrió los ojos a Woodward porque pensó que tenía razón. Tras eso, Mourinho se negó a hablar ante los medios durante días y apenas mediaba palabra con los interlocutores del club. Hasta que expuso: “Entregué una lista al club de cinco futbolistas y no ha venido ninguno”. Versión que desde el club rechazan porque, dicen, nunca pidió nada hasta la última semana, cuando apretó por el mediocentro Maguire (80 millones); y petición negada porque le recordaron que ya había gastado en defensas como Bailly (38 millones) y Lindelof (35),al tiempo que desde el Leicester ni negociaron porque no necesitaban dinero.
No es cierto que Mourinho se llevara mal con los trabajadores del club ni que fuera un ogro, pero sí que se volvió con el paso del tiempo más individual, sobre todo porque se enzarzó en diferentes batallas con sus jugadores, como con Shaw, Pogba, Martial… El problema es que el vestuario pensaba que Mourinho pensaba más en los defectos de los rivales que en las virtudes de su equipo, algo ridículo si se atiende al talento de la plantilla. Pero todo cambió con Solskjaer desde el primer partido porque el equipo hizo cinco goles –al Cardiff- por primera vezdesde la marcha de Ferguson y empezó a ganar por decreto [10 de 11 duelos], también encuentros que se daban por perdidos como la visita al Tottenham o duelos coperos frente al Arsenal y Chelsea. “Ahora tenemos libertad, somos más ofensivos, los laterales juegan más abiertos y más arriba…”, le confesaban desde el vestuario a un reputado periodista que guarda el anonimato; “y nos ha pedido que pensemos en nosotros antes que en los rivales, que tenemos a Pogba, De Gea, Martial…”. La bomba llegó en Europa, cuando tras caer en casa ante el PSG (0-2), el equipo volteó los octavos con un espléndido 1-3.
Puede que el equipo se desinflara un poco después con el tropiezo ante Arsenal, pero no una afición que realizó 14.000 peticiones para las 4.000 entradas que les ofreció el Wolves. Lemas como “We’re Manchester United” o “We never give up [nunca nos rendimos]” volvían a escucharse por Old Trafford. También las sonrisas y el buen ambiente, como demostró Ole con dos decisiones que convencieron a Woodward. La primera fue cambiar los horarios de las ruedas de prensa antes de los partidos, que eran a las 8.30 de la mañana.
-“Gracias mister porque hoy pude llevar a los niños al colegio”, le dijo un periodista el día que Ole varió la hora a las 9.30 por un compromiso que tenía.
-“¿Sí? Claro. Pues desde hoy siempre será así”, respondió.
La otra decisión la tomó tras recibir el premio al mejor manager del mes de enero. “No es mío, es de todo mi equipo”, replicó, por lo que después de la exigida sesión en solitario para la Premier, llamó a su cuerpo técnico y exigió que las fotos de la revista del club fueran esas. No se sabe qué ocurrirá ahora contra el Barça, pero el Manchester, ya en paz, vuelve a creer que con su fútbol pueden desmontar a cualquiera. Ole, renovado hace dos semanas hasta 2022, tiene la culpa.
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