El Valencia escala en la tabla a costa de un Celta que se despeña
El equipo gallego evidencia su dependencia del lesionado Iago Aspas y encadena su cuarta derrota consecutiva pese a adelantarse en el marcador
Acostumbrado como está al empate, el Valencia ganó en Balaídos y lo festejó con el alivio propio de los necesitados. Escala en la tabla hasta la séptima plaza, su tope en lo que va de temporada, mientras el Celta se despeña a la espera de que vuelva Iago Aspas como agua de mayo, de abril y de todo el calendario. El equipo vigués se ha metido en un embrollo tras encadenar cuatro derrotas consecutivas y puede caer a puestos de descenso si el Rayo gana este domingo a la Real Sociedad. Quizás esos problemas estaban ahí, pero los tapaba Iago Aspas, que no solo es el jugador más determinante de su equipo a distancia sideral del siguiente sino que hace mejores a quienes le rodean. Sigue de baja, lesionado desde la víspera navideña. Se le espera la próxima jornada en Valladolid sin que deje de anidar la idea de que, si vuelve a caer, su equipo se metería en un compromiso todavía más serio.
Celta, 1 - Valencia, 2
Celta: Rubén Blanco; Hugo Mallo, Roncaglia, Araújo, Juncà; Lobotka (Fran Beltrán, m. 88), Jozabed; Sisto (Hjulsager. m. 81), Brais Méndez, Boufal (Emre Mor, m. 70); y Maxi Gómez. No utilizados: Sergio Álvarez, Kevin, Cabral y Dennis Eckert.
Valencia: Neto; Piccini, Garay, Paulista, Gayá; Carlos Soler (Ferrán Torres, m. 60), Coquelin (Wass, m. 78), Parejo, Cherysev (Gameiro, m. 60); Rodrigo y Santi Mina. No utilizados: Jaume Doménech, Lato, Diakhabi y Kang-In Lee.
Árbitro: González González. Amonestó a Jozabed, Brais Méndez, Hugo Mallo, Carlos Soler, Gabriel, Ferrán Torres. Expulsó a Ismael Fernández, preparador físico del Valencia.
Goles: 1-0. M. 39. Araújo; 1-1. M. 71, Ferrán Torres; 1-2. M. 83, Rodrigo
Balaídos. 15.668 espectadores.
El Valencia salió indemne tras pegarse un tiro en el pie. Y eso que la pistola la tenía el Celta, empeñado en complicarse la vida, largo sin balón, con una zaga aculada con más miedo que recursos. Pero en la recta final de la primera parte se encontró con un rapto de locura del rival, un saque de banda de Piccini que no se hace ni en cadetes, hacia el centro y en plena presión adelantada del rival. Como además Coquelin se aturulló porque lo que le llegó fue poco menos que un melón, Boufal exigió a Neto con un remate que debió ser gol, pero que el meta envió a córner. Todo se concretó ahí porque medio Valencia siguió prisionero del estupor y Araújo se impuso en el primer palo para rematar a la red con la sien.
Todo transcurrió de forma desigual, a empellones e imprecisiones que alternaron ritmos frenéticos y planicies, un partido que retrató las urgencias de ambos, mal jugado. El Celta llegó a él sumido en el desastre, el Valencia tras ganar apenas en una de las seis últimas jornadas y un pírrico bagaje de cuatro triunfos en la primera vuelta del campeonato. Nada es casualidad. Ambos tienen problemas en varios sectores del campo, pero fundamentalmente, pecado, en las inmediaciones de las áreas.
Sin Aspas poco fluye en el Celta. El Valencia tampoco es un mecano. Por momentos pareció un grupo atribulado, temeroso de mostrar sus debilidades más que de exponer virtudes. Quizás hubiese recibido un espaldarazo de llegar a ponerse en ventaja de inicio, pero le faltó templanza en las dos opciones que tuvo con Rodrigo y Carlos Soler antes de verse obligado a remar contra la corriente del marcador.
Justo a la hora de partido retocó Marcelino la cara de su equipo. Cambió de maquillaje en las bandas para abrir el campo. Entró Ferrán Torres en la derecha y Rodrigo tomó el lugar de Cherysev en la izquierda para dejar espacio a Gameiro en punta. Marcó el joven canterano que definió con categoría tras un centro de Gayà. Torres bajó la pelota con el pecho y la empaló con un golpeo exterior para firmar un gol de bandera. Ahí el partido se puso para el Valencia. Rubén Blanco sostuvo a su equipo ante dos testarazos de Santi Mina y Garay, exuberante en las acciones a balón parado. Pero acabó batido, al fin, en una conexión entre Gameiro y Rodrigo que evidenció la permeabilidad de la zaga celeste, el retrato de un equipo superado, que incapaz de revolverse ante sus miserias ni siquiera encontró fútbol o alma para acabar el partido en el área del rival y se marchó entre el reproche de su grada.
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