La caída de los dioses
Leyendas como Nadal, Federer o LeBron James poseen apariencia de eternidad y es fácil pensar que los buenos tiempos con ellos no se van a acabar del todo nunca
Las leyendas llegan arrasando, jóvenes, y reinan como si no existiesen los eclipses, los finales o las nuevas eras. Contemplan su edad con indiferencia, y en último término, como si de ella solo cupiese esperar mentiras y más mentiras. A muchas estrellas las percibimos como si no existiese relevo natural para ellas, y detrás aguardase la nada, o al menos un pasillo vacío, con eco. Poseen apariencia de eternidad. Cuando reparas en Rafa Nadal o Roger Federer, o en Messi, Chris Froome, Serena Williams o LeBron James, te inclinas a aventurar que este año volverán a hacer algo grande, como todos los años. Es fácil pensar que los buenos tiempos, con ellos, no se van a acabar del todo nunca. En el peor caso, los buenos tiempos darán paso a los viejos, pero nunca a los malos. A veces parece que ciertos gigantes están ahí desde siempre, y seguirán estándolo no sabemos cuánto más tiempo, mientras nosotros, en el período que se prolongan sus hegemonías, crecemos, maduramos, hacemos listas y morimos.
Entramos en uno de esos años en forma de encrucijada, en la que, tal vez, al fin lo viejo acabe del todo y lo nuevo empiece de verdad. ¿Veremos a Federer declinar definitivamente, o volverá a una gran final y será durante tres o cuatro horas el que fue? ¿Conseguirá sumar nuevo grand slam Serena Williams? ¿Cuánto más pueden prolongar Djokovic y Nadal sus éxitos antes de acostumbrarse a vivir sometidos por jugadores más jóvenes, más hambrientos, más ambiciosos? ¿Está el tenis preparado para nuevas hegemonías, seguirán brillando las viejas, o durante varios años los dominios serán cambiantes? Cabe expresar las mismas dudas sobre el ciclismo. No está demasiado claro qué significó el triunfo de Geraint Thomas en el último Tour. ¿El comienzo de un nuevo dominio, el fin del anterior, iluminado por Froome, o tal vez solo será uno de esos ganadores de paso?
En fútbol el dilema es meramente colectivo. Está más abierta que nunca la soberanía europea, y no digamos la Liga. Fuera de eso, nadie puede aún imaginar el momento en que Messi cese como el mejor futbolista del mundo sin comparación. Así lleva más de una década. No cansa su fútbol; quizá un poco los titulares sobre su fútbol. Hay aspectos en que la vida se caracteriza por seguir igual día tras día. Nos regala más de lo mismo, hasta que inexplicablemente se acabe. Algo parecido ocurre con LeBron James, que cada año es rodeado por otras y a veces nuevas estrellas, pero el gigante, por muchos años que cumpla, no se vuelve pequeño. Hay casos particulares de leyendas que un día declinaron, parecía que para siempre, como Tiger Woods, que sin embargo se rehicieron y volvieron. En otros, como Fernando Alonso, que puso fin a su época en la Fórmula 1, no se borra la sospecha de que un día tal vez regrese, y a lo mejor compita por ganar. O no. El mismo desdén que el deportista siente a veces por su edad, lo experimenta la edad por él.
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