Víctor Fernández vuelve al Zaragoza a todo o nada
El club anuncia la contratación del histórico técnico del equipo maño tras la destitución de Lucas Alcaraz, que había sustituido en octubre a Imanol Idiakez
La segunda vez que Víctor Fernández Braulio (Zaragoza, 1960) firmó un contrato como entrenador del equipo de su ciudad se derrumbó durante su presentación a los medios de comunicación. “No puedo hablar”, explicó antes de abandonar la sala de prensa para recuperar el resuello. Le había podido la emoción, maño y zaragocista como es, tótem de uno de los mejores equipos que se vieron en La Romareda, el que ganó la Copa del Rey en 1994 y un año después alzó la Recopa en París con un inolvidable gol de Nayim. Aquel regreso culminó meses después con la última clasificación del equipo para disputar competición europea. Fue en 2007. Un año después Fernández fue destituido cuando tenía al equipo decimosegundo en la tabla y la temporada acabó con un descenso tras el que ya nada fue igual. El club regresó de inmediato entre los grandes, pero no al nivel que se le supone al representante de la quinta ciudad más poblada de España, la primera en la que no se reparten corazones entre equipos. Toda Zaragoza es blanquilla y es ahora un lamento porque el equipo cumple su sexta campaña consecutiva en Segunda y es antepenúltimo en la tabla. En esas vuelve Víctor Fernández para suplir a Lucas Alcaraz, destituido tras ocho partidos en los que apenas pudo sumar cinco puntos. A todo o nada, en una llamada al corazón a la que no ha podido negarse. El club anunció en la noche de este lunes que han llegado a un principio de acuerdo para que se haga cargo del equipo.
La última experiencia de Víctor Fernández en la liga española fue fallida y con un tamiz de injusticia. Tras aquel adiós al Zaragoza en enero de 2008, elevó el listón de la ambición y se quedó fuera de juego a la espera del banquillo de un grande. Apenas trabajó en el Betis media campaña en Segunda División y aceptó cinco años después una fugaz aventura en el Gent belga. En su regreso a LaLiga en el verano de 2014 para dirigir al Deportivo muchos le trataron poco menos que como a un dinosaurio. Y en una temporada convulsa para un equipo lastrado por las estrecheces económicas volvió a sufrir una destitución, a pesar de que no tenía en puesto de descenso a un equipo recién ascendido y confeccionado con una plantilla de retales y meritorios. Poco después recibió una llamada del Real Madrid para ejercer como director de su cantera, la aceptó y volvió a opacarse, esta vez en las tinieblas de los despachos. En junio de 2017 el vínculo se rompió y pasó de nuevo a la reserva.
Quizás ya no pensaba en entrenar. Pero imposible negarse al Zaragoza. Víctor Fernández, que nunca fue futbolista profesional, creció en La Romareda con la mirada y la pasión del amateur. “De niño ya era socio e iba pronto al campo para ponerme en las primeras filas y en la esquina donde los jugadores celebraban la mayoría de los goles”, apunta cuando recuerda su bautizo futbolero. Allí le impactaban como Nino Arrúa, estandarte de los zaraguayos subcampeones de Liga en los setenta, se lanzaba sobre los aficionados cuando marcaba. Y decidió que tenía que ser uno de los que le abrazasen.
Allí, viendo a Arrúa, Lobo Diarte, Garcia Castany o Violeta, forjó una idea futbolística, la que privilegiaba a los jugadores creativos y con buen pie. El tiempo pasa, pero es interesante recordar que su llegada a la elite fue para ejercer en el mismo sitio e idéntica faceta para la que le llaman ahora, la de bombero, con el Zaragoza en riesgo de descenso, aquella vez a Segunda. Fue en 1991. Había estudiado para ser profesor de Geografía e Historia, pero con poco más de treinta años entrenaba al filial y había tenido un contacto con la Primera División en un efímero tránsito como auxiliar de Radomir Antic. De pronto se encontró dirigiendo a futbolistas que tenían más edad que él. El equipo se salvó en una promoción contra el Murcia y creció exitoso y referencial en una época en la que promover un estilo combinativo resultaba casi contracultural. La primera alerta saltó cuando aquel Zaragoza derrotó 6-3 al Barcelona de Cruyff en La Romareda. El once se recitaba solo: Cedrún; Belsué, Cáceres, Aguado, Solana; Gay (Nayim), Aragón, Poyet; Higuera, Esnaider y Pardeza. Luego llegó la gloria de los títulos, la subida y la caída en noviembre de 1996, cuando tras cinco años tuvo que decir adiós en una despedida que se hizo más dura porque se firmó pocos días antes de la muerte de Alfonso Solans, padre, su gran valedor.
A Fernández le ofrecieron entonces un puesto en Pikolin, la empresa de los entonces dueños del Zaragoza, pero no era el momento de acomodarse por bueno que fuese el colchón. Se fue a Vigo, a dirigir al que por fútbol fue el mejor Celta de la historia, apeado de la gloria del título en una final de Copa del Rey (en 2001) que se llevó, precisamente, el Zaragoza. Luego pasó por el Betis y por el Oporto, con el que ganó la Copa Intercontinental en 2004, antes de aquel lacrimógeno regreso a Zaragoza.
Ahora la emoción no decrece y el contexto guarda similitudes a las de su estreno hace casi 30 años, pero es incluso más crudo. El club aragonés sufre en puesto de descenso a Segunda B tras agotar los cinco años de carencia de los que gozaba antes de afrontar el pago de una deuda derivada del segundo mayor proceso concursal del fútbol español, apenas superado por el que vivió el Deportivo. 145 millones de euros que, a pesar de una quita del 60% sobre 95 de esos millones, mantiene a la entidad bajo mínimos. Tras años de atonía, el equipo consiguió rehacerse la campaña pasada de la mano del técnico Natxo González y con la eclosión de varios jóvenes de su cantera. Pero cayó en la promoción de ascenso, el técnico aceptó una oferta del Deportivo, también se marchó el goleador Borja Iglesias y esta temporada ya ha devorado a dos entrenadores, Imanol Idiakez y Lucas Alcaraz.
Vuelve Víctor Fernández. Muchos le daban por jubilado y acaba de cumplir los 58. Tiene dos años más que Mourinho, uno menos que Ancelotti o Sarri, dos menos que Setién, la misma edad que Löw o Benítez. Le mueve la pasión y le abruma un reto, el de evitar que el equipo de su corazón caiga a Segunda B y se ponga bajo la guillotina.
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