Macarrón no pinta bicicletas
El artista recuerda sus años de ciclista profesional y el día en que pedaleó junto a Pantani por la sierra de Madrid
Cuando el pintor Rafael Macarrón busca su punto místico a veces lee a sus clásicos, a Juan de la Cruz, a Teresa de Ávila o las reflexiones de Chillida, o se deja invadir por la pintura de Warhol o Rothko.
Otras veces, cuando le invita la luz clara de la sierra de Madrid que inunda su estudio enmarcada en los ventanales orientados hacia el norte, se monta en su bicicleta y se lanza a la Morcuera, a Canencia, a Cotos, y mientras ascendiendo se empieza a quedar sin aire, y empieza a sufrir gozando, recuerda sus tiempos de ciclista profesional.
“Busco siempre una forma de trascendencia que se encuentra en la literatura mística, y también en las pirámides o en una románica, en una danza primitiva, que siglos después siguen emocionando, todo trasciende, es espiritual”, explica. “Y todo eso lo descubrí pedaleando, entrenando solo en la bicicleta, meditando, la soledad, la libertad, el paisaje... Sobre la bici entraba en el mismo estado de flow que alcanzo pintando, que estás ocho, 10 horas, sin parar y no te das cuenta del paso del tiempo, que vives en tu tiempo. Revivo entonces la sensación de libertad que tenía en la bici”.
Entonces recuerda cuando corría con Valverde, un año más joven, o aquella primavera en la que Pantani, su mito que tanto le marcó, estuvo buscándose y entrenando por la sierra de Madrid, meses antes de morir.
“Valverde tiene un don, y Pantani lo tenía, él era un genio verdadero, un artista, y yo también. Los tres lo somos, pero yo prefiero mi don, tiene más recorrido”, dice Macarrón, nacido en 1981, hijo de arquitectos que le educaron la mirada desde pequeño haciendo turismo cultural por toda Europa, nieto de pintor retratista de nobles y Borbones, bisnieto del Macarrón que ayudó a embalar los cuadros que salieron del Prado durante la Guerra Civil y que también dio su nombre a la famosa tienda de material de bellas artes.
“Y yo estudié fisioterapia porque mis padres me obligaron a hacer algo. Iba al Colegio Estudio y lo dejé a los 15 años para irme al instituto, porque dije que quería ser ciclista”, cuenta nada más terminar de embalar en fuertes armazones de madera una veintena de cuadros que vuelan a Miami para una exposición. “Fue un shock para ellos, pero gocé de toda la libertad del mundo para hacer lo que quisiera. Mi reto fue llegar a ciclista profesional, y solo cuando llegué, vi que no era mi sitio. Y, entonces, descansé. 'Ya he estado aquí y me quedo tranquilo' me dije. Vi claro que no era lo mío y a los 25 años lo dejé”.
Corrió un par de años en el Extremadura-Spiuk, y siempre bajo los guantes se le veían manchas de pintura en las manos, y manchurrones de óleo en la ropa, y algunas noches, recuerdan algunos compañeros ciclistas, como Iosu Mondelo, se levantaba a media noche y se ponía a dibujar porque había tenido una inspiración y no la quería dejar pasar. “Dibujaba y dibujaba, como ahora no paro de dibujar tampoco para desaprender, para evolucionar, para evitar que la mano vaya más rápida que la cabeza”, dice.
Sobre la bici entraba en el mismo estado de flow que alcanzo pintando, que estás ocho, 10 horas, sin parar y no te das cuenta del paso del tiempo
Dejó la bicicleta y empezó a pintar y a vivir de la pintura y a tener éxito y a vender todo lo que pintaba, a vender incluso antes de haber pintado. Ganó en 2010 el Premio BMW de pintura con una obra, según el jurado, “informalista, lírica e irónica”, técnica mixta sobre lienzo y mucho color, y entonces dejó de soñar con correr algún día el Tour de Francia como sueñan todos los ciclistas y supo que su Tour sería participar en la Miami-Basel o en la Frieze, las dos grandes ferias internacionales de arte. “Arco es como la Vuelta, y ya he participado varios años, pero, o sales fuera de aquí, de España, o estás muerto”, dice Macarrón, que se confiesa autodidacta e hijo de su formación ciclista. “Todo lo que te permite llegar a ciclista profesional lo necesita el pintor: disciplina, definición de objetivos, entrenamiento, alimentación, cuidados, renuncias…”
Años después de ser ciclista profesional y de darse cuenta de que no valía para ser ciclista, a Macarrón aún se le pone la piel tan de gallina viendo una etapa del Tour como se le pone ante una escultura de Chillida. Macarrón se siente ciclista y pintor, pero no pinta bicicletas en sus cuadros. “Lo he intentado y alguna vez he pintado alguna en algún cuadro, pero no acaba de gustarme lo que me sale”, dice. “Pictóricamente hablando, la bicicleta es lo más complicado que hay, y ni Francis Bacon, el pintor que más lo intentó, tampoco estaba contento con ellas”.
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