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El desconcierto del Barcelona

El equipo azulgrana es un guirigay en defensa y en la salida del balón, demasiado confuso su fútbol y propuesta

Jordi Quixano
Bergwijn le pega al balón ante Semedo y Dembélé.
Bergwijn le pega al balón ante Semedo y Dembélé.Peter Dejong (AP)

Aunque mantiene el tono competitivo porque sigue en la cresta de la Liga al tiempo que en la Champions ya está en octavos, el Barça se mostró en Eindhoven más confuso que nunca. Quizá por eso, cuando el traductor hacía eco de sus palabras en holandés, Ernesto Valverde repetía los lamentos silenciosos hacia la nada, acompañados por unas ojeras profundas y el gesto torcido. Se le veía incómodo, enfurruñado porque el juego de su equipo emitió señales desconcertantes. Como que Arturo Vidal le echara una reprimenda a Semedo tras un balón a su espalda; que Lenglet y Rakitic discutieran hasta que intercedió Piqué; que Coutinho siga siendo una sombra de lo que fue; que Dembélé bailara a Gastón Pereiro en una baldosa por tres veces para después errar un pase de dos metros; y que el equipo jugara a achicar agua en ciertas fases del encuentro, incapaz de hilvanar el fútbol por dentro ni por fuera, también con el tembleque en el cuerpo cuando debía sacar la pelota jugada ante la asfixiante presión rival. Guirigay que se da periódicamente en la Liga, pero que se presuponía prohibido en la Champions, competición primordial para los azulgrana como advirtió Messi, único en hacerse valer con una jugada entre cinco rivales para marcar su gol, para explicar que todavía le alcanza con sus pies para reventar al rival.

Edades y dignidades. La plaga de bajas del Barcelona no agita el cóctel de La Masia como se presuponía al inicio del curso porque así lo expresaron desde el cuerpo técnico, la directiva y el área deportiva. “La Champions no es para hacer experimentos”, contradijo Valverde cuando le cuestionaron por la prolongada esterilidad del ‘desplegable’, toda vez que los del filial no tienen voz ni voto en el primer equipo por más que se sucedan y reproduzcan las lesiones. En el PSV Stadium, mandó a Riqui Puig a la grada y a Aleñá a calentar durante media hora para no darle la ocasión. Tiró Valverde de edades y dignidades, de la clásica jerarquía que tienen unos futbolistas que lo han ganado todo pero que están desafinados desde hace tiempo. Pero el técnico no ve el momento de dar un volantazo, de dar minutos a jóvenes que en la temporada anterior ganaron sin ir más lejos la Youth League.

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Coutinho sale caro. El brasileño se convirtió el año pasado en el futbolista más caro de la historia del Barça, después de que el club acordara un traspaso de 160 millones (120 fijos más 40 en variables) al Liverpool. Una losa que no se saca de encima. Aunque su relación con el gol es relativamente fija, Coutinho se encasquilló como medio para subrayarse de extremo. Pero hace partidos que no es resolutivo ni genera el peligro que se le reconoce, menos aún participa del juego colectivo –en el PSV Stadium solo dio 27 pases buenos y perdió un total de 16 balones en el encuentro- porque o atiende a Messi o se busca las habichuelas con el quiebro, lejos de dar continuidad y fluidez al rodar del balón. “Estamos muy contentos con él y solo le falta un poco de ritmo para volver a ver su mejor versión. Es muy bueno y sus números serán buenos al acabar el año”, defienden desde los despachos de la ciudad deportiva. Pero suma cinco goles en 17 encuentros y el futbolista que deslumbró en el Liverpool no ha llegado al Camp Nou.

Raíz marchita. “Siempre intentamos sacar la pelota jugada y arriesgamos mucho”, argumentó Valverde para justificar la persistencia del equipo en fabricar el fútbol desde atrás, por más que no lo consiguiera ante el acoso avanzado y al hombre que ejercía el PSV. Ter Stegen perdió varios balones, Piqué se enredó en los despejes, Lenglet no filtró pases por dentro y los laterales apenas mordieron la banda. Pero el desaguisado eclosionó en el centro porque Busquets lleva unos partidos fuera de compás, Arturo Vidal no casa con el fútbol del ‘toco y me voy’ y Rakitic parece más cómodo en el corte que en la confección. Se echó en falta a Arthur. “Ha pasado de jugar una competición a varias, además de viajar con la selección”, dijo Valverde para explicar la lesión del medio. Y, en un pequeño desliz (o no), agregó: “Se tiene que acostumbrar a jugarlo todo”. Normal si se tiene en cuenta que el brasileño es el que no pierde la pelota, el que mueve los hilos y el que marcará el tono azulgrana cuando se despoje del miedo a perder el balón. Mientras tanto, si la presión rival es acertada, el Barça suda la gota gorda.

Defensa agujereada. Hacía 54 años que el Barça no encajaba tantos goles en la Liga (19 en 13 jornadas), circunstancia que condiciona al equipo y al técnico, que atienden al retrovisor más que al frente porque intentan poner remedio al boquete. Piqué, sin embargo, tenía clara la tesis: “Cuando ataquemos, debemos estar todos atentos para presionar todos juntos si perdemos el balón”. O, lo que es lo mismo, solicitaba que la transición ataque-defensa no solo fuera de los medios y los zagueros. Deseo que, de nuevo, cayó en saco roto frente al PSV, que firmó 24 remates y más que pudieron ser porque el Barcelona hizo agua desde el inicio, puesto que Messi se hacía el longuis a la hora de lanzar la presión del mismo modo que a Coutinho y Dembélé les costó horrores jugar sin la pelota. Demasiado desconcierto para tan buen camino hasta la fecha.

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